Plaza Pública

Derechos sociales por bandera

Pilar Lima

"Traidora", "hija de puta", "catalanista". Una cascada de insultos nos llovió el pasado 9 de octubre a quienes participábamos en la procesión cívica que conmemoraba, como cada año, el Día del País Valencià. Uno de los individuos allí presentes me dijo que yo no tenía siquiera derecho a quejarme, pues, siendo sorda, no podía escuchar lo que aquellos energúmenos gritaban. No era cierto. No me hacía falta oír. Me bastaba con ver sus rostros desencajados para comprender la cantidad de odio que destilaban quiénes, voz en grito, intentaban amedrentar a todo aquel que piensa diferente. Durante mucho tiempo, inocentes nosotras, pensamos que era imposible que las calles de nuestro país, tal y como ha sucedido a lo largo y ancho de toda Europa, fueran tomadas por la ultraderecha. Y, sin embargo, está sucediendo ya. De hecho, sucedía ya antes. Habrá quien se niegue a creerlo, pero ese mismo odio hacia quien piensa diferente ya lo había visto en los ojos de personas que ostentan cargos políticos, ubicados a escasos centímetros de mí, en un lugar tan emblemático como el Senado.

Hay quienes creen que el país es suyo y solo suyo por tan solo portar un pin en su solapa o una bandera rojigualda en su muñeca. No tienen escrúpulos siquiera en revestir su sede, pagada con dinero negro, con una inmensa bandera, como si un simple trozo de tela pudiera ocultar la ristra de casos de corrupción que sirvió a unos pocos para saquear nuestro país, robando a nuestra gente buena parte de sus esperanzas de futuro. Creen que con un trozo de tela se puede ocultar y negar la realidad de un país diverso y plural como el nuestro. Piensan que la bandera no es más que un instrumento para acallar a todo aquel que piense diferente.

Tengo no solo la sensación sino también la certeza de que, en ocasiones, quiénes más gritan '¡Viva España!' o '¡Viva el Rey!' son quienes más daño hacen a su país y a su propio pueblo. No lo digo yo, sino PwC (la famosa PriceWaterhouseCoopers), cuyos analistas económicos estiman que al sistema de pensiones español apenas le quedan diez años de vida. Aquellos que más claman por la unidad de España, nuestro propio Gobierno, ¿están haciendo algo para garantizar que los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país puedan disfrutar de una pensión digna dentro de diez años? Más bien al contrario, escuchamos sus recomendaciones para que seamos previsoras y contratemos un plan de pensiones privado. Lo cierto es que nadie como el Partido Popular ha degradado tanto el sistema de bienestar social que antaño disfrutamos y que durante los últimos años está siendo desmantelado.

Pocos días después, el 12 de octubre, me paraba a hablar con una mujer que, con las lágrimas aflorando en sus ojos, me contaba que se acerca a una “edad difícil” y que, llevando largo tiempo en situación de desempleo, está a la espera de solicitar la ayuda para mayores de 45 años. En ese momento de la conversación, como si el mundo se le cayera encima, rompía a llorar. Le preocupa no poder acceder a la medicación que necesita para hacer frente a la hepatitis C que padece. Su vida es la que pende de un hilo. Y, mientras se conmemoraba el Día de la Hispanidad, en pleno éxtasis patriótico, me preguntaba... ¿Pueden las banderas, las que se agitan para pedir independencia o unidad, dar una solución a los problemas de esta mujer? ¿Puede un trozo de tela garantizar la unidad de un país roto por el desempleo, los desahucios, los recortes sociales y la corrupción?

Permítanme que les cuente un poco más de esta señora. Trabajaba como limpiadora en un hospital, de lunes a sábado, en una subcontrata y cobrando una miseria por jornadas interminables de trabajo. Hasta que un día la salud no le aguantó y cayó enferma. Fue despedida y ella prefirió no denunciar, “porque no es fácil, porque lleva su tiempo y porque quería cerrar esa etapa de mi vida”. Desde hace 5 años, contra toda suerte de trabas burocráticas, pelea para que se le reconozca una pensión de incapacidad con la que sobrevivir dignamente. Y espero que lo consiga. Es más, estoy segura de que lo conseguirá.

El poder, ausente en los análisis del Fondo Monetario Internacional

Llamadme demagoga. Estoy preparada para ello y me da igual. Esta es la realidad que cotidianamente más y más gente vive en nuestro país. Y no hay ninguna bandera, no hay ningún trozo de tela, sean cuales sean sus colores, que les defienda y les proteja. Tampoco van a revertir esta ola de sufrimiento los Rajoy, los Camps, las Sáenz de Santamaría o los Casado que, atrincherados en las instituciones, únicamente piensan en su supervivencia política y en su lucro personal. Y, si no hay solución alguna en un trozo de tela ni en la clase dirigente que ha conducido a nuestro país al desastre, ¿en quién confiar? En la gente, en la mayoría social que ha sufrido la corrupción, los recortes sociales y la desesperanza durante los últimos años. Esa gente que fue capaz, y lo será de nuevo, de clamar en cada calle y plaza de nuestro país para exigir un futuro mejor.

Quien escribe estas líneas es una mujer sorda, que no tuvo la oportunidad de aprender la lengua valenciana. La entiendo y la signo, pero no la hablo. Quien escribe estas líneas forma parte de una comunidad lingüística, la lengua de signos, que no está asociada a ningún territorio, lo que viene a convertirnos en extranjeras en nuestra propia tierra. Por ello, ni puedo ni quiero tener bandera. El día en que en los bazares se pueda comprar una bandera de los derechos humanos, que defienda a quienes sufren y exija para ellos dignidad, la colgaré orgullosa en mi balcón.     _______________________________

Pilar Lima es senadora de Podemos.

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