Plaza Pública

Antropofagia simbólica

Pablo Alcázar

Si se mira desde la óptica de la supervivencia y de la lucha por la vida, se puede entender el dicho: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. En tiempos, la realidad era todavía más sombría, cuando la escasez convertía al muerto, y no sólo simbólicamente, en el bollo que alimentaría a los vivos. Parece que en Atapuerca, hace 800.000 años, un campamento de Homo antecessor fue atacado por una horda de la misma especie, pero de distinto grupo, que mataron y se comieron a 10 individuos, casi todos ellos niños y niñas de corta edad.

También en Atapuerca, hace unos 400.000 años, la mente simbólica, la del hombre, crea los ritos funerarios y la cultura de la muerte que distinguen al ser humano del resto de las especies. La presencia en una cueva de la sierra burgalesa de Excalibur (un hacha de cuarcita primorosamente tallada) junto a gran cantidad de restos humanos y de oso, sin vestigio alguno que indique que los hombres prehistóricos vivieran allí o comieran o prepararan sus herramientas, ha llevado a pensar a los paleoantropólogos que quizá se trate de una pieza de ajuar funerario.

Miles de años después, surge el rito inaugural de la cultura religiosa de Occidente, la Eucaristía, en el que la antropofagia simbólica se mezcla con el sacrificio expiatorio. "El manjar eucarístico contiene, como todos saben –Trento dixit–, verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre, junto con el alma y la divinidad de Nuestro señor Jesucristo"; víctima expiatoria de los pecados de la humanidad y, al mismo tiempo, manjar que da la vida eterna. El que comulga, si nos atenemos a lo que dijo Trento, se está comiendo a un ser humano completo. En las semanas anteriores a la Toma de Granada, forzados por la falta de alimentos y la imposibilidad de avituallamiento, los defensores islámicos de la ciudad, regresando a Atapuerca, se comieron sus caballos, perros y gatos, así como a 260 cristianos que tenían en prisión.

Pero nadie le niega al ser humano la capacidad de progresar, de ir siempre más lejos. El Estado de Israel existe, en parte, gracias a las víctimas del Holocausto y al sentimiento de culpa que invadió a la humanidad por no haber podido evitarlo. Y en esto los judíos no se diferencian mucho del comportamiento que venimos observando desde hace cientos de miles de años en los miembros de nuestra especie y que se resume en el refrán: “El muerto al hoyo (o a la fosa común) y el vivo al bollo”. Las víctimas del Holocausto, en una adaptación judía de la Eucaristía, fueron, como Cristo, chivos expiatorios de la humillación alemana en la Primera Guerra Mundial y manjar que da la vida y la justificación al Estado de Israel, para siempre. Pero la Administración israelí cada vez se parece más a los verdugos nazis. Y esto sí es un avance, un inesperado progreso en el camino del embrutecimiento de la especie.

El pasado día 17, en Barcelona, tuvo lugar un episodio más de antropofagia simbólica. Los políticos, despreciando el dolor de los familiares de las víctimas fallecidas en los atentados yihadistas del 17 de agosto de 2017 y el sufrimiento inmenso de las personas heridas, que lograron salvar la vida, montaron un terrorífico banquete, una eucaristía espantosa. Corrieron todos a deglutir a las víctimas. Por no hacer mudanza en sus costumbres. ___________

Pablo Alcázar es profesor de Literatura.

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