Plaza Pública

Colonización y perdón. Entre ridículos anda el juego

Ramiro Feijoo

Hace unas semanas el presidente mexicano López Obrador, como todo el mundo sabe, exigió disculpas al rey Felipe VI por los abusos de la conquista. Acompañaba su exigencia con la propuesta de elaborar un relato común de lo que ocurrió hace cinco siglos. La respuesta por gran parte de nuestra intelligentsia ha sido descorazonadora. La de nuestro ministro de Exteriores fue ridiculizar lo primero e ignorar lo segundo. Los partidos de derecha, por su parte, han caído en un patrioterismo de libro. Sí, yo también he levantado la ceja con la exigencia de AMLO, pero por encima de ello sostendré que estamos dejando pasar una ocasión de oro para cerrar unas heridas que siguen abiertas con los países hispanoamericanos desde hace siglos.

Comparto como digo, aunque sólo en parte, las críticas que se han hecho de la propuesta. Por un lado, rescata hechos centenarios llevados a cabo por protagonistas con los que tenemos poco que ver cualquiera de las partes a ambos lados del océano, ni siquiera aquí reina la misma dinastía. Puestos a exigir perdones deberían hacerlo hacia Estados Unidos por arrebatarles la mitad del territorio en la guerra de Texas de 1846, o si se quieren ir más lejos, a los aztecas por comerse los corazones de los tlaxcaltecas, se permite criticar José Álvarez Junco. Es también en gran parte anacrónico el mensaje al mencionar los derechos humanos aprobados en 1948, más de cuatro siglos después de lo sucedido. También refleja esa esquizofrenia identitaria del mestizo, que se reconoce en lo indígena y no en lo hispánico, contradicción que ya sacó a la luz elegantemente Ramón J. Sender hace mucho y recientemente Arturo Pérez Reverte, algo más rudamente (¿no deberían excusarse ellos, nietos de los perpetradores, y no nosotros, cuyos abuelos se quedaron en España?).

Por último, forma parte como epifenómeno de esa leyenda negra antiespañola que tiene mucho más de falso que de verdadero, al fijarse exclusivamente en los abusos sin detenerse en los medios para combatirlos que sin duda alguna puso en funcionamiento la Monarquía Hispánica durante toda la época colonial. La visión sesgada de la realidad que, a mi juicio, tiene la mayoría de la población de los países que pertenecieron a aquel lejano imperio, encuentra su origen en la misma legitimación de la independencia, pero también en la construcción de las identidades de unos Estados nacientes que necesitaban el rasgo distintivo para separarse de otras jóvenes naciones. Se cimentaron, por tanto, en lo indígena, despreciando y vilipendiando lo hispánico. Incongruencia aún más hiriente en tanto en cuanto la legislación indigenista de la colonia dejó en gran parte de tener efecto y, más grave, muchas de las peores matanzas de estos pueblos se produjeron durante el periodo de las naciones independientes.

La respuesta a estas incongruencias, sin embargo, es desafortunada. El ministro Borrell se burló de ella, comparándola con una hipotética exigencia española ante Francia por los abusos de Napoleón. Ignoraba que este tipo de disculpas han proliferado últimamente por parte de potencias coloniales como Francia, por parte de países que han infringido un enorme daño a otros como Alemania, Japón o Estados Unidos, o por parte de la misma Iglesia. Olvidaba también que hace cuatro años el rey Felipe VI pidió perdón a los sefardíes por la expulsión de los judíos de ¡1492!, o que la Iglesia lo hizo por hechos sucedidos en el siglo XIII. Pero sobre todo ignora que en España no existe ningún trauma colectivo por la invasión napoleónica. En América por la española, sí.

