Plaza Pública

¿'Quo vadis' Cs?

José Errejón Villacieros

Uno de los acontecimientos más relevantes que puede haber deparado la pasada campaña electoral lo constituyen los cambios en el campo de la derecha. No es solo la aparición de Vox como la expresión “sin complejos” de la memoria franquista, tan viva en este campo. Tan importante como esto resulta lo que podría ser el proceso de descomposición del PP como el partido de toda la derecha y la entrada en liza de Cs como aspirante a liderar este campo.

La conjunción de estos fenómenos puede ser interpretada con enfoques diversos. Si por un lado aparece una derecha inconstitucional (Vox), por otro aparece un polo que, portador de un discurso formalmente constitucionalista y liberal (Cs), efectivamente se posiciona de tal forma que supone una regresión efectiva del desarrollo constitucional experimentado en las cuatro últimas décadas, especialmente en lo que al desarrollo autonómico se refiere.

La orientación liberal aportada por Cs a la derecha española, que podría representar una esperanza de diálogo y entendimiento tan necesarios para la crispada vida política, adquiere una tonalidad bien distinta derivada del papel que objetivamente está jugando en esta coyuntura histórica en la que tan necesaria sería esta aportación de diálogo.

Los resultados del 28A han sido adversos para las derechas que parecían preparadas para la recuperación del aparato de Estado perdido en la moción de censura de junio del 2018. Desde luego lo ha sido para el partido que hasta ahora agrupaba a toda la derecha española y le servía de referencia, que ha pasado del 33% al 16,7%, perdiendo 71 escaños y 3,5 millones de votos; pero lo ha sido también para Cs que, a pesar de su ascenso y proximidad al PP se queda una vez más fuera del Gobierno ( a no ser que Rivera se desdiga de sus enfáticos desdenes al “PSOE de Sánchez” y se decida a formar gobierno con él). Ello no obstante, Cs ha subido un millón de votos y 25 escaños con incrementos muy importantes en Madrid, Andalucía, Galicia, Extremadura y las dos Castillas.

En las elecciones territoriales del 26M, Cs no ha podido consolidar este ascenso quedándose por detrás del PP en algunas grandes ciudades y CCAA y frustrándose así su aspiración de convertirse en el líder de la derecha política y social.

Lo más relevante de esta posibilidad era saber si la misma podía contribuir a la configuración de un marco de diálogo y entendimiento que permitiera abordar con seriedad la solución del gran problema de Estado (erróneamente llamado problema catalán) en España. Y ello en razón de la imperiosa necesidad de renovar o actualizar el pacto constituyente del 78 en varias y muy importantes dimensiones.

En esa perspectiva la actual posición de Cs no resulta muy esperanzadora. Su orientación a la pugna por el liderazgo de la derecha parece que le obliga a mantener el clima de crispación y hostilidad contra el PSOE para ganarse la confianza del electorado más conservador/reaccionario. Su empecinamiento anticatalán –en realidad, la primera y fundamental razón de su existencia– , mucho más radical que el del PP de Rajoy/Soraya, le inhabilita para participar en una dinámica de acuerdos en cuyo marco pudiera encontrarse una solución al problema.

De fondo está su indisimulada aversión al Título VIII de la Constitución, expresada en sus continuas propuestas de “recuperación competencial” o en los ataques permanentes contra los regímenes de concierto y convenio fiscal para Euskadi y Navarra, respectivamente.

Pero no es solo su centralismo irredento el que inhabilita a Cs para contribuir a la creación de ese marco histórico de entendimiento que ha reclamado la mayoría del electorado el pasado 28 de abril. Cs parece inscribirse en esa constelación de nuevos partidos que pretenden arrojar por la borda los contenidos del Estado del Bienestar que han constituido la mejor identidad del modelo social europeo. Una constelación de amplio espectro estimulada por el impulso de Trump, pero que tampoco parece hacerle ascos a las audacias de la democracia iliberal de Orbán en Hungría o de Salvini en Italia.

El liberalismo político, una idea del bien imprescindible para la justa convivencia en las complejas sociedades contemporáneas, parece un mero recurso discursivo en el proyecto de Cs, mucho más seriamente caracterizado por su inconstitucional centralismo y por un liberalismo económico/darwinismo cuyos efectos en términos de pobreza, exclusión y desigualdad ya hemos tenido ocasión de ver en la etapa de gobierno del PP.

La realidad de la aritmética política manda y Cs no tiene otro remedio que asumir que si ingresa en el campo de la derecha, debe hacer frente a las responsabilidades y costes que de ello se derivan. Rivera y Arrimadas llegaron a creerse que podían burlar al casticismo español de derechas y ponerlo a su servicio, pero ni el PP ni Vox (al fin y al cabo, el alma primigenia del primero) están dispuestos a regalarles ningún tipo de hegemonía.

