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Plaza Pública

La campaña del torniquete

Jesús Gil Molina

El torniquete es un procedimiento médico de urgencia: se prefiere sacrificar un miembro del cuerpo antes de que la pérdida de sangre por la herida pueda comprometer la vida de la víctima. Se utiliza una correa para cortar el riego sanguíneo, a sabiendas de que si la atención adecuada para parar la hemorragia no llega a tiempo se tenga que amputar la extremidad afectada. Lo hemos visto multitud de ocasiones en películas bélicas e incluso en plazas de toros, pero nunca antes lo habíamos visto en política.

Este último CIS nos ha enseñado la herida claramente: la fidelidad de voto en los partidos –y por tanto, la transferencia a otros partidos o a la abstención– tiene cifras que justifican la alarma de los analistas y estrategas de las distintas formaciones. Según los datos del estudio preelectoral, que ya venían mascándose en otras encuestas, apenas el 52% de los votantes del Partido Popular dicen que con toda seguridad lo votarán este 28A; el 55% harán lo propio con Ciudadanos; el 52% con Unidas Podemos; y esta cifra sube hasta casi el 75% con el Partido Socialista.

La traducción de estos porcentajes es que se estima que del PP se irían prácticamente sendos millones de votos a Vox y Ciudadanos, y cerca de 750.000 a la abstención; Ciudadanos perdería medio millón en favor de la abstención y 250.000 hacia el PSOE y otros tantos hacia Vox; y Unidas Podemos ve cómo un millón de sus electores se van a Ferraz y 370.000 se quedan en casa. El PSOE, por su parte, pierde medio millón para la abstención y menos de 200.000 se pasan al naranja, mientras los que cambian del rojo al morado apenas suben de 130.000.

Desde la irrupción de Podemos en las europeas de 2014, la volatilidad del voto ha ido en aumento en nuestro país, hasta el punto de llegar a mitificar las campañas electorales como momentos decisivos –nunca antes lo habían sido, no hasta ese punto–, con un porcentaje muy elevado del electorado que decidía el voto prácticamente delante de la urna. Lo que ocurre ahora es que este fenómeno se ha ampliado, y afecta también a la derecha, con el crecimiento de Vox.

La llegada de Abascal y los suyos ha sacudido la vida de la derecha española, y es sin ninguna duda el principal motivo de los exabruptos y decisiones drásticas y repentinas que hemos visto estas semanas de precampaña. ¿Cómo si no por el miedo a la herida del millón de votos en el costado derecho del PP se explican las declaraciones de Pablo Casado hablando de "manos manchadas de sangre"? ¿O que desempolven al expresidente Aznar y lo manden a las provincias más sensibles a que el azul se convierta en verde? ¿Hay algún otro motivo que los 250.000 votos que se van desde Ciudadanos a Vox para entender que Rivera, colega de Sánchez hasta la moción de censura, vete cualquier posible pacto de gobierno con él y se postule como ministro de Casado?

No todo va a ser influencia de Vox, y aquí podemos incluir a Unidas Podemos y un discurso que mira sólo a ese millón de simpatizantes que dice el CIS están valorando votar a Sánchez, utilizando las últimas revelaciones de la campaña de guerra sucia organizada desde el Ministerio del Interior del PP para explicar que si no se consiguió gobernar antes con Sánchez –y arrancar medidas como la subida del salario mínimo– fue por la intervención de la mano negra de Villarejo.

Con estos discursos orientados casi exclusivamente a frenar estas hemorragias de voto, el equipo de Sánchez ha decidido, con buen criterio, mantener un perfil relativamente bajo y dejar que los errores no forzados del rival apuntalen su mayoría. Mientras los candidatos hablan cada vez a un número más reducido de personas, va quedando una mayoría de gente a la que no se disputan –el hombre normal del que habla Urquizu en su último libro– que, casi por eliminación, acabará optando por el actual presidente del Gobierno.

Tertulias frente a marquesinas

Así, para Sánchez y sus estrategas la decisión de no acudir al debate electoral a cuatro propuesto por Televisión Española y sí al debate a cinco de Atresmedia está más que justificada –y es más que evidente–: es imposible rechazar la oportunidad de tener a tus rivales compitiendo en prime time a ver quién dice la barbaridad más grandeprime time como torniquete a su fuga de votos. Si la tendencia de la precampaña se mantiene y visibiliza en el debate, no es difícil imaginarse a Pablo Casado saliendo con una liebre al hombro o a Rivera vestido con un Barbour y sombrero.

La sola presencia de Abascal, hemorragia en las filas de la derecha, abre la puerta a que esa noche los exabruptos de sus rivales más peligrosos, Casado y Rivera, acaben por disipar la duda de todo ese votante –centrista, moderado, "normal"– que acabará por definir si el 28A el PSOE podrá gobernar con la tranquilidad de una mayoría suficiente, aunque sea a costa de promocionar a la extrema derecha. ___________

Jesús Gil Molina es periodista y asesor en comunicación política.

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