Plaza Pública

Una práctica ideológica radical

Estella Acosta Pérez

Desarrollamos aquí algunos de los múltiples elementos que conforman las manifestaciones ideológicas, otorgando una relevancia radical en el sentido de raíz, en el sentido de profundidad y nunca en el de extremos, buscando las fuentes, los orígenes de situaciones humanas complejas y dinámicas, evitando la cosificación o cristalización de las ideas. Por ahora, no encaramos estos elementos con pretensiones de exhaustividad ni de dejar cerrados los temas, por el contrario esperamos abrir debates que enriquezcan el pensamiento de la izquierda.

  Nada es gratuito, todo es ideológico

Cuando se opina sobre determinadas adjetivaciones que utilizan representantes de la derecha, que no respetan ni la ética ni la estética, se comenten errores que tergiversan el verdadero sentido de algunas expresiones. Se catalogan como ignorancia (puede serlo), como maldades (que lo son), falta de educación o ausencia de respeto democrático, que significan poco si se convierten en estereotipos.

Aparte de que pueden ser todo eso, hay un trasfondo perverso y preocupante por las intenciones que demuestran en la mayoría de los casos. Apelar a las víctimas del terrorismo utilizando políticamente su sufrimiento ha sido algo habitual y muy manipulado por el PP. No les preocupa en absoluto esta crítica, porque a lo que apelan es a sentimientos primitivos de empatía ante el sufrimiento y, mucho peor, al miedo a la violencia. Utilizar de forma torticera y continuada el discurso de la relación de la izquierda con el terrorismo de ETA no es nada gratuito. Están poniendo el énfasis en la caracterización de la izquierda como las fuerzas que alteran el orden constitucional, no respetan las leyes y quieren cambiar la sociedad por medio de la violencia. Por eso también la identificación con el independentismo, la connotación de “banda” abona la idea de organización irregular o delincuente, para intensificar la idea de desestructuración de la sociedad española, creando inseguridades.

Nada es casual ni una ocurrencia oratoria, venga de los naranjitos o de la aristocracia, y mucho menos si proviene de los defensores de las esencias nacionales cuando acusan de “comunistas” en general o de totalitarias a las feministas. Cuando éstos o los católicos fundamentalistas hablan de ideología de género no es necesario rebatirlo, por el contrario reafirmemos la ideología de género como una concepción necesaria para combatir el machismo imperante y la violencia contra las mujeres. Pero también hay que cuidar las respuestas, no es nada positivo identificar como machismo o con el trillado concepto de patriarcado cualquiera de las conductas que lo parecen. Es posible que sea pronto en el desarrollo de los movimientos feministas actuales, pero es necesario iniciar una profundización y discriminar los fenómenos para no etiquetar sin análisis. A veces, el origen de determinadas conductas o manifestaciones tiene un alcance mucho mayor y la respuesta no puede ser sólo desde el feminismo, aunque se incluya siempre la perspectiva de género. Un ejemplo reciente: han reaccionado horrorizadas varias feministas ante la separación en la presentación en la Moncloa de la nueva general respecto del grupo de hombres. Una periodista ha señalado que era porque el ascenso de ellos era a teniente general y como general sólo estaba ella, era lo normal. Si es así, sería importante señalar la estructura jerárquica de las fuerzas armadas, que discrimina hasta esos niveles, y no caer en ver sólo el género, aunque siempre deba estar presente. La etiqueta elimina la reflexión en profundidad y simplifica el análisis, que además podría incluir algunas ideas antimilitaristas (no celebrando los ascensos de nadie) y otras muchas nociones pacifistas.

Negar la ideología es un discurso falso, tecnócrata, que acaba considerando “asépticos” fenómenos plagados de injusticias o deformaciones de la realidad a favor del poder. Todas las relaciones sociales llevan implícita una ideología, incluso las relaciones humanas en general siempre están enmarcadas en una concepción del mundo, de la sociedad, con valores humanos sobre nuestras propias acciones. Negarlo forma parte de la acción de las fuerzas que operan para reproducir el modo de producción capitalista en sus principales formas de sostenimiento de las relaciones de poder. La religión, los valores, los derechos humanos, las ideas de democracia, etc., son parte de las ideologías. Insistir en la inmigración como fuente de delincuencia es una referencia explícita e identificable, pero existen otras manifestaciones, expresiones y discursos menos explícitos y mucho más peligrosos porque calan mejor en el plano de las emociones y en el inconsciente (anunciar la nacionalidad de delincuentes o de maltratadores, hacer chistes con estereotipos culturales, insistir en la nacionalidad cuando se trata de logros individuales)

