Plaza Pública

Una mirada sobre la situación política en Andalucía

Fernando Magro

Han pasado 40 días desde el 2D. La decisión democrática de los andaluces expresaba un cambio sustancial tras más de 36 años de gobierno ininterrumpido de los socialistas en Andalucía.

El PP ya había sido votado como la primera fuerza política en las elecciones andaluzas de 2012, pero no pudo formar gobierno por no encontrar apoyo suficiente en otros partidos para conseguir la mayoría necesaria contemplada en nuestro sistema político de base parlamentaria.

Entonces, el perpetuo aspirante, varias veces ministro, Sr. Arenas, ya dejó clara su interpretación política de que siempre debe gobernar el partido más votado. Teoría que el PP ha mantenido machaconamente hasta el 2D, casi constituyendo un cuerpo de doctrina que también ha contagiado a Cs en su afán de interpretador reformista del modelo constitucional en esta importante materia.

Fue tan inesperado el resultado para todos que el PP y Cs no tuvieron tiempo de reflexionar sobre la importancia del hecho político al que estaban asistiendo y su importante protagonismo. Tampoco de valorar en su auténtico significado, para el conjunto del espacio político andaluz y del conjunto de España, lo que también estaba simultáneamente ocurriendo.

Ocurría que la izquierda, por sí sola, no tenía mayoría suficiente para formar de nuevo gobierno y aparecía con importante representación por primera vez en España en unas elecciones de importancia, como las de la región más poblada, un partido de extrema derecha con claras propuestas inconstitucionales, al que algunas encuestas le habían dado un cierto crecimiento, que podría incluso reportarle algún diputado en aquellas provincias en las que se eligiera un número elevado de diputados.

Tampoco el PP y Cs tuvieron tiempo, ni tranquilidad, ni madurez suficiente para evaluar que ese partido que era una excrecencia por la derecha del PP y cuyo líder había militado primero en el País Vasco y luego ocupado cargos de libre designación y había sido pródigamente mantenido y alimentado por el gobierno del PP de Madrid, no solo estaba obteniendo un espectacular resultado, sino de que se convertía en el árbitro de la nueva situación política, en el que el juego iba ser a cinco.

Fueron horas, pocas, de estupor y de apresuradas declaraciones que iban a condicionar de forma muy determinante importantes decisiones. Son las que ahora se están planteando, analizando y gestionando y que a corto y medio plazo pueden tener un carácter irreversible de especial trascendencia política para toda España.

La voluntad de los ciudadanos, al final, se concreta en cifras. La aritmética se convierte en herramienta determinante de la política.

Un repaso de esas cifras nos ayudará a entender mejor la situación resultante del proceso electoral del 2D y también lo desafortunado y poco responsable de las actitudes, declaraciones y compromisos que esa noche tuvieron lugar.

Los responsables del PP y de Cs salieron a los medios de forma clamorosa y entusiasta declarando de forma inmediata y solemne que los andaluces habían dejado claro que querían un cambio. Un cambio radical. Acto seguido interpretaron la voluntad de ese cambio que consistía en expulsar del gobierno –por fin– al Partido Socialista que había traído a Andalucía hasta la dramática situación en la que se encontraba.

Expulsar del gobierno a un partido corrupto. Expresado de forma vehemente y rotunda por los representantes del PP, partido que como consecuencia de una rotunda sentencia de la Audiencia Nacional había sido desalojado por vez primera del gobierno de España en una moción de censura presentada por el PSOE y que proponía como presidente de gobierno a su secretario general, que ni siquiera era diputado. No recordaban esos cualificados portavoces del PP que se cuentan por centenares sus altos responsables juzgados, condenados e incluso en prisión, por casos que por bien conocidos no deberían dejar de sorprender e indignar.

¿Alguien perteneciente a ese partido puede indicar solemnemente, sin despeinarse, que los andaluces han decidido expulsar al PSOE como partido corrupto del gobierno de Andalucía? ¿Alguien que fue de la máxima confianza de Javier Arenas y secretario de Estado de Ana Mato?

Ese alguien era su candidato Juan Manuel Moreno; Juanma, que no había apoyado al nuevo megatitulado líder Pablo Casado en la primera parte de las primarias del PP; lo había hecho con entrega a su seria contrincante: Soraya Sáez de Santamaría, que las ganó en Andalucía. Todas las previsiones eran, antes de las 10 de la noche del 2D, que la esperada nueva derrota del PP y su imposibilidad de gobernar Andalucía y en cuya campaña se había volcado el nuevo líder, que también se vería por ello censurado, se saldarían con la inmediata renuncia del candidato que pasaría al retiro y a la concurrida categoría de “esa persona de la que usted me habla”. Sería el gran perdedor; el gran culpable, por su tarea desafortunada en la oposición durante los últimos años, por no tener liderazgo, por ser “sorayista”; por cualquier otra cosa que valiera para no fijar la atención en Pablo Casado.

