Cuando el terror golpea nuestras calles cometemos un error al mirar hacia fuera para buscar los motivos o los responsables. Evadimos nuestra responsabilidad a la hora de encontrar soluciones que eviten la repetición de estos actos terroristas. Caemos en
la trampa de lo estereotipado, en la trampa tendida por los ideólogos de esta barbarie criminal que pretenden ampliar y generalizar el conflicto para así confrontar a nuestra sociedad; porque saben que al dividirnos y enfrentarnos consiguen su objetivo de inocular el miedo a lo diferente y esta es su gasolina para seguir alimentando su monstruo y captar a más personas para sus crueles objetivos.
El magnífico papel que están desarrollando nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad en el ámbito de la prevención de ataques terroristas es indiscutible. Prueba de ello es que desde el 11M no se había vuelto a cometer un atentado de estas características. También el hecho de que l
as personas que atentaron en Barcelona y Cambrils tuvieran que utilizar herramientas al alcance de cualquiera, como una furgoneta y unos cuchillos, es muestra del cerco policial y de la vigilancia de nuestras fuerzas de seguridad ante la menor sospecha o el mínimo movimiento de material con el que cometer atentados.
Entonces, ¿qué es lo que nos falta por hacer en este proceso? La respuesta es sencilla, pero a la vez es la más complicada de emprender, porque penetra en lo más profundo del individuo, en su mente. Nuestra labor como sociedad es trabajar en la
prevención de la radicalización y el extremismo; “extremismo” entendido como “
la tendencia a adoptar ideas extremas” sean estas del tipo que sean, pero especialmente las que acaban en violencia. La violencia, según la definición de la Organización Mundial de la Salud, es “
el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.
En la actualidad existen diferentes tipos y grados de violencia hasta llegar a la violencia extrema, es decir, al extremismo. Dentro de la violencia colectiva podemos ver los actos de odio cometidos por grupos organizados o por individuos, las acciones terroristas o la violencia de masas. Además, es necesario resaltar el
aumento del discurso del odio a diferentes niveles. Movimientos políticos de ultraderecha y grupos ultranacionalistas, entre otros, promueven la exclusión y discriminación del diferente. El discurso del odio debe ser tratado con la mayor celeridad por ser uno de los pasos previos a la violencia física.
Asimismo, la intervención social en el ámbito más cercano (familia, amigos, pareja) nos servirá para conocer si el individuo tiene el riesgo de convertirse en perpetrador de actos violentos o si ha sido víctima de estos actos. Por eso es necesario
examinar detenidamente el contexto en el que se desarrolla una persona y la comunidad en la que mantiene sus relaciones sociales -la escuela, el lugar de trabajo, el vecindario- para identificar las características de estos ámbitos que forzosamente están asociados a una persona.
La experiencia muestra que
el nivel económico o educativo no va ligado al uso de la violencia, mostrando la necesidad de una intervención social preventiva en el discurso del odio y de la violencia a todos los niveles. De hecho, gran parte de los incitadores al odio tienen un alto nivel educativo y económico, y en algunos casos, individuos que han cometido actos de violencia extremista eran universitarios y con un elevado poder adquisitivo. Por tanto, para una correcta intervención y prevención del extremismo es importante desligar el bajo nivel social, económico y cultural de la violencia extremista.
Ante todo esto cabe preguntarse qué lleva a un joven a tomar como vía de expresión de su personalidad la violencia, y
si es responsabilidad del joven, o lo es del entorno en el que vive, es decir, de la sociedad. Hablar claramente sobre uno de los mayores retos que afronta nuestro planeta, el respeto a la diversidad y la lucha contra la violencia extremista, es responsabilidad de las altas instituciones políticas y de las administraciones, pero hemos de admitir que solas no pueden atender estos retos. Para ello es necesario reforzar a la sociedad civil y promocionar los espacios de participación ciudadana para poder actuar localmente en la promoción de la inclusión y en la prevención del extremismo.
Debemos tener en consideración que
la violencia en sus diferentes grados puede verse con antelación si se capacita a los diferentes profesionales de la intervención social, empezando por la escuela, así como a otros actores sociales, como psicólogos, educadores, pedagogos, médicos, militares, cuerpos policiales… Esta capacitación debe tener en cuenta la diversidad social en la que se desarrolla y que, en la mayoría de los casos, es fruto de las migraciones y de un mundo globalizado.
El enfoque de la intervención y el trabajo a desarrollar se deben hacer con una mentalidad abierta. El
conservadurismo y la negación de la realidad de una sociedad diversa apelando a tiempos pasados y dudosas raíces, no ayuda a afrontar lo que nos está sucediendo y, por lo tanto, a la búsqueda de soluciones para evitar más terror y más dolor.
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Mohammed Azahaf es mediador intercultural y experto en migraciones
En toda ideología existe el peligro o incluso la certeza de que algunos de sus seguidores se van a radicaliar y caer en la violencia, pero las ideologías más proclives a que esto suceda son las religiones y los nacionalismos.
Por eso, aunque la mayoría de los musulmanes sean gente pacífica y no tengan en absoluto la culpa de lo que hace un grupo de descerebrados, tampoco se puede uno ir al otro extremo y decir, como da a entender el autor del artículo, que la radicalización de algunos hasta caer en el terrorismo islamista es algo que no tiene nada que ver con el Islam.
La verdad es que tiene que ver con el Islam y mucho. El Islam es el caldo de cultivo en el que se desarrolla el terrorismo. Por supuesto que no es suficiente con el caldo de cultivo. Hace falta que un un imán asesino ponga la semilla del odio y de la locura en los cerebros de algunos, pero eso no quita para que la comunidad islámica sea la primera que tenga que preguntarse qué hacer para atajar la radicalización, para que lo que ha sucedido en Barcelona no vuelva a suceder. Al menos, con miembros de su comunidad como macabros protagonistas.
Y luego, claro, toda la sociedad se tiene que poner a ello, pero hay que empezar por casa. Si mi hijo se convirtiera en un criminal, yo me sentiría en la obligación de preguntarme qué había hecho mal.
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