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La resistible y frágil ascensión de Pablo Casado

Gaspar Llamazares

Ha terminado el Congreso del PP. Tal y como era previsible, se ha enterrado otra vez al marianismo, y con ello a los protagonistas de los gobiernos de la crisis, recuperando las esencias ideológicas y abriendo paso a las nuevas generaciones, nunca mejor dicho.

No ha caído el PP en el continuismo del gobierno del partido sin Gobierno, como sí hiciera el PSOE, de la mano de Rubalcaba, después de la caída de Zapatero como consecuencia de la gestión de los prolegómenos de la crisis, dando lugar a una larga y accidentada travesía del desierto de siete años hasta fechas muy recientes. Sin embargo, la crisis que ha llevado al relevo del PP no solo ha tenido el componente externo de los efectos sociales y políticos de su gestión, en concreto de la desigualdad social y la crisis territorial, también –y fundamentalmente– su corrupción estructural, puesta en evidencia por el primer fallo de la Gürtel.

Queda aún un rosario de casos de corrupción en los tribunales (Gürtel, Púnica, Lezo...), en distintas fases que, como gota malaya, golpearán la escasa credibilidad del partido y de sus dirigentes. Un cierre en falso pues de la crisis que corre el peligro de reabrirse en cada condena, más aún con un nuevo presidente del partido incurso en la investigación de los másteres fraudulentos de la URJC y del PP de Madrid.

Algo bien distinto ha ocurrido con la antigua Convergencia. Después de su refundación como partido democrático de Cataluña (PDeCat), se apresta ahora a integrarse en el proyecto de la Crida Nacional de Puigdemont, como si de un juego de muñecas rusas se tratara. Una huida hacia adelante ideológica, presidencialista y de proyecto político.

Precisamente, en eso es en lo único en lo que coinciden ambos congresos, en sus respectivas huidas de la política y la ética concretas para refugiarse en la falsa seguridad de los dogmas: de la nación española los unos y de la república catalana los otros.

El congreso del PP se ha limitado a resolver el problema del liderazgo a raíz de la renuncia y huida de Mariano Rajoy. En ningún momento se ha considerado necesaria una catarsis ética, ni la refundación política o programática del proyecto. Carencias de fondo que sin embargo han puesto en evidencia su situación crítica, más en concreto la anemia militante y la desafección ciudadana hacia el PP.

La puesta en marcha por primera vez de primarias ha provocado la aparición de nuevas contradicciones, no solo en el seno del partido entre democracia directa y representativa, dando lugar a resultados dispares, también entre lo predicado y lo practicado de cara a la sociedad y en relación al sistema electoral.

Tampoco ha sido posible ni un solo debate político entre los candidatos por miedo a su efecto divisorio en el partido y, sin embargo, no han parado en barras ambos para las descalificaciones personales, incluso sin autoría conocida. Un juego sucio de campaña subcontratado en la mejor tradición del espionaje y los dossieres del PP.

El congreso no ha suscitado mucho debate interno ni contradicciones políticas tan evidentes como que los mismos que defienden el gobierno de la mayoría, aunque sea minoritaria, y rechazan los pactos de despacho, hayan resultado elegidos por una coalición de perdedorescoalición de perdedores, precisamente con la que siguen descalificando al actual Gobierno de Sánchez. Por otro lado, aunque el programa político no estaba teóricamente en juego, ha aparecido una polarización de imagen y contenidos entre la gestión y la política, el pragmatismo y la ideología, la experiencia y la bisoñez. El congreso presidencial podría resumirse así: el vencedor ha resultado ser un hombre joven, que reivindica los principios ideológicos dogmáticos sobre el rechazo al aborto y la eutanasia, sin experiencia de gobierno, que se presenta como outsider frente a su propio gobiernooutsider, pero directamente afectado por una de las causas legítimas de mayor desconfianza en los políticos.

Pero lo más llamativo del citado congreso, y posiblemente letal para el PP, ha sido la escasa o casi nula relevancia de la denuncia de la corrupción y de los compromisos de regeneración, cuando ésta ha sido la causa fundamental tanto de su pronunciado retroceso electoral como de la reciente moción de censura. Da la impresión de que la regeneración del partido como alternativa de gobierno no ha estado entre los objetivos prioritarios del congreso; sí el pasar factura interna a la égida de Rajoy y disputar el espacio al nuevo competidor, hasta ahora amenazante, hoy cuanto menos desorientado, que es Ciudadanos.

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"Que la retórica no nuble la diana a la que hay que apuntar: el conflicto no reside en una diatriba política contra personas que piensan diferente o que proponen un nuevo modelo de convivencia, sino en hacer frente a personas que utilizan la política para colmar sus intereses personales. No son los discursos ni los programas políticos lo que más deberíamos temer, sino el alcance inimaginable de la doblez humana", como apunta Bertolt Bretch en La resistible ascensión de Arturo Ui.

  ______________________________________________Gaspar Llamazares es promotor de Actúa y portavoz de Izquierda Abierta.

Gaspar Llamazares

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