Pero de repente este candidato al destierro político radical se podía convertir en la esperanza blanca del nuevo PP que salvaría a Andalucía del “régimen” corrupto socialista. Y todos salieron a apoyarle en tromba. Sin pararse en dato alguno.

El resultado del PP de esa noche fue el peor desde las primeras elecciones andaluzas de 1982. En relación con 2015, perdieron 260.000 votos (6.1 puntos) y 7 diputados. Solo podían alardear de que Cs no les había sobrepasado. Habían obtenido 26 diputados de 109 y Cs 21.

Pero lo importante era que el previamente desahuciado Juanma podía mágicamente, por la voluntad de los andaluces, de los que solo participaron menos de 6 de cada 10, ser el renovador del centroderecha español en una nueva reconquista. En este caso de sur a norte para mayor gloria.

Pero no sería mágicamente, se precisaría algo más realista y pragmático, de lo que no querían hablar en esa noche “triunfal”.

La mayor euforia se pudo observar en la salida pletórica ante sus seguidores del equipo de Cs, con su líder andaluz al frente, que solo unos meses antes había roto con Susana Díaz, a la que había apoyado durante casi cuatro años en el gobierno y con la que Albert Rivera le había mandado que lo hiciera, para desencadenar con elecciones anticipadas el proceso electoral masivo de 2019 que le tiene obsesionado en sus urgencias de acumular poder.

Cs había entendido lo mismo que el PP. El mandato era nítido: expulsar al PSOE del gobierno de Andalucía, ese que hacía tres meses consideraban inmejorable. Pero, además, Marín se proponía también como el nuevo salvador de Andalucía. Ya había dos candidatos. El PP también le parecía a Cs corrupto y representante del pasado. Ellos realmente eran la regeneración que no había podido regenerar a Susana Díaz, sino intentar consolidarla. Pero, al menos, Cs si había tenido un buen resultado electoral. Había pasado de 9 a 21 diputados y del 9,3 al 18.3% en votos, 300.000 más que en 2015. En esta ocasión el minoritario en el acuerdo de gobierno no se veía castigado sino muy premiado electoralmente. ¿Tendría algo que ver en ello el conflicto en Cataluña? Tampoco era el momento de hacerse esas preguntas. Ya habría tiempo.

Los perdedores

Al final de la noche aparecieron los perdedores.

La gran derrotada y que tenía por voluntad popular que ser expulsada del gobierno, era la ganadora de las elecciones. Con pérdidas muy notables entre ambos procesos electorales autonómicos, 400.000 votos (7,4 puntos) y 14 diputados. En aquel ambiente emocional, frenético e interesado y ciertamente poco consciente de lo que estaba en juego, ese mal resultado parecía impedir encontrar apoyos para poder gobernar, lo que precisaba sumar 55 diputados. Con Adelante Andalucía, opción a su izquierda y también clara perdedora, solo se llegaba a 50.

Pero es preciso seguir con las cifras.

El centro derecha exultante triunfador del cambio, sumaba 47 diputados, frente a esa izquierda socialista-comunista, que sumaba 50.

Algo no se estaba explicando, o entendiendo, o sobreentendiendo.

Faltaban 12 diputados hasta llegar a 109. Y a ambos “bloques” les faltaban diputados para llegar a los anhelados 55 de la mayoría absoluta.

Pero estaban allí presentes, era Vox, también eufóricos y con su propia estética y su propio estilo y su arrogancia, que ponía en una octava más alta el éxito: la expulsión de los socialistas del gobierno en su frecuencia sonaba a eliminación de socialistas y comunistas de la sagrada tierra andaluza, parte de la sagrada e indisoluble patria común de todos los españoles puesta en riesgo por estos golpistas. Ellos sí que comenzarían la reconquista.

El PP pareció verlo en aquel momento ya muy claro. Juanma sería el elegido. Todo el “centro-derecha” había hablado y había decidido expulsar a la izquierda corrupta socio-comunista de Andalucía empezando por expulsarlos del gobierno. Vox no era la extrema derecha, eran compañeros algo alejados y algo confundidos, que serían de nuevo muy bienvenidos a la casa madre en la que siempre habían estado de forma confortable, hasta que el indeciso Rajoy mal rodeado de tecnócratas y leguleyos, les había abandonado e incitado a tener voz propia. Vox era esa voz propia que representaba valores del proyecto de la derecha española que ya encarnó Fraga, consolidó Aznar y dilapidó Rajoy. Los valores anteriores al 78.

Que nadie tuviera ninguna duda. Allí estaba el gran y renovado PP-Vox para poner orden en la política española que había descarrilado el 1 de junio por la acción de los golpistas catalanes para colocar al frente de los destinos de la Patria a un ambicioso Pedro Sánchez, incluso reprobado por su propio partido y que solo pensaba “okupar” La Moncloa a cualquier precio.

