Plaza Pública

El fracaso de la coalición es el triunfo de quienes no se presentan a las elecciones

Andrés Villena

Desde hace un par de semanas se ha escrito mucho y muy bueno. Sobre la frustración del gobierno de coalición. Sobre la ‘tecnocracia demoscópica’, que obliga a determinados políticos a calcular a cada vez más corto plazo. Sobre las malas relaciones entre PSOE y Podemos. Y, también, sobre la responsabilidad de los protagonistas del simulacro de negociación.

Menos atención se ha dedicado, sin embargo, a tratar de iluminar otra parte del ecosistema social que también nos rige, esos poderes no sometidos al escrutinio electoral. Estos poderes que no pasan de moda han estado muy presentes durante estas semanas de tres maneras distintas: en primer lugar, de modo directo y público, con declaraciones a los medios; en segundo lugar, de manera manifiesta pero privada, con mensajes enviados a los distintos partidos; en tercer lugar y más preocupante: dichos poderes forman parte del cálculo político de todo partido de vocación íntegramente gubernamental, como en este caso ha sido el PSOE. Conocer esta tercera parte de la negociación permite completar una información de la que nos olvidamos si nos centramos únicamente en los perfiles de los negociantes.

‘Europa’: el poder disciplinario

España carece de soberanía monetaria y necesita ‘portarse bien’ para que el Banco Central Europeo siga protegiendo nuestra deuda pública, cosa que hace explícitamente desde 2012. Cuando Grecia iba a girar a la izquierda a principios de 2015, el BCE y el FMI interrumpieron el préstamo del rescate para condicionar los resultados; cuando en Italia se formó una coalición crítica con las condiciones de la Zona Euro, el Banco Central dejó la deuda italiana a los pies de los mercados, disparando la prima de riesgo y el pánico social. El entonces comisario de Presupuestos Günther Oetinger consideró irónicamente que esto sería bueno para reorientar las preferencias electorales de los votantes transalpinos. Su número dos en aquellas fechas era una alta funcionaria llamada Nadia Calviño, pocas semanas después, nuestra ministra de Economía.

La Unión Europea condiciona nuestro día a día, ‘recomendándonos’ converger hacia el déficit cero, como si una economía nacional fuera una familia de provecho. En 2007, el exministro de Economía y Hacienda Pedro Solbes, técnico comercial y economista del Estado (Teco) –por entonces jefe en el ministerio de Calviño, también Teco–, se mostró orgulloso de haber logrado un superávit fiscal del 2%. Para ello tuvo que pelearse –amenazando, incluso, con su dimisión– con medio gabinete gubernamental, a los que consideraba ‘la banda del gasto’. Si esto ocurrió con un gabinete políticamente homogéneo, podemos imaginarnos las disputas que se producirían en un consejo de ministros con dos partidos competidores; la lucha de clases, por así decirlo, mutaría en lucha ministerial, en una pelea constante entre ministros, secretarios de Estado y unos altos funcionarios que, en su mayoría, convergen hacia el cumplimiento de las reglas que aceptamos al incorporarnos a la moneda única.

El Ibex-35 y la inercia del bipartidismo

Desgraciadamente, no solo se trata de cumplir con Bruselas y ofrecerle confianza. También es preciso hacer eso mismo con las grandes empresas que, además, suscriben numerosos contratos públicos con las distintas administraciones. La gran patronal, la CEOE, ha expresado siempre que ha podido su interés en que no se conforme una coalición con Unidos Podemos. El Círculo de Empresarios ha hecho otro tanto. Ambas formaciones coinciden en que lo ideal es un ejecutivo PSOE-Ciudadanos, el mejor cambio para mantener los intercambios. Temen otra subida del salario mínimo, la derogación de la reforma laboral del PP y una reforma ambiciosa de las pensiones.

Las grandes empresas están fuertemente penetradas por fondos de inversión y grandes gestoras de activos que insisten mucho en que se genere un clima favorable a las inversiones. Uno de sus máximos dirigentes, el CEO de Blackrock, Larry Fink, expresó en 2015 que las democracias tenían que escoger a los líderes capaces de adoptar las decisiones correctas. En pocas palabras, el signo de los tiempos.

