Qué ven mis ojos

Los problemas son sólo oportunidades con espinas

“Ser honesto es que tu razón para no poder sea que no debas”.

La palabra crisis, en chino, está formada por dos caracteres, wei ji; el primero significa riesgo y el segundo ocasión, lo que debería suponer una paradoja muy razonable para cualquiera que haya venido a este mundo a solucionar conflictos, no a crearlos. Quienes se dedican a la política deberían tararear cada mañana, de camino a su despacho oficial, esa canción de Leonard Cohen que dice que lo bueno de las grietas es que por ahí pasa la luz; y una vez dentro, tener enmarcada en una de sus paredes una hermosa sentencia del geólogo y poeta escocés Hugh Miller, según la cual “los problemas son sólo oportunidades con espinas”. Por desgracia, es difícil imaginarlos de esa forma y con esos pensamientos en la cabeza, tal vez porque en España hay más ideologías que ideas y demasiada gente convencida de que mandar sólo consiste en ser obedecido.  “Si te dan un portazo, busca otra entrada”, debería pensar un negociador que merezca ese nombre, pero ellos creen menos en los timbres que en los cerrojos y más en la imposición que en el diálogo, por eso el único medio de comunicación que de verdad les gusta es el Boletín Oficial de Estado y sólo cuando gobiernan con mayoría absoluta. Igual es que lo de que la Transición no fue un espíritu sino un espejismo y ni entonces se disolvió en diez minutos y a cambio de nada una dictadura que había durado treinta y ocho años, ni ahora se va a resolver el asunto catalán con la aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución, del que sostienen que no le gusta a nadie, pero es el único remedio posible. No hay quien se lo crea.

Si las lanzas se tornan más lanzas, como bien podría ocurrir, y el president de la Generalitat se decide por ser un mártir y acabar esposado, le recordaría a Oscar Wilde: “Que un hombre se inmole por una causa, no hace esa causa más respetable de lo que es”. Si el del Gobierno sigue el camino duro, ese que está hecho para que pisen fuerte sobre él las botas militares, haría bien en tener en cuenta un aforismo de la poeta Edith Södergan: “Hay gente que se cuelga el cencerro del patriotismo al cuello, como si el país fuera una de sus joyas”. Seguramente, muchos de ustedes crean que pierdo el tiempo ofreciéndoles libros, reflexión y argumentos, y hasta es posible que yo mismo les hubiera dado la razón hace unos días, pero ya no: ahora, por mucha oscuridad que nos rodee y muchas cortinas de humo que se lancen, ya se ve alguna luz en el horizonte, está lejos, pero está ahí. A veces, lo único que hace falta para que dos personas se encuentren es que una de ellas dé un paso atrás. O hacia delante, que es lo que sería la comparecencia en el Senado de Carles Puigdemont. Y que es lo que le piden mayoritariamente los ciudadanos. Eso, y la convocatoria de unas elecciones, aunque sean “en defensa propia”, como se ha dicho en el diario independentista ARA, que puedan dar oxígeno a una comunidad hoy en día asfixiada por fuego amigo y enemigo.

Llámalo kafkiano y te quedarás corto

Muy probablemente, el viaje a Madrid sería más fácil si desde la Moncloa se parasen algunas decisiones asociadas al 155 que no son aceptables, como la toma de control de TV3, porque en una democracia no se pueden hacer esas cosas y porque el Estado no tiene ningún derecho a tomar al asalto un medio de comunicación que, por otra parte, tiene un 11% de audiencia en Cataluña. Cerrar bocas no es un modo de restablecer el orden, es un acto de violencia injustificable. La situación ha empeorado tanto que ahora que se cumplen cuarenta años del histórico ja sóc aquí de Josep Tarradellas, no parece que vaya a poder decir lo mismo el administrador único que nombre el PP con el fin de controlar la autonomía, ni que nadie le vaya a aplaudir si sale a un balcón.

En 2012, Joan Tardá decía en un programa de televisión que “el 155 nos vendría de coña, para nosotros sería el escenario ideal”. Hoy no lo repetiría, seguramente. Mañana, esperamos que el jefe del PP en Cataluña, el señor Albiol, pueda volver a pensarse su deseo de que se prohíban los partidos independentistas. Sin esa clase de discursos, estos países llamados España serían un lugar mucho mejor. Eso sí, no tengan dudas de que, pase lo que pase, lo pagarán los ciudadanos, y por eso la gran batalla que se libra es la de ver quién controla la Hacienda de la región y cobra los impuestos. A alguno le va a salir la bandera mucho más cara de lo que esperaba. Como siempre.

La cosa está tan mal que es un gran momento para que unos tomen el puente aéreo y otros los reciban con los brazos abiertos, como las personas decentes reciben al rival cuando viene a su casa. ¿Qué canción le ponemos? En eso, no hay duda: “Hoy puede ser un gran día”, de Joan Manuel Serrat.

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