Plaza Pública

Buscando palabras

Mònica Vidiella Bartual

Soy catalana. Profesora de lengua y literatura castellana de bachillerato en una escuela, en el centro de Barcelona. Amante de Garcilaso y de Machado, de Lorca y de Miguel Hernández. Me emociono con el flamenco. Estimo y quiero amb aquells que estimen y con aquellos que quieren. Siempre he simpatizado con la izquierda, con aquella izquierda que me hablaba de justicia social, de los derechos humanos, de la libertad de expresión.

El lunes 2 de octubre entré por una puerta rota a una escuela rota. Llegué a clase y un silencio demoledor me interrogaba desde unos ojos que no mostraban el sueño de todos los lunes. "¿Cómo puede haber pasado algo así?", fue la primera pregunta. Contuve la emoción y dejé que me contaran.

Muchos de mis alumnos habían estado en la primera fila de aquel domingo nefasto. Defendían, junto a muchos otros, la puerta de su escuela, convertida aquel día en colegio electoral. Sentados, reían, se sentían parte de la historia, entonaban viejas canciones heredadas que desafían la fugacidad de todo. De golpe, veinte furgonetas de la Policía Nacional se detuvieron al final de aquella calle amiga que les ha visto crecer. "Levantamos las manos, les dijimos que éramos gente de paz, personas normales que solo querían votar. Reventaron la puerta. Nos pegaron. Había mucha gente mayor, a ellos también les pegaron". Lo peor, decía una de las chicas llorando, era su mirada, los movía el odio. "Nos lo habían contado nuestros abuelos, lo habíamos leído y en aquel momento se estaba repitiendo. ¿Quieres ver los vídeos?". Los había visto. No los quisiera haber visto nunca. Busqué las palabras. No las encontré. La literatura siempre tiene respuestas, me oí de lejos repitiendo una y otra vez esa frase. No quería que la literatura también les fallara. Leí a Benedetti, Defensa de la alegría.

Aquel lunes sentí que algo se les había roto para siempre. A ellos y a mis compañeros de claustro, que arrastraban los pies por el pasillo y contenían las lágrimas como yo. Y les dolía el alma, como a mi. Les habíamos hablado siempre de libertad, de respeto, de diálogo, de igualdad, de la importancia de conocer la historia para que hubiera cosas que nunca volvieran a repetirse. Y aquellos golpes les habían robado algo más que unas urnas, algo más que un o un no, les habían robado el mundo que habían ido soñando, que habían ido construyendo. Y nosotros no teníamos respuestas.

A las doce horas los profesores y alumnos que quisimos bajamos a la calle, levantamos claveles, en silencio. Sonaba Imagine. Ninguna bandera, la única consigna "Som gent de pau". Vecinos, familias, gente de un barrio que acoge culturas muy distintas se iban uniendo a nuestro silencio. Lloramos juntos, quise pensar que era para defender la alegría.

Sigo buscando palabras. Que me expliquen la brutalidad de lo sucedido y las palabras no son "carga proporcionada"; que me expliquen por qué el Gobierno miente y la palabra no es "sedición"; que me expliquen la equidistancia de unos y las palabras no son "la culpa es de los unos y de los otros", que me expliquen la indiferencia de otros; que me expliquen la perversión de algunos medios de comunicación y la palabra no es "tumultuoso"; que me expliquen por qué en las escuelas no encontramos palabras y la palabra no es "adoctrinar".

Y sigo buscando palabras. Para explicar a la gente que quiero, y que me quiere, que esto no es un referéndum por la independencia, que la gente sale hoy a la calle con estelades y senyeres y se abrazan a gente que lleva banderas de España y banderas republicanas y banderas gallegas y andaluzas e ikurriñas. Y que las banderas, esta vez, no separan. Se levantan pancartas en las que leo: "No soy independentista, pero a mis vecinos no se les pega", "Les nostres iaies no es toquen" (Nuestras abuelas no se tocan) o "El papel siempre gana a la piedra". Y quizá esas sean las palabras.

De Cataluña y la Corona

Esto no es el grito del Gobierno de la Generalitat, no es la voz de la burguesía catalana, es el grito de los agricultores y de los estibadores, de los bomberos y de los estudiantes, de los mossos y de los profesores, de los médicos, de los padres y las madres que quieren un mundo mejor para sus hijos, de los abuelos y abuelas que creían que nunca más iban a recibir golpes por decir lo que piensan.

Hemos perdido el miedo y perder el miedo es sinónimo de revolución y si es una revolución la seguiré haciendo desde la izquierda. Mis amigos andaluces, madrileños, asturianos me preguntan cómo estamos. Estamos bien. Venid a vernos. No os dejéis engañar por aquellos a quienes no les interesa lo que está pasando aquí. Defenderemos la alegría, "como una certeza/ la defenderemos del óxido y la roña/ de la famosa pátina del tiempo/ del relente y del oportunismo/de los proxenetas de la risa". _____________

Mònica Vidiella Bartual es profesora de Lengua y Literatura castellana de bachillerato en Barcelona.

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