En Transición

Necesitamos salir de Matrix

Desde Platón hasta Matrix, la idea de cómo la percepción puede construir realidades paralelas ha sido un clásico en la historia del pensamiento. En su caverna Platón diferenciaba entre las sombras, perceptibles por los sentidos, y las ideas, a las que sólo se accedía mediante la razón. En Matrix son las máquinas las que controlan a los humanos para obtener energía, creando un mundo virtual donde hombres y mujeres son esclavizados mientras creen vivir en el mundo real.

Conforme la escalada de tensión vivida en Cataluña ha ido aumentando, hemos tenido la sensación de vivir en Matrix, o en la caverna platónica. Se llegó a crear la ficción de que el movimiento independentista se iría desinflando a medida que la presión del Estado se incrementara mediante el tradicional cambio de cromos fiscales o de competencias. De la misma manera que se pensó que una declaración de independencia, con más o menos solemnidad, desconectaría a Cataluña del resto de España y le llevaría a la tierra prometida.

Nada de esto ha sido así: el movimiento independentista no es el que era en la época Pujol. Se ha convertido en algo más plural y diverso, unido en torno a la idea catalana, con profundo arraigo social y un sentimiento de incomprensión que ha ido creciendo en los últimos tiempos. Por eso no se va a aplacar con una partida presupuestaria extra.

Tampoco la independencia puede proclamarse en estas condiciones. Como dijo Miquel Iceta haciendo gala de excelente ironía –que es el humor de la inteligencia–, que Puigdemont proclame a Cataluña independiente es como si yo (él) digo que soy guapo. Nadie se lo va a reconocer, luego igual da.

El punto álgido de este juego de ficciones construidas ha sido lo ocurrido la semana pasada en sendas comparecencias institucionales: Puigdemont no declaró la independencia en el Parlament aunque luego firmó un documento donde parecía que la declaraba, y Rajoy no nombró en su comparecencia el famoso artículo 155 de la Constitución, aunque el Consejo de Ministros había iniciado ya su tramitación con el requerimiento enviado al Govern de la Generalitat.

El gran problema de la creación de estas realidades paralelas cuando se construyen con todos los aparatos políticos y mediáticos es que acaban generando una ficción creíble para el conjunto de la población. Por algo se ha puesto de moda ahora el famoso Teorema de Thomas, que dice que si las personas definen las situaciones como reales, aunque no lo sean, éstas son reales en sus consecuencias.

Como una profecía autocumplida, y con el pánico desatado, estamos viendo a catalanes sacar el dinero de sus bancos y abrir cuentas corrientes en las comunidades vecinas, o a clientes de bancos catalanes cancelar sus cuentas y llevárselas a otras entidades. Puede que el volumen, de momento, no sea alarmante, pero el movimiento es altamente significativo de lo que está pasando y de lo que puede pasar.

Mucho más preocupante resulta el despertar de la extrema derecha en España, que nunca se había ido pero estaba adormilada. Ahora, en una situación que no se imaginaban ni en sus mejores sueños, se ven leyendo comunicados y dando mítines ante miles de personas que poco tienen que ver con sus proclamas, pero que van recibiendo progresivamente más mensajes guerracivilistas que siguen alimentando la ficción.

Es muy posible que ninguno de los actores de este juego pensaran nunca que llegarían hasta aquí, como lo es también que en estos momentos van siendo conscientes de que se les ha ido de las manos y no saben cómo pararlo. Eso explicaría la declaración de independencia en suspenso y la aplicación del 155 en diferido.  Pero me temo que esto valdrá sólo para unos días.

Las elecciones necesitan normalidad, y la izquierda, incómoda, un relato

Cuando ustedes lean este artículo ya se conocerá la respuesta del Govern de la Generalitat al requerimiento del Gobierno español. Aunque todas las opciones están encima de la mesa, la de una nueva ambigüedad que vuelva a poner la pelota en el tejado de Rajoy es la que tiene a mi juicio mayores posibilidades.

Sea como fuere, las soluciones que se vayan planteando deberían ayudarnos a romper las ficciones, calmar los ánimos y debatir sobre premisas reales con consecuencias reales, creíbles, viables y efectivas. La convocatoria de elecciones en Cataluña –que probablemente vendrá dada por la ruptura del Govern, salvo que Puigdemont haga una DUI clara y rotunda–, es necesaria e imprescindible, pero por sí misma no solucionará el problema. Si las encuestas no se equivocan la correlación de fuerzas en el Parlament no cambiará mucho, aunque sí la posición de cada fuerza dentro de cada bloque, dando una previsible mayor ventaja a ERC dentro del sector independentista. Algo similar ocurre con la reforma constitucional, urgente y ampliamente demandada por amplios sectores, pero que debería incluir tanto el modelo territorial del Estado como otros asuntos. ¿O es que, a fuerza de hablar del 155, nos hemos olvidado del 135? Y esa reforma constitucional, que debería ser pieza esencial en la imprescindible relectura del pacto del 78, ¿se va a hacer con la actual correlación de fuerzas en el Parlamento español?

Ojalá me equivoque, pero tengo la sensación de que vamos a instalarnos en Matrix una temporada. A menos que tengamos la valentía de dejar en segundo plano las emociones que tanto nos gustan y con las que construimos esos relatos épicos tan propios, y nos dispongamos a salir de la caverna para ver las figuras tal cual son, porque por muy feas que sean –Matrix es un gran exponente de la distopía–, son las que son.

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