Plaza Pública

Vuelve el hombre

Miguel Lorente Acosta

Parece que Pablo Casado, líder del Partido Popular, ha perdido el Norte y lo ha cambiado por el Oeste, al menos es lo que se deduce de sus declaraciones al presentar la Hispanidad como una de las “etapas más importantes del hombre”.

Sus palabras, además de las múltiples valoraciones que se han hecho sobre el rigor histórico y social que revelan, deben preocupar más por su significado actual y por el impacto directo que pueden guardar con las políticas que en su día ponga en marcha para abordar los problemas de la desigualdad y la necesaria promoción de la igualdad.

Me refiero al uso de “hombre” en un doble sentido. Cuando dice, por ejemplo, “la Hispanidad es la etapa más importante del hombre”, utiliza el término “hombre” para referirse a la “humanidad” y, además, usa el singular para incluir a todos los hombres y en ellos a todas las personas. Es decir, acude a la idea de hombre como valor que representa lo humano y como referencia directa que integra a todas las personas, hombres y mujeres.

Esa construcción, con independencia de que sea correcta desde el punto de vista léxico y gramatical, es reflejo directo del modelo androcéntrico que recurre a lo masculino como referencia universal y, a partir de ahí, estructura la realidad y organiza la convivencia sobre lo que los hombres han considerado a lo largo de la historia que es bueno para esa sociedad y convivencia, asignando roles, funciones, tiempos y espacios para mujeres y hombres de manera consecuente a ese modelo patriarcal.

Bajo esas ideas que relacionan lo de los hombres con lo universal y lo de las mujeres con lo particular, se entiende que son ellos quienes deben asumir los puestos de responsabilidad para desarrollar las tareas importantes, puesto que poseen los atributos considerados con un valor superior. Mientras que las mujeres, que según el modelo androcéntrico no tienen las características consideradas relevantes, deben ocupar un papel secundario bajo la supervisión del “hombre-hombres” y centrarse en aquello a lo que por “naturaleza” están abocadas: la maternidad, los cuidados, la educación en el hogar…

El modelo así entendido no considera que exista desigualdad ni discriminación, tan sólo, se dice, que los hombres hacen aquello para lo que están preparados y las mujeres lo que sus condiciones les permiten hacer mejor que los hombres. Es la idea tradicional de la “complementariedad” para que todo encaje dentro del modelo, que está presente desde el origen de la socialización a través de la división de roles, juegos, espacios y características entre los niños y las niñas, y que luego culmina en la adolescencia con los mitos del amor romántico, entre ellos el de la “media naranja” o el de que los “polos opuestos se atraen”.

Las palabras de Pablo Casado reflejan a la perfección la construcción machista y cómo se traduce al día a día. Por eso el líder del PP destaca como elementos de reconocimiento de la gesta realizada siglos atrás la expansión de la lengua, la cultura y la religión a través de la fuerza y la violencia, conductas propias de quienes ocupan una posición de poder que anula las referencias de quienes vivían en los territorios conquistados, que se llevan a cabo porque además de contar con el poder para hacerlo, consideran que sus referencias son superiores a las de los pueblos dominados. Me pregunto si piensa igual de la arabización de la península ibérica.

El problema podría ser de historia, pero no lo es. Es mucho más serio, puesto que lo que revelan las palabras de Pablo Casado no es un acontecimiento del pasado, sino una forma de entender la realidad presente. Una realidad caracterizada por la desigualdad del machismo en la que las mujeres son discriminadas, acosadas, abusadas, violadas y agredidas hasta la muerte (no debemos olvidar que la media anual de mujeres asesinadas por violencia de género es de 60). Y si no se reconocen las causas estructurales que han existido a lo largo de la historia, y que aún están presentes, difícilmente se podrán poner en marcha políticas para solucionarlas. Todo lo contrario, recordemos que esa forma de entender la realidad es la que llevó a Janusz Korwin-Mikke, eurodiputado polaco de su grupo, a pedir desde la tribuna del Parlamento Europeo legislar para que las mujeres cobraran menos que los hombres porque son “más débiles y menos inteligentes”.

Es lo que se deduce de algunas de las posiciones conservadoras que niegan los vínculos de la violencia que sufren las mujeres con el machismo, y tratan de reducir cada uno de los casos de todos los años a problemas individuales en el agresor, en la víctima o en las circunstancias, recuperando los mitos históricos del “crimen pasional”, o de la actuación bajo los efectos del alcohol, las drogas o algún trastorno mental. Y, si pueden, afirman que es un problema de los inmigrantes y extranjeros, y así “matan dos pájaros de un tiro”. Son posiciones que no creen en la igualdad ni quieren que se alcance, y que responden ante las políticas que buscan lograrla con argumentos como que todo es producto de la “ideología de género”, hasta el punto de llamar a las mujeres feministas “feminazis” y a la educación en igualdad “adoctrinamiento”.

Muy preocupante, sin duda, pero mi preocupación ante lo ocurrido no sólo está en las palabras de Pablo Casado, también me preocupa que mientras que prácticamente todo el mundo ha visto en ellas una posición “nacionalista” o “ultra-nacionalista”, casi nadie ha visto una posición machista, lo cual refleja la normalidad androcéntrica de la cultura que nos envuelve.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la violencia de género

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