Plaza Pública

El mínimo común denominador: la izquierda y más allá…

Miguel Ángel Cilleros

Escribe el filósofo Santiago Alba Rico, en un artículo intelectualmente exquisito (La izquierda, ¿o no?, El País, 20-02-2019), que “urge una alianza entre el capitalismo más pragmático, el marxismo más ilustrado, el feminismo más humanista, el ecologismo más realista y el papa Francisco. ¿Es eso de izquierdas? Tanto como un desfibrilador o un extintor de incendios”, y advierte de lo descabellado de su propuesta, pero intuye el lector que estamos en una situación de emergencia ante el avance y expansión de un conservadurismo ultra que ha conseguido forzar al máximo la lógica de los marcos de referencia (George Lakoff) e inocular en el inconsciente colectivo que lo verdaderamente revolucionario en estos tiempos es clamar contra todo aquello que la izquierda –en sus distintas formas y movimientos– ha logrado en las últimas décadas  (ser “rebelde” hoy es defender “el machismo, el racismo y el nacionalismo”).

Lo cierto es que desde una visión sindical, que es la que a mí me toca, una organización como la Unión General de Trabajadores –sindicato socialista y de clase, que a nadie se le olvide– debe contribuir, junto al resto de sindicatos y movimientos sociales progresistas de este país, a la movilización mental, si se me permite el riesgo conceptual, de la ciudadanía, mayoritariamente trabajadora.

Elecciones generales: comienza la cuenta atrás

Y me explico. Si vamos a la esencia de las cosas, una de las decisiones más importantes que asumen los ciudadanos para influir en el contexto económico, social y político, es el ejercicio del voto: la máxima expresión del sistema democrático. Todo lo que podamos hacer, y hacemos, en forma de campañas, movilizaciones en la calle, manifestaciones públicas de todo tipo, comunicación masiva por múltiples canales (tradicionales y alternativos) contribuye, positivamente, a nuestros objetivos. Pero, ahora mismo, lo urgente es convencer a cada ciudadano y ciudadana de que su voto es determinante para ganar un futuro de progreso. Debemos ganarnos la mente de cada uno de ellos, y debe hacerse abriendo espacios ideológicos y dejando los tarros de las esencias en el congelador.

Ahora mismo, con un horizonte electoral que se antoja decisivo para asegurarnos el futuro como sociedad moderna, abierta, que evoluciona, especialmente en lo social, pero también en lo económico y, por su puesto, en lo político, no debemos perder ni un minuto en definir estrategias de acción en múltiples frentes y, sobre todo, hacerlo desde la unión de todos y todas los que creemos en algunos principios muy básicos y elementales: la igualdad en derechos y deberes, la equidad económica y social, la solidaridad –especialmente con los grupos más desfavorecidos–, la defensa de las libertades colectivas e individuales… ¿Alguien podría posicionarse en contra de estos principios tan elementales? Pues sí: hay quienes sí.

La transversalidad

Esto debe hacerse desde las plataformas que tradicionalmente se han articulado para la reivindicación de todo lo anterior: partidos políticos, sindicatos, movimientos asociativos, etc. Y, obviamente, situados en el amplio espectro de izquierda ideológica. Pero lo novedoso, como señala Alba Rico –quizás cogiendo el guante del principio de “transversalidad” que lleva tiempo defendiendo Iñigo Errejón –ahora con Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid– es que esa izquierda necesita sumar más, necesita resultar más atractiva para todos aquellos ciudadanos que no se sienten emocionalmente vinculados a ciertos postulados de la socialdemocracia, pero que se sienten igual de amenazados por las consignas extremistas que vocean desde las derechas. Y es que el centrismo, la derecha reformista, el liberalismo, o la democracia cristiana... han desaparecido, se han esfumado. Ahora todos los conservadores quieren ser ultras: ultraliberales, ultracapitalistas, ultranacionalistas, ultraderechistas. Compiten por ver quién se sitúa en la posición más extrema.

Riesgo de involución

Quiero concluir con un ejemplo práctico de lo que he intentado exponer en este artículo: el presidente Pedro Sánchez –secretario general del Partido Socialista Obrero Español– con aciertos y errores, ha intentado llevar a cabo, en un contexto extremadamente hostil, políticas de progreso que mejoren la vida de una mayoría de ciudadanos de clase media y trabajadora, con una cobertura parlamentaria y leal –también hay que decirlo– de Podemos, Izquierda Unida y demás partidos progresistas (excluyendo a los nacionalistas catalanes, que a la hora de la verdad, han decidido dinamitar la continuidad de un Gobierno de progreso en favor de sus ideaciones independentistas).

Si PSOE y Podemos han conseguido entenderse, buscando –y encontrando– un bien superior y un punto de equilibrio –en postulados, propuestas, mensajes y políticas– deben ir un paso más allá y abrir ese espacio de progreso, de evolución, de transformación, de futuro, a todas las sensibilidades sociales y políticas que, al menos, tienen clara una cosa: si todo puede cambiar a peor, lo mejor es reaccionar desde el mínimo común denominador: ese espacio limitado, de mínimos, desde el que puede ser posible recuperar el futuro, impedir la involución. ______________

Miguel Ángel Cilleros es secretario general de la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT

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