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Porcojonismo

Ya lo tienen.

La minoría política que consiguió la mayoría parlamentaria en Cataluña ha puesto al procés un broche tan teatral como lo ha sido todo el recorrido de este viaje a ninguna parte. En realidad, todo muy berlanguiano, muy cutre, muy hispánico, por mucho que el calificativo racial les pueda resultar ofensivo: son lo más rancio de la España tradicional de las asonadas y el “por mis cojones”. La ofensa se la hacen ellos a la razón y la propia naturaleza de eso que dicen defender y que se llama democracia.

Muy bien, ya tienen su independencia y, como es lógico, la respuesta del Estado democrático con la toma del control institucional. Como tiene que ser.

Se les llena la boca de patriotismo, democracia, diálogo y todo lo que suene a bondad y tolerancia, y son los que atropellan derechos de los contrarios, dialogan sólo para que el otro se avenga a lo suyo y señalan en carteles a los que no piensan igual para echarlos de los pueblos y marcarles como objetivo.

Ese nacionalismo furibundo y supremacista –quieren irse porque se consideran superiores y no están por repartir con andaluces o extremeños que son pobres, vagos y sucios– cuenta además, y esta semana ha vuelto a verse, con la aquiescencia o el apoyo cómplice de la más indocumentada y banal izquierda que ha tenido jamás España, esa que es capaz de llamar zombi a Sartorius por oponerse al procés –lo hizo el tal Urban de Podemos en Twitter– y purga a Carolina Bescansa por recordar que la izquierda es universal y Podemos es marca española. Garzón, pon tus barbas a remojar.

Con estos mimbres se está tejiendo una realidad política que resucita lo peor de nuestra historia. Esa transición que los urban y compañía dan por superada y hasta inexistente –nada hay que guste más a un ignorante que negar la historia cuando no se ajusta a su interés presente– se cimentó en la idea de acabar con las dos españas enterrando en el camino nuestra pertinaz afección por el guerracivilismo y la intolerancia guerracivilismo, y pasando página a una dictadura que sufrieron unos cuantos abuelos ideológicos de esta tristísima izquierda contemporánea. Nuestra historia común –Cataluña incluida– está llena de odios feroces y órdagos violentos.

Y en eso estamos hoy.

Cuarenta años después de la Constitución democrática, un grupo de iluminados ha puesto este país contra las cuerdas quebrantando la ley y llevando a un pueblo a la ruina. ¿Y para qué? Para nada. Para que los cabecillas del porcojonismo catalán terminen en la cárcel acusados de sedición y la imagen de España y Cataluña se arrastre por los suelos de la aldea global como ejemplo de lo que no debe ser la relación entre pueblos de historia común. La España de siempre, igual que hace 200 años.

Puede Rufián decir que Franco ha resucitado –que se lo pregunten a quienes sufrieron de verdad el franquismo, no a estos hijos de emigrantes que traicionan su pasado–, pueden las CUP amenazar a disidentes con el músculo entrenado del estalinismo más sórdido del que han aprendido política, puede la burguesía catalana seguir levantando la bandera mentirosa del victimismo, puede Junqueras ponerse de perfil a ver si no le buscan a él los jueces que habrán de encargarse de todo esto, puede la ANC engañar a la gente con ese insólito argumento de que con la independencia y el 155 podrán considerarse pueblo conquistado y tendrán el reconocimiento de la ONU (que lo han dicho por escrito, de verdad), pueden cantar misa en Monserrat en catalán y sin intérprete… pueden hacer lo que les venga en gana que es lo que hasta ahora han venido haciendo. Pero nunca, jamás, en la vida tendrán por este camino el trofeo que ambicionan, nunca por este camino conseguirán ser el Estado con que han engañado a cientos de miles de personas. Nunca nadie reconocerá su acción más que como un hecho delictivo digno de sanción penal.

Así estamos y eso tenemos.

La España ignorante y bronca de siempre.

La lección aprendida es que el tradicional victimismo nacionalista, si se cocina con un poco de radicalismo antisistema, algo de interés burgués por mantener estatus y un poco de torpeza centralista de largo recorrido y amplio espectro, puede llevar a situaciones tan críticas y peligrosas como la que estamos viviendo estos días.

Me pregunto, porque me preguntan, ¿cómo va lo de las listas de espera en Cataluña? ¿Alguien está pendiente del estado de los hospitales, las inversiones públicas o el pulso de la Educación? Ah, no. Eso no toca.

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