Plaza Pública

Europa, Palestina y el puto amo

Teresa Aranguren

Unos días después de las elecciones israelíes que han vuelto a dar la llave del gobierno a Benjamín Netaniahu, una treintena de ex ministros de exteriores europeos publicaban un artículo (El País 15/4/2019 ) en el que se reclama una acción más decidida de la UE en pro de “una justa resolución del conflicto palestino-israelí en el contexto de la solución de dos estados” . En realidad la diplomacia europea lleva décadas pronunciándose sobre Palestina e Israel, en términos de “reiteramos, consideramos, lamentamos”,  a veces incluso un osado “pedimos”, mientras sobre el terreno la hipotética solución de los dos estados que se dice defender, es destruida minuciosa y sistemáticamente por la política expansionista de Israel. La retórica habitual de frases como “retomar el diálogo”, “poner fin a la violencia” –la violencia, se sobreentiende, es la del chaval armado con una honda o un cinturón de explosivos, no la de los misiles, las bombas y los tanques de la ocupación– o “reavivar el proceso de paz”,  transcurre en paralelo al otro proceso, el de la usurpación y colonización de la tierra, que prosigue implacable.

Y no pasa nada.

Décadas de resoluciones que nunca preludian una acción cada vez –y son muchas las veces–  que el Gobierno israelí anuncia una nueva ampliación de asentamientos en Cisjordania o una nueva lluvia de misiles y bombas de fósforo cae sobre la asediada Gaza.

Y no pasa nada.

Así que ese texto que firman destacadas personalidades de la diplomacia europea no puede menos que sonar a “más de lo mismo”, “música celestial”, “papel mojado” o cualquiera de las variadas expresiones con que nuestro idioma designa aquello que, por mucho que suene bien, carece de incidencia sobre la realidad. Sin embargo creo que hay algo que merece ser tenido en cuenta en esta iniciativa que, pese al  estilo siempre mesurado del lenguaje diplomático, tiene el tono de un llamamiento urgente. Un llamamiento a que Europa se desmarque de la política de Estados Unidos respecto a  la cuestión palestina-israelí o para ser más exactos de la actual Administración estadounidense que “lamentablemente se ha apartado de su duradera línea política y se ha distanciado de las normas legales internacionalmente establecidas”.

Mucho habría que decir de esa supuesta línea respetuosa con el derecho internacional que los ex altos cargos europeos atribuyen a la anterior política estadounidense en la zona, porque los hechos dicen justamente lo contrario. ¿Acaso habría que olvidar, en pro de la mesura diplomática, que Irak fue invadido y destruido –porque de eso se trataba de destruir el país– por ejércitos occidentales liderados por EEUU? ¿Y que lo fue al margen y en contra de toda legalidad? ¿Y que el caos y la catástrofe que se ha abatido sobre la zona, Estado Islámico incluido, comenzó con aquella invasión? Si algo ha caracterizado la acción de EEUU en Oriente Próximo es la constante violación de las normas del derecho internacional. Y su extrema torpeza.

En relación al tema palestino-israelí, que es el tema que ocupa a los destacados firmantes del artículo, es evidente que siempre ha habido diferencias y matices entre la visión europea y estadounidense, pero más evidente aún es que esas diferencias rara vez se han traducido en propuestas, acciones o decisiones diferentes. Europa ha sido la compañera de viaje complaciente y dócil, por no decir “cómplice”, de la política estadounidense en la zona, lo que es especialmente grave si se tiene en cuenta que desde hace décadas, especialmente a partir de la guerra de 1967, el papel de Estados Unidos no ha sido el de mediador en el conflicto, muy al contrario ha sido parte, la parte israelí.  Europa simplemente ha ido detrás.

Por eso, pese al natural y sobradamente justificado escepticismo, me parece que no hay que despreciar de primeras el valor de un llamamiento como este. Es una novedad que voces europeas, por lo demás muy cercanas al mantenimiento del statu quo y la llamada solidaridad euro-atlántica, como el británico Jack Straw, el francés Hubert Vedrine o el español Javier Solana, proclamen la necesidad de distanciarse activamente de la política de Estados Unidos.

Ya estoy oyendo una vocecita interior que dice: faltaría más, hay diferencias importantes entre la actual Administración estadounidense y las anteriores. Cómo no desmarcarse de decisiones que entre otras cosas suponen liquidar de un plumazo el Derecho Internacional y la ONU. Cómo no situarse al margen del reconocimiento como capital de Israel de Jerusalén oriental y de la anexión de los Altos del Golán- por cierto ambos son territorios ocupados y no “en disputa” como dicen algunos asumiendo la terminología israelí-. Cómo no oponerse al ataque a la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos) y a la negación del estatus de refugiado a la población refugiada de Palestina. Cómo no intentar mantener al menos una apariencia de legalidad.