El resto de críticas se pueden y se deben matizar: Felipe VI pidió perdón a los sefardíes por hechos llevados a cabo por la dinastía de los Trastámara, y es que las nuevas dinastías se consideran herederas de las anteriores, en lo cual legitiman su poder. Los argumentos de Álvarez Junco me parecen la estrategia del ventilador. Sí: hay siempre otros mucho peores que nosotros. ¿El anacronismo de los "derechos humanos"? Bueno, relativamente: a mediados del siglo XVI y aún antes se venía discutiendo en Salamanca y Valladolid sobre los "derechos naturales" de los indios, claro precedente de los que luego se llamaron derechos humanos. Es decir, los intelectuales de la época llegaron a la conclusión, no sin oposición, de que los indios tenían unos derechos que les amparaban frente a los abusos. Estimados Ramón J. Sender y Arturo P. Reverte: la Monarquía Hispánica siempre reservó los puestos más importantes de la maquinaria del Estado para los peninsulares, impidiendo el acceso de los criollos a muchos de los cargos de la administración imperial. O sea: los criollos responsables, sí, pero los españoles peninsulares también.

Sonroja hablar de la reacción de otros políticos, pero debemos hacerlo. La de Albert Rivera tildando la exigencia de "ofensa intolerable", es ya parte de la deriva de este partido por competir en la derecha por ver quién responde más españolamente a aquellos que cuestionan un poquito la españolidad de España.

La respuesta de Adolfo Suárez Illana entra ya de lleno en lo que podemos llamar legitimación imperial. España "se puede sentir tremendamente orgullosa de lo que hizo en América». "Se cometieron algunos errores que vistos con los ojos de hoy serían distintos". Finalmente critica que "una nación entera tenga que pedir perdón por algo que pasó hace 500 años». Obsérvese que la respuesta de Illana, cuyos pensamientos de base me atrevería a afirmar que se corresponden a una parte extensa de la opinión pública, caen en una contradicción. Por un lado, vincula a España con lo supuestamente bueno de la conquista, pero se la desvincula de lo presuntamente malo.

Por no hablar del argumento del anacronismo, que suena culto, pero que en realidad no lo es, y es que, si surgió una opinión negativa del proceso colonizador, fue porque muchos españoles coetáneos a los hechos, sobre todo monjes, se escandalizaron por los abusos que estaban presenciando.

Podemos desacreditar y ridiculizar estas exigencias con parte de razón, pero caeremos en un grave error, porque estaremos ignorando los sentimientos de millones de hispanoamericanos que piensan de la misma manera. ¿Por qué se piden disculpas por parte de los Estados por hechos cometidos hace muchos años? ¿No es siempre un poco ridículo si todos los protagonistas están muertos? ¿Qué responsabilidad tiene un joven alemán por lo que cometió su abuelo? ¿Y los católicos actuales por el saqueo de Constantinopla de 1204? Si se hace es porque existe todavía una parte ofendida, y para cerrar heridas, ni más ni menos. Puede parecernos ridículo, sobre todo a los que debemos darlas, pero no lo es para aquellos que sienten que deben recibirlas. Y eso es exactamente lo que sucede con muchos hispanoamericanos, nos guste o no.

Pero sobre todo cometemos otro error aún mayor si, por la ley del péndulo, contraatacamos la leyenda negra que sólo ve sombras con una vuelta del calcetín que convierta lo sucedido en una leyenda rosa, que sólo ve luces. Si bien es cierto que pocas monarquías imperiales europeas se preocuparon tanto por el bienestar de los indígenas, también lo es que la mano del rey titubeó ante la resistencia de los encomenderos, llegó muy tarde en el tiempo a ejercer un control real sobre los abusos y alcanzó poco en el espacio ante unas extensísimas y perdidas zonas rurales donde a menudo campaba el libre arbitrio de los poderes locales. Los resultados de estos tres procesos fueron terribles.

La visión hispanoamericana es sesgada, sí, ¿y con la que les respondemos? En este contexto de visiones esencialistas, incompletas, nacionalistas, hechas con las vísceras, de uno y otro lado, suena a música celestial la propuesta de creación de un relato común, ponderado, equilibrado y justo. Sería lo mejor que podríamos lleva a cabo sobre este tema. Pero ¡qué lástima que a este lado del océano sigamos enrocándonos en el orgullo del hidalgo ofendido injustamente! También ridículo, sinceramente.

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