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Plaza Pública

El límite del cielo

Ignacio Paredero Huerta

¿Tienen límites las utopías?

En principio, las utopías son aquello que nos permite soñar para avanzar, son lo que nos señala el paraíso que aspiramos alcanzar, volando con fuerza. Visto así, la utopía nunca debería tener límites. Pero los tiene.

¿Cuáles son los límites del cielo?

El primer límite es el de la realidad, el de la materialización. Cuando una utopía se alcanza, se toca, se materializa, deja de ser una utopía, deja de ser el cielo para convertirse en la tierra. En ese momento, la utopía muere de éxito. Lo ya conseguido no puede ilusionar e inspirar más. Los sueños, la ilusión, no lo son cuando son reales, pues la realidad es lo contrario del sueño y la ilusión, aunque esté definida por estos.

El segundo límite es la impotencia, la imposibilidad, la desesperación. Cuando se percibe la utopía como absolutamente imposible, cuando se hace imposible siquiera soñar un mundo efectivo con la utopía, cuando la última persona que cree posible esa utopía se rinde, esa utopía muere. La utopía debe parecer posible y deseable. Debe haber elementos reales en ella, no puede ser un delirio, sino un sueño que se convierta en destino. Debe ser posible destruir lo viejo mientras construimos lo nuevo. Debe ser algo imposible que puede ser.

El tercer límite es el fracaso, el avanzar hacia la utopía y producir resultados indeseables, negativos, perniciosos. Las utopías, por propia definición, son un caminar largo, un proceso que avanza. Y ese camino está lleno de peligros. En los avances parciales, podemos errar, podemos equivocarnos y la dirección apuntada puede mostrar errores graves que, al final, pueden desilusionar a los que sueñan con el cambio y ese mundo mejor. La utopía debe mostrar, a cada paso, que el avance es real, que beneficia a todos.

El cuarto límite es el miedo, la inseguridad, la oscuridad, la distopía. Cuando una utopía parece apuntar hacia el desastre, cuando parece que va a llevar a más problemas de los que va a resolver, cuando genera rechazo, odio, conflicto, cuando acaba apareciendo como un retroceso, entonces esa utopía está perdida, pues la desilusión llega pronto, junto con aquellos que la señalan como indeseable y peligrosa.

El quinto límite es el statu quo y el poder. Cuando la utopía (¿cuándo no?) amenaza a los poderosos, a los que quieren mantener el statu quo, rápidamente aparecen grupos que se oponen frontalmente a esa utopía, que la señalan, la persiguen, la odian, la estigmatizan, la caricaturizan, con el objetivo de que no se extienda, de dividir su apoyo. Apelarán a la impotencia, al fracaso y al miedo. Dirán que la situación actual es mucho mejor que esos cambios imposibles, indeseables y, en el fondo, distópicos, que debemos huir de ello, evitar todo lo malo que tienen, ser realistas y asumir las cosas como son. Que no debemos soñar ni tener ilusión, porque saben que soñar es cambiar la realidad, porque si un millón de gatos sueñan juntos, el mundo será otro.

Qué tarea tan titánica, la utopía. Debemos ir hacia ella pero si la alcanzamos morirá. Es imposible, pero debe parecer posible. Es tremendamente frágil a los errores en el camino, depende mucho del cómo se alcance, incluso más que de la utopía misma. No debe conjurar pesadillas, miedos, temores. Y para terminar, debe sumar suficientes fuerzas para poder enfrentar a los poderosos, para poder hacerse realidad frente a los que no quieren los sueños, sino sus realidades.

¿Una utopía más?

Pensemos en todo esto, los que trabajamos para soñar otro mundo posible. Quizá, a veces, lo perdemos de vista entre marcas, pactos, acuerdos, campañas y demás.

Hablemos de utopías que ilusionen. Es, quizá, lo más realista que podemos hacer para ganar. ______________

Ignacio Paredero Huerta es activista LGTB+, sociólogo y politólogo. 

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