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Qué ven mis ojos

No se trata de que Cataluña se quede, sino de que quiera quedarse

“Negociar no es imponerse, es ceder; no es que haya un perdedor, sino que ganen todos”.

Cuando no se sabe si reír o llorar, es que la historia es triste. O al menos, está en los alrededores de lo triste: lo grotesco, lo bufo, lo deprimente, lo ridículo, lo esperpéntico... Puede que algunos de esos adjetivos definan el giro, o más bien vuelta de campana, que ha dado el asunto catalán; o puede que lo hagan todos y, de hecho, también sirvan para etiquetar los actos de todos y cada uno de los actores de esta tragicomedia, los que se saltan la ley y los que la aplican con mano de hierro; los que mienten en cuatro idiomas y los que creen que la letra con sangre entra y que la razón puede imponerse a golpes; los que demuestran, en ambos lados del río, que no existe nada más elástico en este mundo que la tela de una bandera: se estira una y otra vez y sirve para tapar el robo de dinero público, la malversación, la fuga de capitales a Andorra o a Suiza, los sobres de dinero negro, la financiación ilegal, el adoctrinamiento, el cobro de comisiones ilegales, las sedes embargadas o las rehabilitadas bajo cuerda y en b, la prevaricación, el desfalco… Cómo no iban a acabar a palos: no hay pelea más feroz que la de quienes siempre fueron iguales y ahora son los mismos perros con distinto collar.

El president depuesto se fue a Bélgica, el país del novelista Georges Simenon, quién sabe si imitando al personaje de su novela El viajero del día de todos los santos, sólo que al revés: el protagonista de esa obra del creador del comisario Maigret, hecha en un momento en que él mismo había escapado para esquivar la ocupación de Francia por parte de los nazis, es un joven al que nadie estimaba pero al que de repente quiere arrimarse todo el mundo cuando recibe una gran herencia; mientras que Puigdemont ha recorrido el camino inverso, de la cumbre al barro, y es ahora mismo una compañía indeseable para propios y extraños, que han vuelto a ser lo que siempre fueron: sus rivales. Para cumplir nuestro propósito de reír por no llorar, digamos que su trayectoria descendente ha ido de Tarradellas a Companys para acabar en el Dioni, solo que a la baja: Bruselas no es Río de Janeiro.el Dioni

Frente a las dos Cataluñas que ahora son tres, la independentista, la que no y la belga, una cuña de otro queso que nadie sabe dónde colocar entre las dos mitades de toda la vida, el Gobierno de España busca sus beneficios en esta guerra y se enfrenta al rival con armas parecidas, aunque sea con otra táctica. "Todo es estrategia: eso es lo que piensa la araña; todo es comida: eso es lo que piensa el tiburón", dice Salman Rushdie en su novela recién publicada La decadencia de Nerón Golden. Y sin duda, tiene un problema: un fiscal general que gana mucho cuando aún no se le conoce y que tiene una acusada tendencia a convertir los micrófonos en megáfonos. No es tan raro, ya sabemos que hay quienes confunden que la ley esté de su parte con que sea suya.

Ser independentista puede ser un derecho, una elección política tan respetable como cualquier otra o, simplemente, una tapadera. ¿Lo era Artur Mas? ¿Lo era la gran mayoría de CiU o esto es como Figo poniéndose la camiseta del Real Madrid y el cambio de siglas a PDeCat conllevaba un cambio de ideología? No importa demasiado, se lo crea uno o no, cualquiera tiene derecho a variar de opinión o de escudo. Otra cosa es el precio de la transformación y de dónde va a salir el dinero para sufragarla. ¿Se acuerdan de la famosa anécdota que suele contarse del viaje de Josep Pla a Nueva York y su comentario ante las luces de Manhattan? "¿Y todo esto quién lo paga?". Para difundir sus teorías, el Gobierno de Carles Puigdemont facturó unos cien viajes publicitarios al extranjero en poco más de un año, de la primavera de 2016 al verano de 2017, con un gasto superior a los 360.000 euros. Una gira suya por Estados Unidos dejó una cuenta de casi 90.000. Su vicepresidente, Oriol Junqueras, hoy inexplicablemente encarcelado de forma preventiva, lo mismo iba a Miami y a Roma que a Madrid y Valencia, puesto que todas ellas las describía como misiones "en el extranjero".

    

Llámalo kafkiano y te quedarás corto

Esto ha sido y es muy duro para todos, pero los que estamos, como siempre, entre dos fuegos, somos los ciudadanos. Ya lo estuvimos en toda España cuando el neoliberalismo de aquí y de fuera inventó su crisis para avasallarnos, y por supuesto también en Cataluña, gracias a los recortes que hacían el PP y CiU y que por entonces obligaban al hoy libertador Artur Mas a ir al Parlament en helicóptero, a alguno de sus consellers a pedir que los manifestantes fuesen a prisión y a los mossos d’escuadra a causar casi doscientos heridos del 15M. Al margen de todo, quién sabe si felices porque los mástiles no dejen ver el bosque, Rajoy y sus fieles machacan ahora el clavo de la unidad, que ellos empezaron a torcer con su ataque furibundo al Estatut, ajenos a esa sentencia de Marco Aurelio que dice que "lo enderezado nunca será lo recto", y Puigdemont y los suyos machacan el de la represión: "El nostre pensament és per als companys injustament empresonats per un Estat allunyat de la pràctica democràtica", decía en el tuit donde celebraba haber sido dejado libre por la Justicia del país al que ha ido a parapetarse. Le respondió el coordinador general de Izquierda Unida, Alberto Garzón: "La prisión incondicional es una medida desproporcionada y muy discutible, jurídica y políticamente, pero cuando pienso en un preso político, pienso en Marcos Ana, que se tiró más de veinte años en las cárceles franquistas". No le tocaría a eso ni una coma.

    

Pero como la esperanza es lo último que se pierde, soñemos con que la campaña electoral cierre la puerta de las consignas y abra la de las ideas, porque unas tienden puentes y las otras los dinamitan. En la fábrica de independentistas de La Moncloa deberían saber que ahora ya no se trata de que Cataluña se quede, sino de que se quiera quedar. En Barcelona, Lleida, Tarragona y Girona deberían saber que no queremos retenerlos, sino conservarlos. Son matices, pero en ellos está el centro de la diana.

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