Y en esas horas se dijeron muchas cosas y se soltaron muchas palabras ahora de difícil recogida, que están enredando aún más si cabe, cada momento que pasa, el laberinto de la política española que parecía vacunada, después de la singularidad de sus 50 años de dictaduras del siglo XX, 40 de ellos de orientación fascista, de la vuelta a las instituciones de los que tienen una trágica concepción de la convivencia, en la que solo caben unos.

Había otras opciones. Ayudémonos otra vez de la aritmética.

Al margen de desistir de una vez por todas, y por todos los partidos políticos, de pedir el gobierno para el partido más votado, siguen siendo posibles otros escenarios dentro de la Constitución, de la normativa electoral, de la apuesta por la convivencia y, sobre todo, de la responsabilidad cívica y de la decencia.

El PSOE y Cs suman 54 diputados. Uno menos de la mayoría absoluta. Cabria la posibilidad de que hablaran como han estado hablando durante cuatro años. Dejaron de hablarse por un asunto de tanta relevancia como la supresión del aforamiento de los políticos, solo en el ámbito de Andalucía, cuando parece cada día más amplio el consenso sobre este asunto en el ámbito estatal. ¿El discurso actual sería distinto, si sumaran 55?

Podrían ponerse condiciones. Muchas. Cs conoce los entresijos de lo que pueda haber en los despachos del Gobierno andaluz, han estado con ellos, muy cerca, hablando de forma continua durante cuatro años.

Incluso por elevación podrían cuestionar la figura de la actual presidenta en funciones. Podrían reproducir muchos de los asuntos políticos que fueron objeto, no tanto tiempo atrás, del acuerdo con el PSOE en el ámbito estatal, y que dio lugar a una primera y fracasada moción de censura de Pedro Sánchez.

Si al final llegaran a una aproximación gobernarían en coalición con el PSOE, como ahora se plantean con el PP, y presididos por Susana Díaz o por otra persona consensuada del grupo parlamentario del PSOE. Impedirlo conduciría a una repetición de elecciones para lo que se tendrían que unir los votos de PP, Vox y Podemos, y ello durante meses con un gobierno en funciones presidido por Susana Díaz.

Seguro que esto sería complejo, sobre todo, por la reacción esperable de Podemos, que en el ámbito estatal se ha decantado, primero con la moción de censura y luego con sus siempre reticencias, a apoyar al PSOE en el proyecto más emblemático que representan los Presupuestos Generales del Estado. Sería difícil de entender y de gestionar y de explicar. Pero la alternativa aún es más difícil de entender y de explicar. Es simplemente dejar en manos de las derechas extremas el gobierno de Andalucía y una amenaza de ese modelo al resto de diversas ofertas electorales del 26 de mayo. Se trata de elegir entre lo no deseable y lo peor. Para cualquier partido responsable, debería ser, en el actual escenario español, con todas las diferencias imaginables posibles, permanecer en el marco constitucional y en su modelo territorial descentralizado perfeccionable, revisable, ampliable, pero no eliminable, como propone Vox.

Si en todo caso después de hablarlo, valorarlo y pelearlo, ese escenario no fuera posible, el diálogo habría merecido la pena. Pero no se acabaría ahí. Hay otras posibilidades.

El PSOE y Podemos suman 50 diputados. También pueden formar gobierno. Precisan el apoyo en primera instancia, poco esperable, de Cs. Su abstención sería suficiente, porque lo que queda, la extrema derecha y la derecha extrema, son 38 diputados. Cs podría plantear sus propuestas y, disponiendo de la Presidencia de la mesa del Parlamento y la responsabilidad de seguir en un entorno de democracia occidental y constitucional, recorriendo ese difícil camino que todo entendimiento entre opciones políticas confrontadas significa, pero que es preciso abordar cuando, de no hacerlo, se camina entre discusiones y gritos hacia el abismo.

También en este caso podría cuestionarse la Presidencia. Su debate no sería fácil para el PSOE, como no es fácil todo lo demás para Cs en este caso y para Podemos, en el anterior.

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Y hay otra opción; la peor. La que estamos a punto de cerrar. Un gobierno dirigido por un desahuciado vicario, apoyado por una organización fascista, llamando a las cosas por su nombre y sin trivializar el término, y ambos dirigidos a distancia por la internacional ultra neoliberal en cuyo consejo de administración ocupan puestos relevantes Trump, Bolsonaro, Netanyahu, Salvini, Orbán y demás segundos niveles de la ultraderecha europea y latinoamericana, y con Aznar como consejero delegado en España.

Y todavía queda otra opción indeseable. Los tiras y aflojas de unos y otros, midiendo espacios y tiempos con postureos y reacciones demoscópicas y explotaciones de las redes sociales previamente calentadas, que condujeran a nuevas elecciones, que nos situaría de nuevo en mayo.

Alguien debería tener y demostrar visión de Estado, lo que Rajoy llamaba, pero sin aplicarlo, sentido común, en este lamentable escenario que un inesperado resultado en la noche del 2D no supo, o no quiso interpretarse, con altura de miras, esa expresión que tanto le gusta a la derecha española, sobre todo cuando se la demandan a los demás.

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