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Trump en Andalucía

Bruno Estrada

Analizar lo que ha pasado en las elecciones andaluzas del 2 de diciembre de 2018 exige hacerlo en tres dimensiones: 1) especificidades andaluzas; 2) efectos de la política nacional en Andalucía; y 3) cambios globales en las tendencias políticas de los países desarrollados.

1. Especificidades andaluzas: en Andalucía la derecha ha sido capaz de construir una "identidad de los olvidados" enfrentada a la izquierda.

Enfrentada al PSOE resulta evidente en la medida que en gran parte de la sociedad andaluza había un hartazgo de treinta y seis años de gobiernos monocolores, de los innumerables procesos judiciales a la corrupción, del clientelismo de un modelo de “no desarrollo”, de los Señoritos de San Telmo (sede del Gobierno andaluz) en palabras de los dirigentes de Vox.

En la utilización del término Señoritos de San Telmo puede encontrarse un paralelismo con la apelación a la “casta” que hizo Podemos en el pasado.

Podemos e IU (Adelante Andalucía) no han podido formar parte de esa “identidad de los olvidados” porque, independientemente de sus críticas a la consecuencias sociales de treinta y seis años de gobiernos del PSOE, todo el mundo se olía que finalmente, de alguna forma, apoyarían un gobierno del PSOE.

Un elemento añadido a esto ha sido la incapacidad demoscópica, empezando por el propio CIS, de detectar este movimiento telúrico. Se estaba produciendo una importante y silenciosa movilización de la derecha, mientras que la izquierda esperaba con tranquilidad y confianza que todo siguiera igual, que la victoria iba a ser fácil.

2. Efectos de la política nacional en Andalucía: no hay efecto Pedro Sánchez.

Resulta evidente que para el PSOE andaluz no ha habido efectos positivos de la presencia en el Gobierno de la nación de Pedro Sánchez.

Es más, posiblemente, las cuestiones referidas al tema catalán y la inmigración han facilitado que la derecha andaluza, posiblemente una de las derechas más rancias de España, haya podido construir un relato de identidad nacional que le ha sido muy rentable electoralmente. Es muy probable que esta cuestión, en la misma magnitud, no sea trasladable al resto de España. En algunas Comunidades Autónomas es evidente que será contraproducente.

No hay que olvidar que en Andalucía el peso de la religión en la conformación de los valores de los ciudadanos es bastante mayor que en la media nacional. El que en una sociedad tengan un gran peso los valores morales basados en la religión tiene importantes consecuencias negativas sobre el grado de sociabilidad extensa, o universal. Donde los valores religiosos son imperantes la sociabilidad es más estrecha y está más fragmentada, restringida a quienes pertenecen al mismo grupo que comparte idénticos valores y creencias, y los ciudadanos son más desconfiados respecto a los desconocidos, como nos indica la Encuesta Mundial de Valores (World Value Survey).

En Brasil y EEUU las Iglesias protestantes integristas, o los grupos ultracatólicos han sido capaces de imponer un cerrado sentimiento de comunidad a una parte muy importante de la población, en gran medida los segmentos más pobres, de forma que limitan el sentimiento de comunidad a quienes comparten su fe. Al ser excluyentes con los demás es un magnífico caldo de cultivo para el racismo y la homofobia.

3. Cambios globales: La derecha sin complejos es capaz de movilizar a un electorado que tradicionalmente se abstiene porque incluso es parcialmente antisistema.

Cuando Vox o el Partido Popular de Pablo Casado hacen una defensa de unos valores –autoritarios, machistas, homófobos, racistas, negacionistas del cambio climático– que nos pueden parecen caducos y trasnochados, lo hacen con un claro objetivo, movilizar a su favor a una parte de los votantes pobres, cuyos intereses económicos son opuestos a los de las élites que apoyan a esos políticos, pero que se reconocen en valores propios de Sociedades de la Necesidad donde el materialismo está por encima de todo, donde impera el miedo al diferente, y los valores religiosos y tradicionales son preeminentes. Del mismo modo que lo hicieron Bolsonaro en Brasil o Trump en EEUU.

Saben que, tras la crisis de 2007, no pueden competir electoralmente con la izquierda en la hegemonía de las ideas económicas de lucha contra la pobreza y la precariedad por lo que intentan lograr una hegemonía cultural en otros ámbitos: el de la identidad nacional y la identidad religiosa.

La pobreza no es un efecto colateral o no deseado de un determinado modelo de desarrollo, es funcional para las élites económicas, ya que, en sistemas democráticos les permite seguir manteniendo sus privilegios. En la medida que los gobiernos de izquierda no sean capaces de revertir de forma palpable el enorme dolor social causado por las políticas de austeridad fiscal y devaluación salarial, y que se queden en un mero “postureo mediático”, la derecha sin complejos tendrá más oportunidades de reconquistar la hegemonía cultural: cuantos más pobres haya en una sociedad mayor peso tendrán los valores de supervivencia.

No obstante, la recuperación de la hegemonía cultural de la izquierda en el siglo XXI se hará a partir de un proceso social más complejo que en el pasado, ya que en las Sociedades de la Abundancia, cercanas en muchos casos a situaciones de pleno empleo, el trabajo no ocupa el mismo espacio de centralidad que hace un siglo.

Aunque España se puede seguir considerando una Sociedad de la Abundancia, en términos de comparación internacional, resulta evidente que para muchos españoles, después de una década de políticas de austeridad fiscal y devaluación salarial, nuestro país se sitúa muy cerca de algunas Sociedades de la Necesidad.

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Por ello la hegemonía cultural de la izquierda en el siglo XXI debe construirse a partir de la confluencia de diversas hegemonías: del mundo del trabajo, del feminismo, de la ecología, de la democratización de cada vez más aspectos de la toma de decisiones sobre nuestra vida, etc. Las imprescindibles alianzas entre el mundo del trabajo y otros movimientos sociales y políticos deben plantearse desde dos perspectivas:

–La creciente multiplicidad de sujetos y luchas transformadoras hace que los sindicatos ya no sean el único espacio de socialización de los trabajadores, como sucedía en el pasado, aunque no puede olvidarse que seguirán jugando un papel esencial, ya que el conflicto capital-trabajo sigue siendo muy importante para reducir la pobreza y construir sociedades más igualitarias.

–Los nuevos movimientos sociales y los sindicatos deben construir alianzas sobre cuestiones que, si bien no giran alrededor del mundo del trabajo, no les son ajenas a los trabajadores en tanto que ciudadanos, como las cuestiones medioambientales, de reconocimiento pleno de la igualdad de la mujer, de derechos humanos, etc. De esta forma los sindicatos hoy en día deberían recoger las palabras que Eduard Berstein ya dijo hace más de un siglo: “Una organización que quiere defender a los trabajadores no puede estar ajena a la lucha por los derechos de otros grupos sociales”. _______________Bruno Estrada es economista y adjunto al secretario general  de CCOO

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