Plaza Pública

La espera continúa

Javier Quevedo

Es martes por la mañana y los refugiados se agrupan de nuevo alrededor del empleado de ACNUR que ha venido al campo de refugiados. Saben que hoy ha salido la lista de los 70 seleccionados que viajarán a Alemania este mes, y quieren saber si su nombre está entre los afortunados. Sin embargo, sabiendo que en Grecia hay decenas de miles de refugiados esperando viajar a Alemania y que cada unidad familiar se compone de entre 5 y 7 personas, la posibilidad de viajar es muy reducida y finalmente, tras consultar la lista, ninguno de los residentes del campo de LM Village (Myrsini, Grecia) viajará a Alemania este mes. Alguna madre llora, el resto camina con el semblante serio de vuelta a sus casas, donde se recluyen para continuar esperando.

Llevan así más de año y medio, alojados en campos en los que no se les permite hacer casi de nada aparte de esperar. El peso entonces cae en gran parte sobre las ONG que buscan formar, entretener y animar a una población que ya no puede esperar más. Muchos de ellos tienen a algún familiar en Europa, por lo que la espera acabará con total seguridad en una reunificación familiar en algún país de Europa. Sin embargo, las autoridades europeas siguen haciéndoles esperar sin motivo aparente, lo que significa que muchos de ellos llevan meses, o años incluso, sin ver a hermanos, padres o hijos.

A pesar de ello, estos son los refugiados más afortunados, ya que saben que en algún momento podrán viajar a un país próspero donde les espera su futuro. Pero hay muchos otros que, al cambiar la directiva europea el año pasado, han sido obligados a establecerse en Grecia en contra de su voluntad y del sentido común, ya que Grecia —donde todavía hay una fuerte crisis económica— es totalmente incapaz de asimilar al altísimo número de refugiados que llegaron y siguen llegando a sus costas.

Estos refugiados, de hecho, están recibiendo un trato diferente al del resto de ciudadanos de la UE, ya que el documento de identidad que se les proporciona no les permite viajar o vivir en otros países de la Unión. Se podría decir que estas personas están recluidas en Grecia y que, por lo tanto, una vez obtienen la documentación que reconoce su estatus de acogido, pasan de estar encerrados en un campo de refugiados a estar encerrados en un país que no les proporciona ni alojamiento, ni clases del idioma nacional ni asesoramiento laboral.

Muchos reniegan de Europa y aseguran que prefieren volver a Turquía, donde vivían mejor, pero lo que pasa la mayoría de las veces es que tienden a buscar una solución ilegal a su problema: aquellos traficantes que la UE se empeñaba en neutralizar en las costas turcas ahora afloran por todo el territorio heleno. Esta vez su función es la de pasar ilegalmente a individuos o familias de hasta diez miembros a través de las fronteras Schengen de los modos más variopintos. En estas familias hay un elevado número de niños ya que, como queda patente en los campos de acogida de Grecia, el 50% de los refugiados son menores de 18 años.

En 2017, casi 50 años después de su creación, la UE tiene la oportunidad perfecta para hacer honor a sus principios fundacionales y rescatar a un pueblo que se encuentra al borde del precipicio. Sin embargo, en Bruselas se reúnen para encontrar la mejor manera de cooperar con el Estado libio en materia de “inmigración” —que no de asilo—, olvidando que Libia es, a día de hoy, un Estado fallido.

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Los traficantes en Grecia no pueden hacer otra cosa que frotarse las manos con la cantidad de beneficios que están obteniendo de sus actividades dentro de nuestras fronteras, tanto si son exitosas como si no lo son, y es que en Grecia ha quedado patente que ninguna ley puede parar a un padre o a una madre en su empeño por asegurar un futuro a sus descendientes. Entre la espada y la pared, entre las fronteras cerradas y la guerra en casa, estas personas están siendo condenadas a la pobreza absoluta, la locura y el olvido.

Pero me doy la vuelta y me encuentro a varios niños construyendo una casa con restos de madera y algunas piedras. Al acercarme dejan lo que están haciendo e intentan subirse a mi espalda, a mis hombros, se agarran a mis piernas para pedirme, con la más sincera de las sonrisas, que juegue con ellos. Y mientras estoy jugando con ellos me doy cuenta de que, a pesar de todo, queda esperanza. _____________

Javier Quevedo es escritor y ha estado trabajando de voluntario en los campos de refugiados de Grecia desde febrero hasta agosto de 2017.

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