Plaza Pública

¿Es el independentismo germen de un nuevo caciquismo?

Pedro Díaz Cepero

Sin las aspiraciones de desconexión del separatismo catalán, o de los larvados deseos de los nacionalistas vascos, venimos observando una creciente exaltación de los “valores patrios”, planteados como confrontación insolidaria con otras comunidades, en lugares tan poco sospechosos de separatismo como la valenciana, la andaluza o incluso la gallega.

¿Se trata de un proceso de radicalización de las conciencias ciudadanas con fines partidistas, del que se beneficiarían determinadas élites políticas? En Cataluña se ha conseguido con indudable éxito, entre otras cosas porque sus ensayos datan al menos del 14 de abril de 1931, con la proclamación por Francesc Macià de la República catalana como estado integrante de la Federación Ibérica. Los años de dictadura y represión franquista avivaron como reacción el fuego secesionista, y el pujolismo se encargó de rentabilizar con astucia tanto los apoyos como los enfrentamientos con el Gobierno central.

La lengua propia, la cultura, las tradiciones, la bandera o los agravios económicos, son utilizados alternativamente como argumentos legitimadores por los defensores de la autonomía plena. Es una moneda de cambio facilona que desvía el foco de los auténticos problemas de los ciudadanos. La clase política acreedora y las “élites de orientación” (en terminología del inolvidable  M. Tuñón de Lara) han hecho bien su trabajo, especialmente en comunidades con historial secesionista, más aún si han sido titulares del poder varias décadas, y con ello amos indiscutibles de su relato.

Reconocemos un sentimiento íntimo de procedencia, la identidad con una cultura y una lengua propias, la emoción que te estremece al escuchar un himno, al contemplar un paisaje vivido, al degustar una comida o percibir un olor anclado en nuestra infancia. Pero creemos que esto no está en discusión,  ni en riesgo. Como tampoco debe estar en riesgo la solidaridad y el consenso en la asignación de recursos. A menudo, el independentismo lo mezcla todo. Siembra confusionismo y pone en su balanza razones que no lo son.

Habría que preguntarse hasta dónde están afectando estos “juegos políticos de parte” a la convivencia democrática entre todos los españoles, a los vínculos que unen a  familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo...  Se quiera o no, el mestizaje entre todas las supuestas nacionalidades del mapa español es hoy tan generalizado que acudir a una instancia diferenciadora es, simplemente, absurdo. La geografía y la orografía no son en sí mismo nada, y lo que importan son las personas que viven allí su acontecer diario, sin necesidad de asumir complejos de superioridad o autosuficiencia.  Habría que preguntarse si es legítimo utilizar el fuego emocional del terruño, la lengua o las banderas para capitalizar votos e influencias hacia una élite política determinada. El momento histórico de los nacionalismos, al menos en esta parte de Europa, hace mucho tiempo que desapareció; ahora estamos dentro de la UE., comprometidos con sus tratados y alianzas continentales en un ajedrez de intereses económicos y políticos globales.

A tenor de lo anterior, estamos registrando un movimiento de consolidación de élites políticas y económicas, más visible en provincias pequeñas y localidades de población media. Una nueva versión del viejo caciquismo, menos concentrado su poder que aquel del siglo XIX y primer tercio del XX, y esta vez con mayor protagonismo de la clase política, que desearía beneficiarse de un estatus económico y social superior como correlato a sus “servicios”. Habría un interés de estos grupos en segregarse políticamente de España para convertirse en conductores hegemónicos de su zona de influencia. En el fondo, los hechos responderían a las mismas ansias de control e influencia política y económica del caciquismo de pasados siglos.

Naturalmente, la estructura estaría ligada a intereses económicos localistas y/o regionales, e intentaría mantener y alimentar sus propios grupos de presión en los gobiernos autonómicos. Pueden formar parte desde las élites de la Administración central y autonómica (alcaldes, presidentes de Diputación, senadores, diputados, concejales, jueces y fiscales, altos mandos de las fuerzas de seguridad, etc.) hasta empresarios de referencia, o la burguesía rural terrateniente, en cada lugar se daría una mezcla diferente. Pero, normalmente, sería la élite política la principal aglutinadora y primera interesada en acaparar poder institucional, incluso a costa, o contra la opinión, de grandes empresarios y fondos de inversión con una mirada más situada en la escena internacional.

Los ciudadanos estaríamos, casi sin darnos cuenta, metidos en esta trampa: la imposición del amiguismo y la acumulación de privilegios para estas nuevas oligarquías, y un poder más opresor y sofocante si cabe para nuestras libertades y nuestros impuestos. En definitiva, una estructura caciquil de dominación que tendríamos encima del cogote sin posibilidad de acudir a otras instancias, porque casi todo estaría controlado desde arriba y ejercido por los mismos que nos habían convencido de que la independencia suponía entrar en un mundo de cuento de hadas.

Esta situación está llegando a su estrangulamiento en Cataluña, gracias también a la poca cintura negociadora de los gobiernos del PP , y por la encrucijada política en la que se encuentran hoy las familias tradicionales del catalanismo. El descubrimiento “inoportuno” de los escándalos de corrupción y el encausamiento de las honorables sagas/formaciones políticas, precipitó la huida hacia adelante y la urgente necesidad de controlar el poder judicial y legislativo, el objetivo silenciado de la desconexión y el paso previo a la inmunidad e impunidad. ______________Pedro Díaz Cepero es sociólogo y escritor

Pedro Díaz Cepero

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