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Desde la tramoya

Discutir lo indiscutible

No vas a convencer a un individuo ya convencido con la argumentación contraria, por muchos datos que le pongas delante. Y si lograras convencerle, olvidará cuanto antes tus argumentos para mantener su anterior visión del mundo. Es una cualidad del ser humano que nos permite sobrevivir más cómodamente. Es un rasgo evolutivo inserto en nuestra genética.

Un independentista de los que pueblan Cataluña en más o menos un 45 por ciento de la población no cambiará su creencia de que España le roba, que el Estado español es un Estado opresor que no le deja votar, que su Gobierno es víctima de la incomprensión y que Catalunya es su nación, que tiene derecho a la emancipación.

Hay para defender esos argumentos miles de páginas, avaladas por prestigiosos historiadores y economistas. Como hay para defender los contrarios otros tantos miles de textos y muy egregios especialistas.

Aunque en los últimos meses hemos visto en los medios de España y en los de Cataluña muchas de esas tesis, defendidas con más o menos ardor y más o menos precisión histórica, el número de independentistas no se ha alterado prácticamente ¡en los últimos 18 años!, como ha señalado Kiko Llaneras. El voto a opciones nacionalistas en Cataluña solo ha cambiado en unos dos puntos en el período: la cifra casi inamovible ha estado entre el 46 y el 48 por ciento.

Hay decenas de estudios (por ejemplo, aquí) que demuestran que, incluso cuando se desmiente con hechos concretos una información descaradamente falsa, como que Irak guardaba armas de destrucción masiva o que Obama nació en Kenia, la desinformación persiste en buena parte del público, por muy contundentes que sean las pruebas en contrario.

La fuerza de esa desinformación, que llamamos “influencia continuada”, depende de muchos factores, pero en un grado u otro se mantiene. Si no hay versión alternativa que rellene el hueco mental que deja la corrección, el receptor porfía en su creencia (algo así como “no sé.. pero si el río suena, agua lleva”). Y si hay una versión alternativa contundente (como por ejemplo, el certificado de nacimiento del presidente), entonces el receptor tiende a pensar: “De acuerdo, pero en cualquier caso Obama es un presidente ilegítimo por otros motivos, o sencillamente me cae mal”).

Por eso es siempre mejor, si se trata de ganar un debate, como dice mi colega José Miguel Contreras, discutir lo indiscutible. Hay ciertas verdades que no admiten discusión. Podrán discutirse las causas subyacentes, pero no las conclusiones.

Si durante muchos años el independentismo pudo acuñar un indiscutible "derecho a decidir", ahora el lado unionista tiene un pequeño pero contundente listado de verdades indiscutibles que defender.

Por ejemplo, que el proceso ha fracasado: no hay apoyo de prácticamente nadie fuera de Cataluña. Puede haberlo a un genérico derecho a decidir y desde luego al derecho a votar, pero casi nadie fuera de Cataluña aprueba cómo se están haciendo las cosas. 

También resulta indiscutible que Cataluña, toda ella, está perdiendo dinero por el proceso: las empresas se van y el consumo cae.

No se puede discutir tampoco que la sociedad catalana no manifiesta un consenso mínimo ni una mayoría suficiente para afrontar el épico desafío de la independencia. Al contrario: el proceso ha acentuado la división entre los catalanes.

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También resulta indiscutible que, con seguridad por los motivos anteriores, la coalición que gobierna o apoyaba al Gobierno en Cataluña, está más dividida que hace solo unas semanas.

En resumen, los unionistas deberían poner menos empeño en argumentar sobre los beneficios de la unidad, aunque también deban hacerlo, que en señalar el despropósito formal del trabajo de Puigdemont y sus aliados. El monumental fracaso de su intentona. El daño brutal hecho a los propios catalanes.

También deberían ahora ser capaces de unir sus fuerzas sin fisura alguna en torno a un candidato o candidata único que plantee un relato alternativo al del independentismo. Si en la búsqueda de la soberanía los independentistas pudieron olvidar sus diferencias ideológicas, los constitucionalistas podrían, en la defensa de la unidad de España, dejar a un lado las suyas, aunque fuera de manera temporal y excepcional.

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