Plaza Pública

Podemos año cinco: Tic-tac, Tic-tac… 28A

Miguel del Fresno

El 24 de enero de 2015 en Valencia, Pablo Iglesias afirmó en un discurso ante su audiencia: “Tic-tac, tic-tac. El 31 de enero empieza la cuenta atrás para Mariano Rajoy”Mariano Rajoy, en referencia a una manifestación de Podemos convocada para ese día en Madrid que supuso una cima política para él y para Podemos. La metáfora del tic-tac, como muchas otras generadas desde Podemos, tuvo un significativo efecto contagio, siendo repetida múltiples veces por todo tipo de perfiles en Internet. Al inicio de 2015 Podemos parecía imparable, tanto que el mismo Iglesias se atrevió a afirmar: “Este año comenzamos algo nuevo: vamos a ganar las elecciones al Partido Popular”. Además, Pablo Iglesias comparó aquel 31E con el 2 de mayo de 1808. Ya sabemos lo que ocurrió electoralmente. Lo que sí provocó Podemos entre 2015 y 2016, quizás su mayor impacto político real, fue la mayor crisis de identidad de la historia del PSOE, de la que sólo se ha comenzado a recuperar en 2018 tras ganar Pedro Sánchez la moción de censura contra Mariano Rajoy.

Durante los últimos cuatro años he analizado a Podemos como investigador social, tomándolo en serio desde su emergencia en 2014 y discutiendo sus actos y consecuencias. En sus inicios, cuando gracias al uso inteligente de la comunicación fue capaz de reconectar, por medio de enmarcados eficaces (casta, ciudadanía, candado del 78, etcétera), lenguaje y realidad social de un tiempo de crisis sin precedentes, de extensas capas de la sociedad. Buena parte del empuje y aceptación inicial de Podemos se basó en cómo ofrecieron una definición de la realidad, alternativa a la agenda pública propiciada por el bipartidismo, apelando al discurso del bien común. Ese fue parte de su verdadero asalto al poder: modificar la definición de la realidad que había impuesto la resignación fatalista del bipartidismo alrededor de la crisis económica y social tras seis años de crisis. Hoy cabe analizar si la realidad está a la altura de los discursos y los principios.

Podemos no surgió del 15M, una mística fabricada desde el partido, sino tres años más tarde. Podemos se benefició del fracaso del 15M a la hora de articularse políticamente y no solo socialmente. Podemos sí supuso –lo hiciesen de forma intencional o no, allí estaba esa necesidad–, la válvula de escape de la ira y el miedo social del 15M contra el inmovilismo y el fatalismo del bipartidismo y la privación generalizada de derechos. En mayo de 2014 –cuando se había inscrito como partido solo tres meses antes– irrumpió electoralmente con más de 1,2 millones de votos, aglutinando un consenso colectivo alrededor de un discurso del bien común, hoy ya marginado. Algo que hizo crecer electoral, social y políticamente a Podemos en las elecciones municipales y autonómicas de 2015.

Pronto Podemos abandonó tácticamente las propuestas políticas de sus inicios, como el impago de la deuda, la banca pública, la salida del euro y de la OTAN o la renta básica generalizada, entre otras. En definitiva, Podemos comenzó a institucionalizarse y, como mencionaba en 2015 en Podemos año dos: la furia, las líneas rojas y la voluntad de poder, se revelaba una cada vez más evidente “voluntad de poder de Pablo Iglesias y la élite de Podemos que, utilizando el discurso asambleario, va conformando, en realidad, un partido jerárquico y tan abocado al culto a la personalidad como los viejos partidos”.

En 2016 pocos fueron los decisores en Podemos a la hora de forzar la repetición de las elecciones, aunque se legitimara en una consulta, sin auditorías, a las bases. Aquella decisión se basó en una errónea aritmética política, donde la suma de votos de Podemos e Izquierda Unida –tras haber despreciado Iglesias pocos meses antes, en junio de 2015, a Alberto Garzón– nunca sumó lo esperado en Unidos Podemos. La consecuencia es que Podemos acabó reproduciendo el statu quostatu quo, facilitando poco después un nuevo gobierno del PP. Aquel error nunca lo asumió ni procesó la élite de Podemos, solo se socializó, tras el 26J de 2016, con un no sabemos qué ha pasado, vamos a estudiarlo, del que nunca más se supo. Desde los días del sorpasso al PSOE, Podemos ha sufrido un creciente efecto bumerán político.

En Podemos año cuatro: escapando del presente ya señalaba la progresiva equivalencia de Podemos con Pablo Iglesias, la creciente pérdida de apoyo social de Podemos, el declive de la intención de voto y de notoriedad mediática junto con el abuso de la falacia presencialista y, asociado a ella, un revisionismo hipercrítico hacia la Transición abandonando el presente. Dejando a un lado los principales problemas sociales, marginados en su propia agenda a favor de una suerte de huida táctica al pasado. De igual forma señalaba la desintegración que se estaba dando ya en Podemos debido a la incompatibilidad de sostener, como partido político, un discurso de participación horizontal con prácticas de gestión verticalistas y de un –innegable– autoritarismo consultivo (consultas sin garantías ni auditorías) para imponer el liderazgo y las decisiones particulares de una élite. Junto con una obvia purga, más o menos traumática, de perfiles significativos del partido. A Luis Alegre, Roberto Uriarte, Gemma Ubasart, Enrique Riobóo, Sergio Pascual, José Manuel López, Carolina Bescansa, Albano Dante se han sumado en los primeros meses de 2019 Íñigo Errejón, Ramón Espinar, Alberto Oliver, Fran Casamayor, Óscar Guardingo, Manolo Monereo...

