Muchos lectores se habrán preguntado si el hecho de tener unos gobiernos de derechas o de izquierdas afecta a
la salud de los ciudadanos, como resultado de las políticas implantadas por unos u otros. Desde hace décadas los investigadores académicos han estudiado esto en relación a los ciudadanos de un país o región y en unos limitados periodos de tiempo. Desde la sociología, la economía y la salud pública, los factores políticos de estos estudios se han relacionado con unos indicadores conocidos como
resultados en salud.
Estos son datos relativos a, por ejemplo, la esperanza de vida,
la salud general autopercibida, la calidad de vida, el peso de los recién nacidos, la mortalidad infantil, la mortalidad adulta, el sobrepeso y la obesidad, la tasa de fumadores, la prevalencia de enfermedades crónicas, la salud mental, y la implementación exitosa de políticas sanitarias efectivas. La repetición del uso de estos indicadores en estudios realizados a lo largo del tiempo permite su revisión y comparación. En este tipo de trabajos, sin embargo, solo excepcionalmente se tienen en consideración enfermedades concretas tales como la diabetes, la neumonía, el cáncer, la tuberculosis, y las enfermedades cardíacas. Pues bien, realizando un análisis pormenorizado de los datos disponibles, un grupo de investigadores británicos se planteó si había algún grado de asociación entre los resultados en salud de las poblaciones y uno de los siguientes factores políticos: la democracia, el estado de bienestar, la tradición política (eje derecha-izquierda), y la globalización. Además, estos cuatro factores se analizaron bajo
la influencia de los factores económicos.
Revisando un total de 176 trabajos publicados en la literatura científica entre 1985 y 2017, Barnish y colaboradores han publicado en
BMJ Open un cuidadoso estudio que representa el trabajo más ambicioso en esta materia: nos permite conocer si existe relación entre las características políticas señaladas y los resultados en salud de la población no de un país o región, sino a nivel mundial. Cada uno de los factores políticos antes señalados se estudiaron en un número variable de esos 176 estudios.
La presencia de un régimen democrático encontró una asociación positiva con mejores resultados en salud de las poblaciones en
el 77% de los estudios. Para medir la democracia se tuvo en cuenta, entre otros, la presencia de elecciones y el número de años de democracia desde 1900.
El 77% de los trabajos que se ocuparon de la influencia del estado de bienestar demostraron que una mayor generosidad –verbigracia, un mayor gasto en salud y servicios sociales– se asocia a mejores resultados en salud de toda la población. En este tipo de estudios se podían comparar, por ejemplo,
la situación de los países nórdicos –sociedades con unos estados de bienestar bien establecidos–, con la de países con alternativas liberales o conservadoras.
Entre los estudios que analizaron la tradición política con los resultados en salud, el 88% observó
una asociación positiva de la salud de la población con políticas de centro-izquierda. En estos estudios, la tradición política se midió mediante datos tales como la duración en el poder de los diferentes partidos, la proporción de parlamentarios pertenecientes a los partidos de centro-izquierda y de centro-derecha, y el poder de la clase trabajadora.
Una conclusión muy relevante es que la democracia, los estados de bienestar
generosos y la tradición política de centro-izquierda, se asocian a
un mejor estado de salud de las poblaciones, no solo de países desarrollados sino también de los países en vías de desarrollo.
Por último, los estudios que se ocuparon de analizar cómo la globalización afecta a los resultados en salud de las poblaciones fueron los menos concluyentes, ya que solo la mitad la asociaron negativamente con la salud de los ciudadanos. Las medidas de globalización consideradas fueron, entre otras, la dependencia de la deuda, el comercio exterior, y la pertenencia a organizaciones como la Organización Mundial del Comercio. Todos estos estudios incluyeron datos sobre países en
vías de desarrollo.
Sin entrar en otras consideraciones políticas y económicas, y teniendo en cuenta que la globalización –que se antoja imparable– sólo parece que podría
influir negativamente en la salud de la población, yo, desde luego, preferiría vivir en una democracia, que nutra generosamente el estado de bienestar, y en donde proliferen las políticas de centro-izquierda.
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Rafael Dal-Ré es licenciado y doctor en Medicina
Decir que “un mejor estado de salud de las poblaciones “ es mejor en democracias con políticas de centro-izquierda queda bastante ambiguo, ¿qué es centro-izquierda? Lo que influye positivamente en la salud de la población no es tanto la financiación como el el tipo de modelo sanitario implantado.
“Si hacemos una comparación general de la eficacia de los sistemas de salud, las puntuaciones de los Estados Unidos son malas. El sistema de salud de Estados Unidos es uno de los menos eficientes del mundo. EE.UU. estaba en el puesto 34 de 50 países en el año 2017, de acuerdo con un índice de Bloomberg que evalúa la esperanza de vida, el gasto sanitario per capita y el gasto relativo como proporción del producto interno bruto. La Suecia “socialista” esta en octava posición y la “socialista” Noruega en la 11ª.
La esperanza de vida es una forma de medir, en general, el funcionamiento del sistema médico de un país, por lo que se utiliza como índice. En los EE.UU., el gasto sanitario promedio es de $ 9,403 per capita, o sea la friolera del 17,1% del PIB y, sin embargo la esperanza de vida es solamente de 78.9 años. Cuba y la República Checa – con una esperanza media de vida cercana a los EE.UU. con 79,4 y 78,3 años respectivamente- gastan mucho menos en sanidad: $ 817 y $ 1.379 per capita. Suiza y Noruega, los únicos países con mayor gasto per capita que los EE.UU. – $ 9.674 y $ 9,522 – tienen una esperanza de vida mayor, con una media de 82,3 años. ¿Por qué? Pues bien, el sistema de Estados Unidos “tiende a ser más fragmentado, menos organizado y coordinado, y es probable que ello implique ineficiencia”, según Paul Ginsburg, profesor de la Universidad del Sur de California y director del Centro de Políticas de Salud de la Brookings Institution en Washington.“
Artículo de Michael Roberts
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