Faltaría más. Pero el caso es que sigue faltando lo que realmente significaría un cambio en la política europea hacia Palestina e Israel. Falta actuar, hacer que las palabras signifiquen lo que dicen decir, que las declaraciones a favor del respeto a las normas del derecho internacional conlleven acciones para forzar su cumplimiento, que los compromisos  adquiridos comporten medidas para llevarlos a cabo. Que la impunidad de Israel deje de ser la norma.

La solución de los dos estados con la que en teoría está comprometida la UE, lleva  siendo destruida sistemáticamente desde hace más de dos décadas por los sucesivos gobiernos israelíes, ante las narices del mundo y ante la pasividad de Europa. La continua ampliación de las colonias en la Cisjordania ocupada, incluido Jerusalén oriental, está robando el territorio del hipotético futuro estado palestino hasta el punto de hacer inviable la supuesta solución de los dos estados.  Y no pasa nada.

La política de los hechos consumados no la ha inventado Benjamín Netaniahu, viene de muy atrás, como tampoco el apoyo y la tolerancia de la que ha gozado y goza, es cosa de Donald Trump. Quizás lo que ha cambiado es el descaro con el que  ahora se  lleva a cabo esa política.

Porque ni Donald Trump ni Benjamin Netaniahu se molestan ya en ocultar que su objetivo es que nunca haya un estado palestino, como mucho habrá un ghetto, una reserva para “nativos” en Gaza.  El objetivo es la anexión de Cisjordania, la extensión de la soberanía israelí  hasta el rio Jordán. Lo que está en marcha no es la solución de un solo estado con iguales derechos para todos, judíos y no judíos, sino la normalización del régimen que la ocupación israelí ha impuesto en Palestina:  apartheid. Los ex altos cargos europeos lo dicen de manera más suave “ Israel y los territorios palestinos ocupados se deslizan hacia una realidad de un solo Estado con derechos desiguales”.

Ante esa perspectiva la Unión Europea puede seguir haciendo discretas declaraciones para salvar la cara o tomar medidas que marquen la diferencia con su anterior política y sobre todo con la de Estados Unidos; por ejemplo, suspender todo acuerdo comercial preferente y toda relación de privilegio con Israel hasta tanto este país mantenga la política de colonización de los territorios palestinos ocupados y el bloqueo sobre Gaza, reconocer, como hizo Suecia, el Estado de Palestina, estrechar vínculos con el sector de la sociedad israelí, lamentablemente una exigua y acosada minoría, que se opone  activamente a la ocupación... No se trata de medidas extraordinarias sino simplemente acordes con los principios de la UE y los compromisos que ha suscrito. Y con una larga lista de resoluciones de Naciones Unidas, más de ochenta, que ningún gobierno israelí ha aceptado cumplir.

Y aunque las consideraciones morales rara vez tienen cabida en el devenir de la política internacional, conviene recordar que Europa tiene responsabilidades históricas con el pueblo de Palestina. Fueron potencias europeas, Francia y sobre todo Gran Bretaña, las que en el marco de la 1ª Guerra Mundial y en función de sus intereses coloniales, decidieron que Palestina era una realidad  prescindible, un obstáculo a remover. Ha pasado un siglo, toda una operación de limpieza étnica, varias guerras, matanzas, deportaciones, la atrocidad cotidiana de la ocupación…Y el pueblo de Palestina sigue ahí, empeñado en existir. O en resistir que en este caso es lo mismo.

Las decisiones que Donald Trump, con el concurso y regocijo del primer ministro israelí Benjamín Netaniahu, ha tomado hasta ahora y las que anuncia para el futuro inmediato, el autodenominado Acuerdo del Siglodiseñado por su asesor a la par que yerno favorito Jared Kushner, son un burdo y casi obsceno intento de liquidación de la causa palestina y se enmarcan en una estrategia más amplia que afecta a toda la región de Oriente Próximo –próximo para nosotros los europeos, no para América–. El acoso a Irán, el incumplimiento de los acuerdos firmados por el anterior presidente Barak Obama y varios países europeos con el Gobierno iraní, la complicidad con el régimen de Arabia Saudí, pese a la  evidencia de su implicación en el asesinato del periodista Adnan Kashogui, la  participación en los atroces bombardeos de ese país sobre  Yemen… El mensaje es bastante claro, lo que Donald Trump está diciendo es: se acabó el Derecho Internacional, se acabó la ONU, el simulacro de multilateralidad y los melindres de la Unión Europea. Yo soy el puto amo.

Israel ataca objetivos de Hamás en Gaza tras el lanzamiento de un proyectil

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La amenaza no se dirige solo a los más vulnerables como la población palestina. También a Europa. _________

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* Teresa Aranguren es periodista y candidata de Actúa al Parlamento Europeo.

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