Plaza Pública

¿Por qué la codicia no les rompe el saco?

Alfons Cervera

"No, pídeme si quieres terquedad histórica, pero no solicites paciencia"

Jorge Riechman

Los refranes sirven para explicarnos un poco mejor lo que vivimos. Los refranes vienen de antes, la mayoría de muy lejos. Llevamos años –por hablar sólo de nuestra última historia– viendo cómo los sacos de la codicia se llenan ilimitadamente por parte de alguna gente que añade a la codicia otra de sus virtudes más frecuentes: el cinismo. El espectáculo de la corrupción viene llenando hojas y hojas del calendario político como si lo normal fuera asumir el discurso moral que nos acerca al fascismo: todos los políticos son lo mismo. Cierto que en todas partes cuecen habas. Y las de la corrupción nos las han servido, en frío y en caliente, muchas de las fuerzas políticas que conforman nuestra democracia. Pero de ahí a gritar con grandilocuencia operística que no hay diferencia entre unos, otros y los de más allá es tan falso como injusto para quienes se han acercado a la política desde su firme convicción de no eludir lo que la política ha de tener como principal seña de identidad: su desempeño al servicio de la ciudadanía.

Pero si es repugnante dedicarte a la política para vaciar las arcas de lo público y llenar con lo que robas tus propios bolsillos y los de tus amigos y familiares, aún lo es más responder a quienes te acusan de ladrón con ese cinismo argumentativo que convierte a ese ladrón en una pobre víctima de sus rivales políticos. O sustituir la más mínima explicación de los hechos y sus protagonistas por una deplorable caterva de mentiras. La sensación de que a quienes roban a lo grande no les pasa nada ha hecho que la justicia ande estrujada, como un trapo centrifugado, en la conciencia de quienes ven esa justicia como una institución al servicio de los poderosos. Hay demasiados ejemplos, por desgracia, que justificarían aquella sensación de impotencia y rabia cuando se trata de valorar del uno al diez (como en uno de esos servicios de telefonía que convierten en esclavismo la precariedad) la justicia que rige los destinos de mucha gente en este país, un país cada vez menos confiado en sí mismo porque los canallas con pinta de servidores públicos le han robado la esperanza. Muchos de esos ejemplos los viví directamente en la Comunidad Valenciana con un PP que alardeó, durante más de veinte años, de haberla convertido en un paraíso, sólo que ese paraíso únicamente lo disfrutaban, como he dicho antes, sus militantes, amigos y familiares. Y lo que puedo decir de mi tierra seguro que sirve para muchas de las tierras de ustedes. Seguro que sí. La pregunta que salía de nuestras bocas siempre era la misma: ¿por qué la codicia de los poderosos tiene tantas veces el aval de la justicia?, ¿por qué la codicia de los poderosos sigue siendo votada a favor por tanta gente?, ¿por qué la codicia de los poderosos nunca rompe el saco de quienes han llenado ese saco con lo que no era suyo sino nuestro? Esas preguntas tienen ahora mismo una protagonista de primera clase: Isabel Díaz Ayuso, presidenta recién elegida de la Comunidad de Madrid.

Lleva ya semanas infoLibre, de la mano certera y entregada de Manuel Rico, dando pelos y señales de las numerosas trapacerías llevadas a cabo por la presidente madrileña. No sé si aquí he de poner “presuntas trapacerías” para que la ley (siempre “su ley”, la de los poderosos) no caiga con todo su parcialísimo rigor sobre esta pobre columna de opinión. Algunos otros medios se han sumado igualmente a estas informaciones y la respuesta de la justicia, hasta donde yo sé, ha sido nula. Y la respuesta del PP y sus socios de gobierno, Ciudadanos (tan regeneradores ellos) y Vox, es de una desvergüenza que ahoga: no hay nada de censurable en lo que Isabel Díaz Ayuso mangoneó en Avalmadrid para favorecerse ella y su familia, aprovechando, claro está, la influencia política de ella misma y su partido en esa empresa levantada en buena parte con dinero público. Cuando lees que Avalmadrid cuyo objetivo fundacional es ayudar a la financiación de las pequeñas y medianas empresas– le concede la friolera de más de tres millones de euros al entonces presidente arruinado de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, y otras cantidades semejantes o superiores a otros de sus colegas empresarios, no te entran ganas de exigirte a ti mismo paciencia sino de echarte al monte.

Lo triste es que el saco de la codicia —o de la avaricia, según otras versiones más modernas del refrán— parece que no se les agujerea a quienes acomodan perfectamente —como decía Lázaro de Tormes– su enorme poder a todos los niveles y el deseo insaciable de acumular riqueza, a costa, eso sí, de nuestros ya excesivamente sufridos dineros de contribuyentes. Lo que nos queda, entre otras cosas, es seguir escribiendo, sacar la mierda a las narices de la calle, pelear incansablemente la política desde las orillas de la política y llegar con fuerza a quienes hemos elegido para que nos representen en las instituciones. Y convertir la paciencia en una paciencia activa, con las prisas que hagan falta y unas pausas que no nos detengan para que la avaricia de los poderosos encuentre algún día la horma de su zapato, como se decía en los tebeos de mi infancia. O como dice el chiste de un amigo que es el colmo del optimismo: nos tienen rodeados, pero no escaparán. Pues eso.

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