Plaza Pública

La casa común frente a Actúa

Gaspar Llamazares

Han sido un lugar común en campaña los llamamientos a la unidad y al voto útil por parte de los partidos del bipartidismo. Un voto útil funcional a la convergencia sustancial de programas y modelos de gestión que colapsó con la crisis económica, la austeridad y su amplificación en forma de crisis de la política y la democracia.

Sin embargo, lo extraño y paradójico es que en un momento pluralista, con nuevas sensibilidades y nuevos partidos que pretenden representarlas, vuelva esa llamada anacrónica al voto útil, esta vez más allá del bipartidismo, por parte también de alguno de los nuevos partidos de la izquierda como Unidos Podemos.

No está muy claro si se trata también de un reconocimiento implícito de la insatisfacción y la decepción provocadas por el contradictorio balance de su aterrizaje en la política real, de la fusión subordinada de relatos, culturas y políticas, o de unas prácticas que han dejado atrás las proclamas de la democracia participativa para sustituirlas por las viejas seguridades de la exclusión del discrepante y el personalismo.

En vez de leer en ella el trasfondo de una crisis de representación que se prolonga y amplía a lo largo de la década de la crisis y se acentúa con el ajuste, lo fácil es denostar la pluralidad como división y anunciar pérdidas electorales sin cuento, para a continuación responsabilizar de ello a los demás y añorar la seguridad de los partidos actuales como casa común imprescindible para superar las barreras electorales y disputar la mayoría.

Porque en los últimos días de precampaña, no es sólo el PP el que avisa de la división y canta a la unidad bajo sus siglas amenazadas por la emergencia de Vox. Tampoco resulta novedoso el intento del PSOE con una convocatoria electoralista, anticipada y prematura, de convertirse en el único partido que puede frenar la suma de las derechas y garantizar el progreso, de nuevo amenazando miedo, esta vez frente a la extrema derecha.

Lo que resulta paradójico es que se sumen con entusiasmo a esta campaña los autodenominados partidos de la nueva política en la izquierda. Una nueva política que se vuelve vieja por momentos. Poco queda del “no nos representan” y de la necesidad urgente de nuevos partidos y representantes para canalizar la indignación ciudadana y renovar la vida política. A no ser que, según éstos, las causas de la indignación hayan caducado, o que por el contrario los nuevos partidos y la nueva representación colmen ya con creces las necesidades actuales de representación. El clásico quítate tú para ponerme yo.

Da la impresión de que las causas no solo siguen operando, sino que se profundizan, y entre ellas, en particular, el malestar social con la desigualdad provocada por la ruptura unilateral del contrato social y la desconfianza y pérdida de credibilidad por la impotencia política frente al mercado y por los casos de corrupción de las instituciones democráticas.

Tampoco parece que el efecto del malestar y la desconfianza en la representación se haya terminado. No lo ha hecho en la derecha, donde el fulminante de la reacción autoritaria global y la corrupción interna han provocado la aparición de un nuevo partido institucional de la extrema derecha. Tampoco lo es en la izquierda.

Por mucho que se esfuercen no podrán ocultar con argumentos simplistas, como la manipulación de las encuestas o los medios hostiles, que las últimas elecciones muestran un cada vez mayor volumen de electorado huérfano en la izquierda, que no se siente representado ni por el pragmatismo del nuevo PSOE, ni por la gestualidad de Unidos Podemos. Nos encontramos ante un electorado de izquierdas que ha estado en las movilizaciones, que ha apoyado la investidura de Sánchez y luego la moción de censura, pero que esperaba una agenda al menos de cambios mínimos que recompusiese el contrato social, regenerase la política y defendiese la opción de una España federal sin dogmatismos, pero también sin ambigüedades.

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Pero, al parecer, lo que es evidente e incluso virtuoso para movilizar los diversos electorados de la derecha se convierte por contra en estigma y desmotivación en la izquierda, según sus partidos institucionales y sus pensadores realmente existentes. Según ellos, la representación de la izquierda estaría ya completa con las dos grandes opciones o casas comunes, aunque con el reconocimiento eso sí de alguna fuerza ya existente adicional de ámbito territorial. Una suerte de bipartidismo imperfecto en la izquierda para hacer frente al tridente de la derecha.

El último argumento es el sistema electoral, precisamente por parte de aquellos que han olvidado la prioridad de su reforma desde la soberbia del veinte por ciento. Y sin embargo, nada más contradictoria esa llamada a la resignación con lo existente, con la necesidad de movilizar al electorado decepcionado de la izquierda para sumar una mayoría de gobierno sin hipotecas.

Porque de eso se trata, de sumar y multiplicar fuerzas, no de vetar o dividir. De eso trata el proyecto de Actúa. Y no entenderlo entre las fuerzas progresistas y de izquierdas es un error que podemos volver a pagar, cada vez con facturas más caras. ________Gaspar Llamazares es candidato a la Presidencia del Gobierno por Actúa

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