Plaza Pública

Los aumentos de productividad: la gran mentira

Fernando Luengo

Producir más cantidad y mayor calidad, en menos tiempo y con menos recursos. Este sería, más allá de los episodios de crisis, el gran activo del capitalismo, frente a los sistemas económicos que le han precedido en la historia. Donde fracasó el socialismo realmente existente —simbolizado por la Unión Soviética—, ha triunfado el mercado.

Una primera aproximación —en mi opinión, superficial y, desde luego, insuficiente— parece dar la razón a los que sostienen que el balance del capitalismo en materia de productividad es, sin paliativos, una historia de éxito. Cabe señalar al respecto la reducción de la jornada laboral, el aumento en la variedad y la calidad de los bienes y servicios puestos a disposición de las empresas y los consumidores y la reducción de su precio.

Con todo, quienes suscriben tan favorable balance deberían estar preocupados por la evidente desaceleración observada en el curso seguido por la productividad del trabajo y del capital a lo largo de las últimas décadas; desaceleración que es particularmente evidente en el mundo capitalista desarrollado. Esta evolución abre las puertas a un debate de gran calado sobre los límites sistémicos del capitalismo para reproducirse; límites que, dependiendo de la interpretación elegida, apuntan a factores como la atonía inversora, el imperio de la financiarización o el alza de la desigualdad. Una deriva en materia de productividad que, entre otras cosas, está detrás del aumento de la pugna distributiva y, en un contexto de cambio sustancial de la relación de fuerzas a favor del capital y en contra del trabajo, de la presión estructural sobre los salarios.

Trascendiendo ese debate —decisivo, sin duda alguna—, nos enfrentamos a otros asuntos, asimismo cruciales, que cuestionan, desde la raíz misma, el propio concepto de productividad. ¿Producir más con menos? Simplemente, es falso. El continuo aumento de la producción capitalista se alimenta, en un grado creciente, de una relación depredadora con la naturaleza, alterando de manera sustancial, quizá irreversible, los equilibrios biofísicos que sostienen la vida del planeta (y que, claro está, también sostienen la economía). El sistema de cuentas nacionales e internacionales a partir del que se levanta el complejo y sofisticado edificio estadístico convencional ignora y oculta el carácter extractivo e insostenible del capitalismo.

En un sentido similar, hay que cuestionar la nula o deficiente contabilización de las horas de trabajo, necesarias para la vida y para la propia supervivencia y reproducción del capitalismo, realizadas fuera del mercado. Trabajo llevado a cabo en su mayor parte por mujeres, invisibilizado, y, por supuesto, no remunerado (excepto aquella parte del mismo que presenta una dimensión mercantil y que lo ofrecen asimismo mujeres, en unas condiciones laborales en extremo precarias).

Resulta evidente que, en caso de contabilizar los costes reales de los procesos económicos —los de naturaleza medioambiental y los relacionados con los cuidados—, los datos sobre crecimiento y productividad ofrecidos por las estadísticas oficiales quedarían sustancialmente rebajados; una contabilidad rigurosa llevaría probablemente esas variables a territorios negativos.

Pero todavía hay una cosa más a destacar en esa construcción tramposa del indicador de productividad. Aunque las dificultades de reunir datos al respecto son, por su propia naturaleza, evidentes, se sabe que los trabajadores realizan un número sustancial de horas extraordinarias o simplemente no regladas (mal pagadas o sin remuneración). Lo mismo cabe decir con la aceleración de los ritmos de trabajo, dentro de la jornada laboral pactada. Son muchas las empresas —grandes o pequeñas; en sectores en decadencia o en progresión— que han encontrado un filón para acrecentar sus beneficios a través de intensificación de la explotación laboral. Claro, el resultado estadístico —una falacia más, a añadir a las anteriores— es la mejora del índice de productividad.

Los aumentos de productividad obtenidos de esta manera no son tanto la expresión de del éxito del capitalismo, sino de su perversión y descomposición. Y la utilización del indicador de producto interior bruto por trabajador ocupado o por hora trabajada solo sirve para intentar ocultar las vergüenzas y la realidad de un capitalismo a la deriva que necesita, con urgencia, una alternativa. ___________Fernando Luengo es economista de Podemos y miembro del círculo de Chamberí.

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