Plaza Pública

¿Qué necesitamos para cambiar nuestro país?

Teresa Aranguren Montserrat Muñoz Gaspar Llamazares

Cuando creíamos que nos habíamos adaptado al nuevo escenario, entonces nos cambiaron el libreto.

Creíamos que lo habíamos visto todo, pero si le das una oportunidad a la vida, ésta siempre te sorprende. Pensemos si no en los últimos años y hasta qué punto nos han ayudado a recuperar la capacidad de asombro: primero fue la crisis económica y la incapacidad del PSOE en el Gobierno para reaccionar, y para cuando lo hicieron, sólo supieron ponerse de rodillas ante las exigencias del Banco Central Europeo. Más tarde apareció el movimiento indignado del 15M como respuesta popular y de izquierdas a la crisis general en la que se había sumido el país; después, la aparentemente paradójica victoria conservadora del PP sucediéndose a sí mismo como alternativa creada como resultado de sus políticas; se multiplicaron las movilizaciones de resistencia a la austeridad y, finalmente, todo devino en la implosión de la representación política bipartidista.

El contexto hacía suponer que se abría una etapa nueva con cambios en la representación política, pero se quedó en un amago no consumado. No hubo cambios significativos en la política, tampoco en el gobierno, y mucho menos en el poder. Contra todo pronóstico, se mantuvo en las mismas manos de la derecha económica, política, judicial y mediática.

No obstante, el impacto simbólico de las movilizaciones y del 15M fue y sigue siendo muy importante. Esa resistencia social, los enunciados, la acción social reivindicativa y la ocupación misma del espacio público nos han librado, hasta ahora, de la versión reaccionaria de la ira social. Porque no olvidemos que el fascismo social es el resultado del nuevo contrato neoliberal.

En el caso de Catalunya, la opción independentista reforzada por el malestar social, la desconfianza institucional y la decepción democrática ha devenido en una respuesta de ruptura constitucional con un poso autoritario y un desprecio irresponsable hacia las consecuencias para la propia sociedad catalana y para el resto del Estado. La reacción del PP y de otras fuerzas ha doblado la apuesta, reforzando los tintes autoritarios de su gestión política, incrementando la represión, abusando de la razón de Estado y de los tribunales de justicia y quebrando la división de poderes propia de cualquier democracia madura.

Por eso llama la atención el esperpento de las derechas en competencia, agitando los símbolos patrióticos y desafiándose para ver quién responde con más dureza al desafío independentista en la perspectiva de conseguir pírricas ventajas electorales. Alborotan sin importarles las consecuencias, las heridas sociales, políticas o judiciales y penales infringidas. Y sin que ninguna de las derechas haya puesto encima de la mesa medidas que contribuyan a limar las aristas, mejorar la situación y permitir que se abra un diálogo productivo que normalice la situación.

La izquierda, en sentido amplio, ha pasado de la ilusión a la decepción en tiempo record, a la velocidad con que se transmite un tuit. Primero, con la aparición de Podemos como revulsivo, y cuando el impulso de la ilusión inicial perdía fuerza, con el relato épico de las primarias socialistas. La investidura frustrada de Sánchez fue una clara expresión de las dificultades de lo nuevo para gestionar una situación compleja y de lo viejo para sacar los pies y el cuerpo del fango.

El caso de IU muestra los límites del partido collage, una visión que sobrevalora las posibilidades de cambio sistémico –la famosa y desconocida “crisis de régimen”– y que reduce la política a una propuesta de cyborg organizacional: una fuerza política con una trayectoria de enorme dignidad convertida en un proyecto subalterno a la busca desesperada de la visibilidad. El espacio elegido para –como dicen en Venezuela– “pescuecear” descansa en el radicalismo verbal y una cierta estridencia discursiva y propositiva. Competencia inútil por la izquierda con el Podemos de Pablo Iglesias, que resta credibilidad al discurso.

De otra parte, al PSOE gobernante y realmente existente en las comunidades autónomas y municipios lo define su falta de proyecto, sustituido por las rentas del pasado de la construcción contradictoria de una suerte de Estado del medio-estar y por los intereses actuales de su mesocracia incrustada en la gestión. No han rectificado su deriva pragmática más que en la retórica. Al contrario, han continuado haciendo una cosa y diciendo la contraria, o al revés. El descrédito de los efectos de los recortes y ahora de los reinos de taifas de la mesocracia de los gestores, sus intereses y sectarismo político y profesional lo estamos pagando en malestar y desafección hacia los servicios públicos, la izquierda y la política en general.

Si miramos fuera de nuestro país y observamos el colapso de la socialdemocracia europea y la incapacidad de la izquierda transformadora para erigirse en un referente político del malestar, comprenderemos mejor lo que nos ocurre aquí, en España.

Nuestra percepción es que la izquierda en su conjunto no ha entendido suficientemente el cambio de paradigma que el neoliberalismo ha producido en la conciencia social y en el imaginario de nuestras sociedades. Ni la gestión reformista socialdemócrata al uso, ni el radicalismo descomprometido de una izquierda más estética que operativa son hoy una alternativa frente a la dominación de los poderes reales y la ira sin límite representada por una derecha neofascista. Por eso se da la paradoja de una derecha que gobierna y se hace oposición a sí misma, mientras la izquierda se agota en conflictos internos y personalistas o en gestos a cuál más radical, pero carentes de un auténtico y creíble refrendo en la realidad.

Este análisis en su conjunto es el que nos anima a defender Actúa como un proyecto útil y necesario para el cambio en la izquierda y en la política estatal. No podemos aceptar que el turnismo entre conservadores y neoliberales cosmopolitas sea el único escenario posible para nuestro país. Tampoco creemos que todo el caudal de esperanzas, cambio y resistencia que el 15M puso en movimiento quede reducido a una amalgama de ocasión con el único fin de ir tirando.

Creemos en la necesidad y urgencia de una transformación interna que vaya más allá del personalismo y de lo plebiscitario, en condiciones de articular representación democrática, participación directa y decisión con responsabilidad.

Actúa aspira a ser el revulsivo que ponga de manifiesto que la reconstrucción de la izquierda es tan posible como necesaria. Que la implosión de la representación, que la crisis del bipartidismo, que las evidentes grietas que se han abierto en el edificio del “régimen” han sido solo el primer paso, pero que queda todo por hacer en el proyecto, el programa y la forma organizativa. A ello estamos dispuestos a colaborar, con modestia, generosidad, ilusión, sin ánimo de excluir y con la clara voluntad de hacer de la izquierda alternativa un referente con capacidad para cambiar nuestro país y Europa. ________Teresa Aranguren, Montserrat Muñoz y Gaspar Llamazares son promotores de Actúa.

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