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Contra el paro, ¿pensamiento positivo?

Sara Berbel Sánchez

Las políticas públicas de empleo (esas grandes olvidadas en nuestro país) están siendo objeto de un debate en Europa que determinará las actuaciones para erradicar el desempleo en la próxima década. Dos posiciones enfrentadas presentan distintas recetas contra el paro en la actualidad. Para algunos expertos, la desigualdad socioeconómica es el principal factor de paro y pobreza, una variable estructural que implica que determinados colectivos estén expulsados del mercado laboral. Mujeres, jóvenes, personas mayores de 45 años, inmigrantes, personas con alguna discapacidad o, sencillamente personas que nacen en el extrarradio tendrán más dificultades que la mayoría para encontrar un empleo. Del lado contrario, otros expertos afirman que no es la desigualdad estructural, sino que son los problemas psicológicos y relacionales, los determinantes para llegar a una situación de desempleo. Defienden que son la depresión, la ansiedad, la negatividad o la falta de relaciones personales, las que impiden encontrar un trabajo.

Como puede intuirse, las políticas que se derivan de una u otra posición son muy diferentes. En la primera, con el objetivo de erradicar la desigualdad, la implicación de las administraciones públicas es fundamental, requiriendo gran despliegue de recursos, presupuesto y personal. Por el contrario, quienes defienden la opción de abordar las patologías individualmente, creen que requeriría poco dispendio económico e incluso dicen contar con el apoyo del sector privado para mejorar el malestar psicológico de las personas en paro.

Recientemente, la London School of Economics, en colaboración con la OCDE, presentaron unos datos según los cuales la mayor parte de la infelicidad no se debe a factores económicos sino a enfermedades mentales y falta de relaciones personales. Sorprendentemente, eliminando la depresión y la ansiedad se reduciría la infelicidad en un 20% mientras que, eliminando estrictamente la pobreza económica, solo se reduciría un 5%. Richard Layar, el director de este estudio, señala que la evidencia demanda un nuevo rol de las administraciones públicas, no tanto creación de riqueza sino creación de bienestar (“not wealth creation but wellbeing creation”). En el pasado, añade, el estado se ha ocupado de la pobreza, el desempleo y la salud física pero ahora debería ocuparse de la violencia doméstica, el alcoholismo, la depresión y las condiciones de ansiedad, así como de la alienación. Aduce que estos aspectos deberían estar en el centro de las políticas.

De este modo, los autores de El origen de la felicidad se suman a la propuesta de terapias cognitivas masivas de corte behaviorista (que ya comenzó a implementar el gobierno británico en 2015 para personas en paro) al tiempo que devalúan las políticas de redistribución económica y justicia social por considerarlas caras y poco efectivas.

El paro baja en febrero en 6.280 personas, menos que en 2017

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La Asociación Psicólogos contra la austeridad, entre otras, han clamado ante tales aseveraciones. A la crítica por la metodología utilizada, se suma la sospecha de los intereses políticos y económicos que guían este modelo. El concepto de felicidad en el contexto actual parece un arma neoliberal muy efectiva. Si la premisa del malestar psicológico es que las personas perciben negativamente el contexto en que se hallan, el pensamiento positivo vendrá a solucionar el problema. Podríamos preguntarnos, en consecuencia, qué circunstancias deberían valorarse de forma positiva y ser aceptadas sin rebeldía: ¿la desigualdad socioeconómica? ¿el desempleo? ¿los salarios míseros? ¿la pérdida de servicios sociales? Cabe preguntarse si, en el fondo, no se estará buscando una fórmula para aceptar pasivamente –e incluso, si es posible, con alegría– los recortes que el modelo neoliberal está tratando de imponer en Europa.

Ya el famoso estudio de Los parados de Marienthal mostró que son el desempleo y la pobreza los que incrementan significativamente el riesgo de trastornos psicológicos, y no al revés. La Organización Mundial de la Salud ha publicado un informe en que muestra que las personas pobres tienen el doble de posibilidades de tener problemas mentales que las ricas, y lo mismo ocurre en los barrios más deprimidos de nuestro país.

Poner el acento en las terapias clínicas individuales aleja del imaginario social el contexto de crisis y recortes sociales. Coloca la culpa de la situación de pobreza y desempleo en las propias personas que la padecen, convirtiéndolas en víctimas doblemente, en lugar de en la estructura que las condena a esa situación. Y libera a las administraciones de la responsabilidad de desarrollar potentes políticas públicas para eliminar el desempleo. O huimos del falso debate entre necesidades psicológicas y políticas estructurales o el neoliberalismo habrá ganado la partida. ______________Sara Berbel Sánchez es doctora en Psicología Social

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