Buzón de Voz

Seis días para evitar el destrozo del 155

Caben dos posibilidades: o Carles Puigdemont se instala definitivamente en la desobediencia, ejecuta en los próximos días la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y acaba en la cárcel, o bien se eleva en su (discutible) estatura política y salva de un plumazo el autogobierno de Cataluña convocando elecciones anticipadas (constituyentes o no) antes de que entren en vigor las medidas anunciadas este sábado por Mariano Rajoy con el apoyo del PSOE y Ciudadanos y que suponen de facto (aunque sus autores lo nieguen) la suspensión de la autonomía catalana con el hipotético fin de devolverla a la legalidad constitucional. Haga lo que haga Puigdemont, acaba de abrirse una etapa ignota que pone fin a un tambaleante ‘régimen del 78’. Si la Transición (a juicio de muchos historiadores) se inició en España el 23 de octubre de 1977 con el regreso de Josep Tarradellas y su célebre “Ja soc aquí”, el modelo diseñado sobre el consenso que fructificó en la Constitución de 1978 ha quedado también suspendido cuarenta años después con la aplicación del artículo 155 en su versión más dura y arriesgada.

Repasemos la cruda realidad:

1.- El Gobierno propone al Senado el cese en sus funcionespropone al Senado del president de la Generalitat y de todos los miembros del Govern. Rajoy se reserva para sí mismo los poderes de Puigdemont, incluido el de convocar elecciones en Cataluña, y adjudica a sus ministros la potestad de administrar los departamentos correspondientes de la Generalitat, incluidos servicios públicos, fuerzas de seguridad y medios de comunicación como TV-3 (tiene tela, pero no credibilidad, a la vista de lo que el PP hace en RTVE). También el Parlament ve limitadas sus funciones puesto que el Gobierno del Estado puede vetar en el plazo de treinta días cualquier decisión que considere contraria a la Constitución.

2.- Sostiene Rajoy que él no quería llegar a este punto, que lo hace como lo haría cualquier gobierno democrático en la obligación de cumplir y hacer cumplir la legalidad vigente. Y añade: “Tengo la convicción de que querían [los independentistas] llegar hasta aquí… porque no se pueden hacer peor las cosas”. Es cierto que los sectores más radicales del independentismo ven reforzadas sus posiciones cuanto más dura es la reacción del Estado, pero a Rajoy le sobran toneladas de soberbia (o de ceguera) cuando reprocha al prójimo lo mal que ha hecho las cosas. (No es momento –o sí– para recordar la responsabilidad indiscutible que el propio Rajoy tiene en la multiplicación geométrica del apoyo al independentismo en Cataluña gracias al electoralismo del PP en el resto del Estado). Es perfectamente comprensible que otros tengan “la convicción” de que el Gobierno de Rajoy también quería “llegar hasta aquí… porque no se pueden hacer peor las cosas”. ¿Era imprescindible ordenar cargas policiales cuando ya se había demostrado que el referéndum del 1-0 no tenía garantías ni era vinculante? ¿Era imprescindible preguntar a Puigdemont si había o no declarado la independencia cuando todo ser humano racional medianamente informado sabía que no lo había hecho? ¿Era imprescindible para Puigdemont mantenerse en la ambigüedad para no enfadar a las CUP? ¿Qué habría pasado si al día siguiente de la ‘no declaración de independencia’ Rajoy hubiera convocado la apertura de la Comisión para la reforma constitucional y citado a Puigdemont para que hiciera allí todas las reclamaciones que considerara pertinentes? Por cierto, ese gesto netamente político no hubiera interrumpido el desarrollo de las responsabilidades judiciales de Puigdemont y su gobierno por el presunto incumplimiento de la ley.

3.- Sostiene Rajoy que los dirigentes independentistas nunca han planteado un verdadero diálogo sino “una imposición antidemocrática”. O se hablaba de cómo y cuándo aceptar desde el Estado la soberanía catalana o no se hablaba de nada. Incluso en la hipótesis de que fuera exactamente así, Mariano Rajoy ha perdido una oportunidad detrás de otra para visibilizarlo. ¿Qué o quién le impedía a Rajoy convocar a Puigdemont a un cara a cara simplemente para informarle de las consecuencias de su amenaza de declarar la independencia unilateral e invitarle en ese mismo instante a dialogar sin condiciones en la comisión parlamentaria propuesta por el PSOE a esos efectos? No: no se pueden hacer peor las cosas. (Por no insistir en una duda que sólo el tiempo despejará: ¿Son constitucionales todas las medidas del decreto del 155? ¿No serán finalmente tumbadas algunas de ellas por los tribunales europeos?)

