Telepolítica

Dime de qué discutís y te digo quién lleva razón

Uno de los datos que más me sorprende es cuando se habla, como cifra abrumadora, de que un 80% de los catalanes defiende el derecho a decidir. Para mí, lo realmente asombroso es que exista un 20% que crea que no tiene derecho a que se tenga en cuenta su opinión para determinar su futuro. Discutir contra el derecho a decidir es un debate absolutamente perdedor. Igual de perdedor que poner en duda si los 47 millones de españoles tenemos derecho a ser consultados sobre las cuestiones esenciales que afectan a nuestro sistema de convivencia. Supongo que casi el 100% de la población española estará a favor de que se le consulte sobre si queremos salir de la Unión Europea, sobre si queremos anexionarnos a Portugal o si preferimos montar los Estados Unidos de España. Es evidente que discutir sobre un asunto u otro nos lleva a la misma respuesta, la de que los ciudadanos de cualquier sociedad democrática tienen derecho a decidir el funcionamiento de su Estado. Lo curioso es que esas idénticas respuestas significan exactamente lo contrario.

En el mundo de los medios cometemos muchos errores en nuestro trabajo cotidiano. En nuestra defensa, hay que reconocer que hay demasiada gente interesada en complicarnos la existencia: presiones políticas, empresariales, sociales, etcétera. Uno de los defectos más repetidos es prestar más atención de la que merecen a las respuestas y olvidar lo realmente importante: las preguntas.

El encarcelamiento de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart ha sido motivo de un lógico interés mediático estos días atrás. Hemos oído opiniones de todo tipo a favor y en contra, aunque no siempre escuchamos la pregunta que se ha formulado. Creo que la totalidad de los demócratas del mundo entero está en contra de cualquier detención por motivos políticos. Supongo que también esos mismos demócratas estarán a favor de que se detenga, si se demuestra su implicación en los hechos, a quienes movilicen a cientos de activistas que impidan una operación policial, mantengan retenidos a agentes del orden y representantes judiciales, destrocen vehículos de las fuerzas de seguridad del Estado y roben su armamento. Por tanto, en el caso de los dos líderes independentistas encarcelados las opiniones son fáciles de unificar si realmente acordáramos la pregunta a formular. Parece lógico portar una pancarta en cualquier lugar del mundo en la que se lea Libertad para los presos políticos. No parece lógico portar una que dijera Libertad para los que roban armas policiales.

El ya famoso hilo epistolar entre Rajoy y Puigdemont es otro interesante ejemplo del Juego de Preguntas y Respuestas. No es lo mismo responder a la pregunta de ¿Por qué Rajoy no accede a negociar si Puigdemont ha reconocido que no declaró la independencia? que dar respuesta a: ¿Debe negociar Rajoy después de que Puigdemont se haya negado a deshacer las ilegalidades cometidas en el Parlament? Las dos preguntas pueden hacerse y las dos serían correctas, aunque nos llevarían de manera racional a posiciones totalmente contrarias.

¿Discutimos sobre el 1-O? Entiendo que sería mayoritaria una respuesta a la siguiente cuestión: ¿Crees que tiene alguna validez un referéndum ilegal que no ha sido reconocido ni por los observadores internacionales contratados por el Govern catalán? Sin embargo, hay otra manera de preguntar sobre el mismo asunto: ¿Alguien puede ignorar la voluntad mostrada en las urnas de cientos de miles de ciudadanos, muchos de los cuales fueron golpeados por la represión ordenada por un estado que quería impedir que su voz se hiciera oír en el mundo?

Qué ocurre si dejamos de opinar y analizamos los datos sobre Cataluña

Hay decenas de ejemplos que darían para realizar una interesante tesis doctoral. Es una buena terapia contra la propaganda política dedicarse a intentar descubrir la trampa cotidiana en la que se mueven los creadores de mensajes en este conflicto. Creo que no es aventurado afirmar que, en la contienda de la comunicación, el procès lleva una abrumadora ventaja al bando constitucionalista. Este último ha considerado que con tener la razón legal de su lado le debía bastar. No es así.

Aconsejo a todos intentar fijarse en lo que responden los diferentes portavoces y opinadores cada vez que se les pregunta. Los que lo tienen claro, utilizan siempre la misma estrategia, la de contestar sin tener en cuenta la cuestión formulada. En la propia argumentación suelen reformular el interrogante y a continuación responderse a sí mismos. Ayuda cuando los periodistas más inexpertos, serviles o torpes realizan preguntas demasiado genéricas que facilitan el regate. En ocasiones, la poco extendida en España costumbre de la repregunta ayudaría a resolver el problema.

Estos días, se extienden voces que reclaman la negociación para poder aclarar la complejidad de un conflicto inescrutable. Creo firmemente en la negociación como práctica democrática permanente. Personalmente, más que mediadores, yo recomendaría dejar trabajar a buenos preguntadores para aclararnos primero sobre qué tenemos que negociar.

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