Se trata de un drama que ya han sufrido representantes históricos de las derechas “civilizadas” en nuestro país: la derecha montaraz y castiza parece ofrecer siempre más garantías a un electorado mucho más definido por su odio a “rojos, separatistas y masones” que por su defensa del libre mercado, la separación de poderes y la reducción del papel del Estado en la vida económica y social.

El verdadero drama para Rivera y Arrimadas es que no han conseguido asentar una oferta verdaderamente liberal porque se han pasado los últimos años compitiendo en centralismo con el PP y acosando al PSOE por sus pretendidos acuerdos con los independentistas.

En el difícil equilibrio entre pretender capitanear la derecha española y rechazar posar con los representantes de una de sus almas más perceptibles, el alma franquista, Cs le pide a Vox que deje de boicotear los acuerdos “liberales, de centro y regeneracionistas” (¡con el PP de la Púnica!) para formar gobierno en Murcia y en Madrid.

Repetimos, es un drama de la derecha, ya experimentado en los años 30 del pasado siglo, ceder ante la tentación de que el endurecimiento de los regímenes políticos la libere de la molesta presencia de las izquierdas (por desteñido que esté su color rojo). Así, una y otra vez arriesgan las instituciones liberales que dicen defender.

Intentando una posición socialdemócrata y liberal, con el constitucionalismo como bandera principal, Cs ha derivado en realidad hacia un españolismo con un marchamo populista que desdice sus críticas al populismo de la izquierda.

En realidad Rivera querría parecerse al Suárez de la Transición, pero le falta el coraje del antiguo Secretario General del Movimiento Nacional para enfrentarse a la derecha de toda la vida y para intentar una reedición de los acuerdos con el PSOE para, cuanto menos, intentar desatascar el bloqueo de la vida política en general y del desarrollo constitucional en particular, cargado de prejuicios y de resentimientos antidemocráticos como está.

Es verdad que carece del apoyo orgánico y territorial del que gozaba Suárez para montar la UCD con la antigua infraestructura del Movimiento y los sindicatos verticales. Ese déficit impide su desarrollo en zonas rurales y en la España vacía, dónde se asienta tradicionalmente el poder de la derecha política.

Definitivamente es una fuerza “urbana”; pero tampoco se sitúa en la punta de la modernidad porque su perfil, como ya se ha dicho, es más españolista que liberal. De hecho el PSOE le disputa, en algunos casos con ventaja, este segmento del electorado.

Curiosamente para un partido que se proclama europeísta, va a contracorriente del movimiento que se percibe en las instituciones de la UE. Con las deficiencias de un entramado institucional de escasa raigambre democrática, asistimos estos días a lo que se podría considerar la configuración de un acuerdo político para frenar el ascenso de la extrema derecha y para recuperar siquiera fuera parcialmente alguno de los rasgos de lo que se llamara en su día el modelo social europeo.

Pero más allá de frenar el ascenso de esta oleada neofascista en el continente, las fuerzas políticas que han gobernado las instituciones estatales y supraestatales desde 1945 parecen estar asumiendo la responsabilidad de encontrar la salida del bloqueo en el que las prolongadas crisis capitalistas han encerrado a los pueblos y las sociedades europeas. Mal compagina esta disposición con el repliegue postulado por Cs sobre los aspectos más antidemocráticos e iliberales del régimen del 78.

Al tiempo que los gobiernos municipales y autonómicos en España, estos días se negocia para consolidar un gobierno europeo que sea capaz de acometer tan ardua empresa. Las dudas, las vacilaciones y los eufemismos con los que los dirigentes de Cs pretenden justificar su alianza con la derecha corrupta y con la extrema derecha antidemocrática y antiliberal no acreditan precisamente modernidad o europeísmo.

Más allá del daño que la actual situación de bloqueo representa para la economía, para la credibilidad de las instituciones y, por ende, para el apoyo de las mismas en el conjunto de la sociedad española, Cs contribuye a cerrar la oportunidad de encontrar una perspectiva de superación de la encrucijada de crisis que el sistema político español registra desde hace casi una década.

La propuesta de un gobierno de regeneración para la Comunidad de Madrid representa una oportunidad de superar la peor época de la corrupción política y hacerlo sin que ello pudiera percibirse como una derrota de una parte de la sociedad madrileña frente a otra, sino como el comienzo de una nueva forma de entender la convivencia política en la que caben y a la que contribuyen diversas ideas del bien común. _____________José Errejón Villacieros es administrador civil del Estado.

 

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