Plaza Pública

Credibilidad y poder

Miguel Lorente Acosta

La credibilidad no la da la realidad, sino el poder. Cuando M. Rajoy pregunta quién tiene más credibilidad, el líder de un partido con 84 escaños o el de otro con 134, lo que está preguntando no es quién de ellos dice la verdad, sino cuál de los dos será más creído en sus manifestaciones con independencia de lo que diga.

Por eso no sorprende que haga esas declaraciones justo al día siguiente de conocerse la sentencia de la Gürtel que recoge que su testimonio “no fue suficientemente creíble”, a él no le importa ese detalle. M. Rajoy es consciente de que lo que representan sus 134 escaños da la suficiente “verdad funcional” como para hacer creíble su palabra, de ahí su contraataque y los argumentos utilizados negando la evidencia.

Porque la palabra, además de ser pronunciada, tiene que ser creída, y eso lo da la voz del poder, no el silencio roto, cualquiera puede romperlo en forma de manifestaciones, testimonios, declaraciones, comentarios… Esa es la razón por la que, a pesar de que su declaración en el juicio no se corresponde con los hechos probados, hasta el punto  de que el propio Tribunal duda de ella, su credibilidad se mantiene lo suficiente como para no deducir testimonio por lo dicho y ser investigado por falsedad en la vía penal. Su palabra está por encima de lo divino y lo humano, de ahí que tampoco le preocupe, a pesar de sus creencias, usar el nombre de Dios en vano al hacerlo bajo juramento.

Y mientras todo eso sucede, las voces del PP se unen alrededor de su líder y hacen suyo el grito de la calle de estos días atrás, para decirle lo de “Mariano, hermano, yo sí te creo”, y mantener así la cohesión del grupo al tiempo de mostrar el poder matemático que dice que 134 escaños son más verdad que 84. ¿Quién necesita la realidad si tiene las palabras de la posverdad?.

Es un escenario similar a lo ocurrido con La manada, donde el sector ideológico de la sociedad que cuenta con 5 escaños en la sala del juicioafirma que su palabra es más creíble que la de quien sólo tiene uno. Da lo mismo que la sentencia haya sido condenatoria, la mayoría del 5 a 1 sigue utilizando los argumentos de la “verdad matemática” del poder machista para mantener las críticas contra la víctima. No importa el “detalle” de los “Hechos probados”,  el objetivo es negar lo ocurrido para intentar influir en lo que queda de este caso y, sobre todo, preparar el ambiente para los siguientes.

Para las posiciones de poder la realidad sólo es el principio, el elemento que inspira el relato interesado. Nada más.

En ese sentido, da igual todo lo que la sentencia de la Gürtel demuestra de manera objetiva, como igual da que la sentencia de La Manada dé por probado que existe un cuadro de estrés postraumático en la víctima, que se produjo una salida escalonada del portal (uno a uno) de los agresores, que la mujer quedara llorando dentro, que le quitaran el móvil y luego lo tiraran… todo ello difícil de relacionar con un “ambiente de jolgorio y regocijo”, como recoge el voto particular, o con una conducta llevada a cabo sin que la víctima estuviera intimidada, como traduce el fallo de la sentencia.

El poder tiene la capacidad de construir una estrategia que crea al mismo tiempo la realidad y el camuflaje necesario para ocultarla, y luego negarla. Lo vemos en los casos comentados.

La violencia sexual es consecuencia de la cultura machista que presenta a las mujeres como objetos, y otorga a los hombres la capacidad de deducir la “voluntad real” de las mujeres a través de la conducta que ellas llevan a cabo. Cuando se produce la violación, esas mismas circunstancias influyen para que se denuncie un 15-20% de los casos, y para que de ellos termine en condena sólo un 1%. A partir de ahí, el machismo toma el dato y lo manipula para afirmar que se trata de casos aislados que comenten unos pocos locos, degenerados  o alcohólicos, y que el 99% de no condenas en verdad son denuncias falsas, argumento que refuerza el mito de la “Eva perversa” que presenta a las mujeres como agresoras de los hombres que confían en ellas. Al final la víctima es la mala y los agresores unos pobres hombres”,”, de manera que toda su construcción se ve reforzada con los propios elementos que se producen bajo sus referencias.

Con la corrupción ocurre una situación parecida. Se produce como consecuencia del poder y se lleva a cabo utilizando todos sus instrumentos y recursos para que no llegue a ser conocida. Cuando salen a la luz  algunos casos, son tomados como el resultado de la conducta de determinadas personas que abusan de la confianza dada por quienes desempeñaban sus responsabilidades en la Administración, los cuales se presentan como víctimas de lo sucedido y de la denuncia, no como corruptos.

La estrategia, como se puede ver, es sencilla y eficaz, pues juega con la normalidad que crean las referencias del poder, y luego con los instrumentos que permiten condicionar el resultado en sus dos posibilidades: primero en la negación de los hechos, y después, si lo anterior resulta insuficiente y no queda más remedio que aceptar que han ocurrido, en la minimización y contextualización que lleva a restarles trascendencia por lo aislados que son y lo particular de las personas que los protagonizan.

La “verdad matemática” del poder es mentira. Los escaños pueden dar la razón, pero no la verdad, y eso es algo que deberían tener en cuenta M. Rajoy y tantos otros, pues el tiempo y el compromiso social contra el abuso de poder quita razones a quienes se las usurpan a la verdad. ______________Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la violencia de género.

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