Las grandes empresas cuentan, a su vez, con numerosos exministros y antiguos altos cargos estatales exquisitamente conectados con los grandes partidos. El bipartidismo quiere volver. Un ejemplo de ello fue el encuentro celebrado por la patronal DigitalES en Madrid hace dos semanas, presentado por la ministra Calviño y protagonizado por Felipe González y José María Aznar. Lo más interesante de dicho encuentro era el moderador, Eduardo Serra, presidente de Everis que ha pasado por todos los consejos de administración posibles, que acompañó a Aznar como ministro de Defensa y a González como secretario de Estado de la misma cartera. Abogado del Estado, empresario tecnológico y armamentístico, Serra es la personificación de lo que en democracia no puede llegar a tocarse.

Para colmo, Bankia, que todavía cuenta con más de un 60% de participación estatal. Podemos pretendía que ejerciera como una verdadera banca pública, lo que atemorizaría a unos grandes bancos que, desde 1996, no cuentan con competidores estatales. Bankia se hace relevante, además, porque será objeto de las fusiones bancarias que vendrán en breve: una de las apuestas es con el Banco Sabadell, presidido por Josep Oliu. Oliu se refirió años atrás a la necesidad de que hubiera “un Podemos de derechas” y, además, organizó un encuentro entre Albert Rivera y Rosa Díez para que acordaran ser los protagonistas de esta alternativa. El tándem PSOE-Ciudadanos sería ideal para esta operación. Otra posibilidad acaba de salir a flote con la imputación del BBVA a cuenta del infinito caso Villarejo. Los bilbaínos del rico barrio de Neguri, apartados de la presidencia del banco por Francisco González en 2001, ya están moviendo ficha para recuperar esa plaza, y Bankia podría hacer de la antigua Argentaria, siendo adquirida por el segundo mayor banco de España. El apoyo ‘responsable’ del PNV –gran mediador de la élite económica vasca– a un gobierno ‘a la portuguesa’ presidido por Pedro Sánchez podría exigir esta contrapartida en primer lugar y de manera discreta.

Poder territorial: las redes del Estado de las autonomías

Pero hay más, y no menos importante. Generalmente concedemos mucha importancia a las redes de poder económico, pero las territoriales, si bien menos opulentas, son clave en un Estado como el español, que tiene en las autonomías y en las grandes ciudades una enorme fuente de dominación electoral, frecuentemente personalizada en los denominados ‘barones’, título que, no por casualidad, es de origen feudal.

Los altos dirigentes socialistas que están bien situados en estas plazas temen que la coalición con Podemos deprima sus expectativas electorales, más aún si dicha coalición implica una negociación arriesgada en el problema catalán. Por ello, sin amasar grandes capitales, ni pertenecer al Ibex-35, también son susceptibles de ver un acuerdo con Ciudadanos como más conveniente de acuerdo con sus intereses particulares y locales. Pese a que Sánchez ha mostrado siempre una cierta autonomía respecto a este poder inevitable, tanto el Comité Federal como la Comisión Ejecutiva del partido ejercerán de correa de transmisión de estas inquietudes. Del "no nos falles", podemos estar pasando al "no nos jodas". La democracia española es una red multidimensional de intereses electorales y los buenos secretarios generales deben cuidarlas.

Un resultado inesperado

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Concluidos los días de buscar culpables –el PSOE, como el eterno traidor de la izquierda; Podemos, como un partido demasiado ambicioso y personalista, etc. –, llega el momento de escudriñar las causas de que muchas cosas no cambien. La política, la única solución democrática a la desigualdad de riqueza y poder, se encuentra castrada en un círculo de intereses que, por una razón o por otra, han terminado por constreñir definitivamente su rango de acción. Y el momento es peligroso: los partidos están siendo percibidos cada vez más como actores en guerra separados de los intereses de la población. Si este mes de agosto la relativa calma no despeja la mirada de algunos de nuestros estadistas, la gran abstención que vendrá al final del otoño nos legará más soluciones autoritarias. Quienes no se presentan a comicios algunos respirarán aliviados: su democracia, a la que más acostumbrados estamos, seguirá en pie. Como siempre.

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Andrés Villena es periodista y doctor en Sociología. Ha publicado ‘Las redes de poder en España. Élites e intereses contra la democracia’ (Roca Editorial)

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