Las consecuencias del hiperliderazgo de Pablo Iglesias –que se ha evidenciado, de nuevo, en la comunicación de su vuelta tras la baja de paternidad– son difíciles de negar. Es cierto que el culto al líder es tan normal en Podemos como en cualquier otro partido. No obstante, la clave radica en que en otros partidos nunca hicieron del discurso de la transversalidad su seña de identidad para luego eliminarlo con una gestión vertical y personalista implacable. De nuevo, los hechos frentes a las ideas.

A ello hay que sumar las decisiones plebiscitarias personalistas, las consultas a las bases sin garantías ni auditorías, el revisionismo falaz de la Transición y la activación de un guerracivilismo sin otro objetivo que otorgarse un plus antifranquista en el siglo XXI, así como, por qué no decirlo, una cierta precariedad de ideas para el presente. También puso Podemos el foco en el descrédito de la Jefatura del Estado en coincidencia con el independentismo y el abertzalismo, además de mostrar fascinación por posiciones nacionalistas reaccionarias aceptando, de forma implícita, tanto su discurso identitario esencialista y excluyente como la desigualdad con los ciudadanos no nacionalistas o no independentistas –algo incompatible con la tradición igualitaria de la izquierda–. La formación morada ha hecho una defensa de regímenes totalitarios –solventada con un autodesacuerdo: “He podido decir cosas que políticamente ahora no comparto”– mientras fustigaba a instituciones, partidos y líderes con acusaciones de complicidad con otros regímenes. Finalmente, la creciente pérdida de notoriedad e impacto social de sus campañas de comunicación –cuyo declive comenzó con La trama y el Tramabús– está siendo digerida con la fabricación de una teoría de la conspiración mediática contra Podemos.

De nuevo, los hechos enfrentados a las ideas muestran cómo Podemos ha desplazado su narrativa política desde las ideas de igualdad, derechos y mejora de las condiciones materiales hasta la cohabitación táctica con los identitarismos esencialistas que organizan sus discursos sobre la diferencia (pertenecientes o no a imaginadas naciones identitarias) y, por tanto, sobre la desigualdad.

En el debate público hay que medir a Podemos como ellos miden a los demás. La élite de Podemos ha sido inmune a las fuertes contradicciones simbólicas de clase media alta –como vivir en chalés que el 85% de la población no se puede pagar o mudarse a vivir al barrio más conservador de Madrid o incumplir las obligaciones laborales–. Contradicciones que han sido procesadas con normalidad por parte de esa élite que no ha dejado de distanciarse de la realidad social. Hoy en día en Podemos todo parece girar alrededor de Pablo Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique, pero no parece que ninguno esté en condiciones de dirigir sino sólo de volantear el partido, superados por la sucesión de acontecimientos fuera de su control. El original discurso de autogestión democrática y deliberativa del partido culminó en un plebiscito personalista y autoritario para blindarse de la crítica.

Podemos sufre además un deterioro organizativo con rasgos de descomposición donde, además de las bajas voluntarias o forzadas, es evidente la fragmentación de la red de confluencias con las desconexiones de En Marea, Compromís, En Comú-Podem, Adelante Andalucía, Anticapitalistas o los problemas en Navarra, Cantabria, La Rioja… o Ávila. Una inteligente estrategia de red que permitió a Podemos obtener una representación parlamentaria y que se benefició de la ley electoral existente por mucho que la criticaran. La fragmentación de la red tendrá consecuencias muy significativas. La primera es que parecen haberse puesto a correr alrededor de un número limitado de sillas políticas, como en el juego infantil, para ver quién se sienta antes cuando se detenga la música en las próximas elecciones, generales, autonómicas y municipales.

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El 28A se presenta como un día crítico para la élite de Podemos, que ya no podrá volver a decir “no sabemos qué ha pasado, vamos a estudiarlo”. Los datos disponibles de intención de voto, desde finales de 2016, muestran un patrón de declive electoral para Podemos –ya objetivados en Cataluña o Andalucía– junto a una creciente inclinación hacia la extrema izquierda, según datos del CIS, de sus votantes y simpatizantes, y un extravío ideológico crónico. Así, un fracaso electoral el próximo abril –si el PSOE convence a los electores de que ellos son el voto útil frente a la formación morada supondría un contrasorpasso– podría abocar a una creciente irrelevancia política a Podemos, al mismo partido que estaba convencido de ganar las elecciones en 2015. ____________

Miguel del Fresno es sociólogo y profesor de la UNED

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