Plaza Pública

Los problemas de la innovación en España

José Molero

Pocos temas están tan manidos, y sin embargo tan fuera de las prioridades políticas, como la situación de la innovación en España y su relación con la economía y la generación de riqueza y bienestar social; o sea, con el también manido “modelo productivo”. Simplificando, se puede decir que coexisten dos perspectivas en el análisis de la innovación. De un lado, la que utilizan con frecuencia y de forma autocomplaciente algunos organismos oficiales y que hace hincapié en las bondades del país, las empresas de éxito o el incremento de las publicaciones científicas; de otro, la de la mayoría de los estudiosos del cambio tecnológico, que ponen de manifiesto que la realidad de la innovación en España está lejos de la de los países más avanzados, lo que hipoteca la posibilidad de caminar hacia una economía más basada en el conocimiento y con menores riesgos de sufrir crisis recurrentes.

Nosotros nos alineamos sin duda mas con la segunda visión pues, aun reconociendo que se han producido avances significativos en las últimas décadas, tales como dedicar más recursos a las tareas de Investigación y Desarrollo (I+D) o haber aumentado el número de empresas que innovan, sigue siendo una sangrante realidad el gran distanciamiento existente con respecto a los países líderes, como se manifiesta al comparar el gasto en I+D respecto al PIB; si en España ese ratio es del 1,2 %, en la media de la UE es del 2 % e incluso superior en los países de la OCDE.  Detrás de esta realidad se encuentran conocidos problemas estructurales de nuestro sistema de ciencia y tecnología que no podemos repasar aquí, no por falta de interés, sino de espacio.

Hasta aquí temas conocidos. Sin embargo, se echa en falta una perspectiva más amplia que permita conocer otros aspectos igualmente importantes y que deberían tenerse en cuenta en el diseño de la deseada “política de estado” para la innovación. Nuestra propuesta es que hay que hacer un esfuerzo por incorporar esa visión más amplia para poder salir del un tanto simplista círculo “pocos recursos, escasos resultados innovadores, pocos recursos”, ya que solo con un aumento de los recursos para la innovación no se resuelve el problema. De forma sucinta nos vamos a referir a dos ámbitos cualitativos: el proceso de industrialización español y  los activos complementarios para la innovación.

Un rasgo determinante de nuestra industrialización es que se produjo más tardíamente que en otros países; de hecho, hasta los años 1950-60 no se puede hablar de España como un país industrial. Además, durante un larguísimo período que transcurre desde finales del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX, nuestro desarrollo industrial se caracterizó por un fuerte proteccionismo y por un acusado nacionalismo económico, aderezado con importantes dosis de intervencionismo del Estado. Entre las consecuencias que ello trajo, debe mencionarse un insuficiente desarrollo de una capacidad tecnológica propia que acompañase la industrialización en marcha y con ello la inevitable dependencia tecnológica del exterior, cuyas desastrosas consecuencias todavía nos están penalizando. La mezcla “nacionalismo, proteccionismo e intervencionismo” produjo asimismo el establecimiento de fuertes estructuras monopolistas en sectores destacados (v.g. energía, construcción, sistema financiero). En ese contexto la idea de competencia era muy distinta y le relación con los poderes públicos ha sido una constante; desgraciadamente el “modelo” no está totalmente terminado y no provee el mejor caldo de cultivo imaginable para la innovación.

La estructura industrial ha quedado marcada por otros dos rasgos trascendentes desde la perspectiva del desarrollo tecnológico.  De una parte, el menor peso que tienen los sectores industriales más intensivos en tecnología en comparación con lo que ocurre en los países más avanzados de nuestro entorno; de otra, la consolidación de una fortísima presencia de empresas pequeñas y micro (más del 90% de total) y de una carencia de grandes empresas, capaces no solo de desarrollar su propia tecnología sino de actuar como tractoras de las anteriores que no pueden hacerlo por si solas, debido a su pequeño tamaño y recursos.

En cuanto a los activos complementarios, tienen que ver con determinadas actividades que, sin estar directamente relacionadas con la innovación, son imprescindibles para que esta se lleve a cabo, siendo en muchas ocasiones tan determinantes o mas que los mismos recursos tecnológicos. Comentaremos dos de estos “activos”: la educación y formación y el sistema financiero.

La educación y la formación tienen un papel esencial, ya que son absolutamente necesarias para poder contar con un capital humano en condiciones de innovar y de aprender de otros. Entre las varias limitaciones de la educación, hay dos temas tal vez poco mencionados, pero muy relevantes. En primer lugar las deficiencias en la educación secundaria que son particularmente graves porque este nivel educativo es el de ámbito más general; dentro de este nivel se sitúan las graves carencias en la formación profesional. En segundo lugar la insuficiente atención a la formación continua. España es uno de los países desarrollados que menos invierte en formación permanente, lo que es particularmente grave en un mundo dominado por un avance tecnológico en un continuo cambio que deja obsoletos los conocimientos adquiridos en muy poco tiempo.

En una lógica democrática...

Y por supuesto no debemos olvidar que la innovación precisa de una financiación adecuada tanto a la incertidumbre en la consecución de los resultados que se pretenden, como al largo periodo de maduración de sus resultados. Aquí aparecen otras sombras. Del lado público, la poca prioridad que tienen las actividades innovadoras en los presupuestos y que se han venido  agravando en los años de la crisis por recortes durísimos y por una muy deficiente ejecución presupuestaria que han llevado en algunos años a la paradoja de dejar de gastar más del 40% de lo presupuestado. Del lado privado, la marcada aversión al riesgo de nuestro sistema financiero que, en vez de  financiar conocimiento o tecnología, prefiere apostar por actividades más seguras y sobre todo cortoplacistas, como puede ser la construcción. Un claro ejemplo de lo que decimos es el escaso desarrollo del sector de capital riesgo en España, que en otros países es una de las fuentes principales de financiación de la innovación.

En conclusión, para comprender la situación de la innovación en nuestro país y poder actuar para mejorarla sustancialmente, se necesita que afloren muchos aspectos cualitativos y no solo centrarse en las actividades directamente vinculadas con ella. El corolario es simple: cambiar la situación exige un esfuerzo más amplio y coordinado que tenga en cuenta, además, los aspectos más estructurales y los activos complementarios ¿Será posible sin una prioridad política que hoy no existe? No es creíble. ___________________

  José Molero es el presidente del Foro de Empresas Innovadoras.

Más sobre este tema
stats