4.-  Sostiene Rajoy que este “indeseado” 155 tiene cuatro objetivos:cuatro objetivos “volver a la legalidad”, “recuperar la normalidad y la convivencia”, “continuar con la recuperación económica, el empleo, los sueldos…”, y “celebrar elecciones en situación de normalidad en un plazo máximo de seis meses”. El presidente del Gobierno aprovecha sin disimulo el inaceptable reto del independentismo catalán para colar de rondón un catecismo político repleto de ‘posverdades’. En este régimen democrático la legalidad está garantizada por los tribunales de justicia, que tienen (se supone) autonomía y recursos para hacerla cumplir (hasta el punto de que pueden encarcelar sin fianza a dirigentes de movimientos civilesdirigentes de movimientos civiles sin antecedentes penales bajo la acusación de sedición). ¿En serio cree Rajoy que es factible “recuperar la normalidad y la convivencia” en Cataluña trasladando la “sede” del poder autonómico a Madrid? ¿En serio creen Rajoy, Sánchez y Rivera que se pueden convocar elecciones autonómicas en Cataluña desde Moncloa “en situación de normalidad”? ¿Considerarán “normal” que dos millones de catalanes puedan boicotear esas elecciones por el hecho de que no han sido promovidas libremente por las instituciones autonómicas legítimas? ¿Acepta, en serio, el PSOE, sin ningún matiz, que existe una “recuperación económica, del empleo y de los sueldos…”? Lo hemos escrito hace unos días: la izquierda se juega todo en este envite, y si Pedro Sánchez cae en la trampa de justificar un modelo de eterna precariedad laboral a costa de la “responsabilidad de Estado” sobre Cataluña terminará siendo abucheado por las mismas bases que le devolvieron el liderazgo socialista. Al igual que Pablo Iglesias se juega mucho si cae en la trampa de convertirse en abogado defensor de un independentismo en el que confluyen la ex Convergència corrupta y unas CUP que anteponen la reivindicación de carácter identitario a la denuncia de la desigualdad.

Puigdemont acusa a Rajoy de querer "liquidar el autogobierno" de Cataluña y situarse "fuera del Estado de derecho"

Puigdemont acusa a Rajoy de querer "liquidar el autogobierno" de Cataluña y situarse "fuera del Estado de derecho"

5.- No hay discurso menos empático ni más inútil en tiempos convulsos que el “ya decía yo”. Pero es algo “muy español y mucho catalán”. Venimos asistiendo, desde el 6 de septiembre con el bochornoso y antidemocrático espectáculo en el Parlament, a una carrera protagonizada por ‘machos alfa’ que, desde el independentismo o desde el nacionalismo español, han venido acercándonos a un precipicio que garantiza el empobrecimiento económico y la fractura social en Cataluña y también en España. Pero sobre todo están consiguiendo pulverizar la calidad democrática, devaluando unos hasta el insulto el valor del diálogo y pisoteando otros el mínimo crédito del Estado de Derecho saltándose a la torera la legalidad sin siquiera contar con una mayoría democrática demostrable para alterarla.

6.- Ya basta. Dejen de confundir la equidistancia cobarde de quienes pretenden quedar bien con los dos polos irracionales de esta historia y la posición (mayoritaria en todas las encuestas fiables) de quienes exigimos a los políticos independentistas y estatales suficiente generosidad y altura de miras para preservar la democracia a las siguientes generaciones en lugar de priorizar sus intereses particulares en las próximas elecciones. 

No se engañen ni pretendan engañarnos: el 155 (duro, para nada light) quizás logre restaurar la legalidad en Cataluña a corto plazo, pero es prácticamente imposible que consiga recuperar la convivencia democrática rota por un nacionalismo excluyente y un electoralismo conservador implacable. Al contrario: el proceso de acción-represión-reacción garantiza que todo puede empeorar. Aún hay margen: unos seis días para hacer política, si quisieran o supieran. El 155 deseado por la derecha necesita una Declaración Unilateral de Independencia para legitimarse. Y viceversa: el independentismo insolidario precisa un 155 duro para justificar su insumisión. Ya basta: sabemos que la arquitectura de 1978 (condicionada por miedos, intereses espúrios pero también por generosidades diversas) ya no sirve. Sustituyámosla por algo consistente, articulador de lo común, de lo transversal, de lo solidario. Guarden las banderas y expongan las ideas. Se abre la segunda época del postfranquismo. O la pantalla siguiente de una democracia capaz de reconocer su diversidad sin ataduras. Depende de unos políticos que hasta el momento no han demostrado estar a la altura. Y de una sociedad civil dispuesta a superar los sectarismos. No es fácil, pero tampoco imposible.

Más sobre este tema
stats