Existen algunos miedos que han sido analizados en psicología social, en sociología e incluso en la filosofía. Mi hipótesis es que la derecha apela a muchos de esos miedos cada vez que tiene oportunidad y de forma más virulenta cuando no tiene el poder político. Por eso no resulta suficiente llamarles ignorantes, y a veces no lo son; no es acertado acusarles sólo de antidemócratas porque no se inmutan y a ciertos personajes de la izquierda hay que pasarlos por la lupa cuando se quedan en la consigna o utilizan categorías que engloban fenómenos muy complejos y diversos o no consideran el contexto de determinadas situaciones. No siempre usar “la gente” o “las personas” es útil o clarificador. Si queremos señalar desigualdades ni siquiera vale ciudadanía, hay que designar claramente a las clases trabajadoras como las desfavorecidas del sistema.

El miedo al diferente ha sido muy utilizado siempre, desde Hitler hasta Salvini, con matices engañosos; la supremacía o simplemente la identidad cerrada, definida, única, “somos diferentes” —¿en qué y de quiénes? Ser diferentes se identifica como pertenencia a algo mejor—, redunda en términos de seguridades colectivas que nos protegen de quienes no comparten los mismos valores o conductas. Con la censura, la publicidad y algunos proyectos, los gobiernos de la derecha lo están explotando al máximo. El buenismo cristiano hacia la inmigración latina refuerza la discriminación cultural y religiosa  y les ayuda a no aparecer como racistas. Se combina muy bien con los miedos provenientes de las incertidumbres del mundo actual, que se señalan de forma permanente planteando las dificultades del futuro, para el cual la derecha se presenta como la garantía de estabilidad, seguridad y patriotismo. El miedo a la exclusión en el entorno cercano o lejano alimenta la necesidad de identificarse con el grupo o con la cultura dominante, los valores que se proponen para mantener la inclusión pueden ser positivos o peligrosamente basados en rasgos identitarios negativos para el desarrollo humano y la justicia social.

Que no desaparezcan determinadas costumbres culturales es básico para el mantenimiento de esas identidades tradicionales, nacional católicas, edulcoradas con modernas expectativas alimentadas desde la televisión: con qué y cómo se triunfa, quiénes son famosos y cómo se comportan, cuáles son las actividades singulares de la gente famosa o la magnífica vida de los españoles por el mundo (cuando hay mucha gente pasando penurias). El goteo continuado de valores y de ideología conservadora e individualista que se transmite a través de ese tipo de programas o revistas es de una eficacia demostrada. Ahora podríamos agregar la dependencia respecto de Internet o del móvil para completar la idea de una ciudadanía pasiva, sin profundización ni análisis, con unas redes sociales que facilitan la rapidez y la participación (eso dicen), pero que caen en la superficialidad, el insulto o en valoraciones sectarias. No estoy negando la importancia o la utilidad de las herramientas digitales, pero es necesario retomar algunos principios del debate político fundamentado y reposado, retomar el análisis reflexivo para no quedarnos en la conceptualización generalizadora o fácil, que genera superficialidad y reproduce mecanismos publicitarios de corto alcance y acaba reproduciendo como verdades absolutas hechos “interpretables” o ideas trasnochadas.

  Pasemos del relato al discurso ideológico

En estos tiempos de negociaciones mal planteadas, aparte de los trolls propios de cada partido, las culpas o los insultos en las redes han cimentado la desconfianza. En lugar de criticar las exageraciones y buscar el entendimiento, se ha reforzado el echar balones fuera. Hasta la intervención de Rufián, tan alabada desde la izquierda social, ha sido denostada por alguien para culpar a uno solo de los líderes en cuestión. La influencia de la ideología de la enfermedad infantil o del sectarismo lleva a defender a capa y espada cada cual a su líder como si jamás cometiera errores: o estás conmigo o contra mí, como en el patio del colegio. Sobre todo cuando se trata de conseguir un gobierno progresista, ante la nefasta derecha que nos rodea, aparece la debilidad de las ideas de izquierda.

Porque nos hemos acostumbrado al “relato”, y aparte de denostar la narrativa como sostiene sabiamente Luis García Montero, se construye relato porque no hay discurso ideológico estratégico. Desde esta visión preferimos priorizar la idea de discurso ideológico, como representación de una concepción del mundo y de la sociedad, que incluye la lucha de clases y porque compartimos la noción del lenguaje como obstáculo epistemológico, según la caracterización de G. Bachelard. En la izquierda las palabras siempre han sido un problema y no debatimos lo suficiente como para llegar al fondo de las cuestiones controvertidas.

Afortunadamente todavía pueden leerse artículos en algunos medios digitales que valen la pena como reflexiones, análisis, ciertas opiniones con conocimientos detrás, y pueden denunciarse mentiras o deformaciones. Pero la realidad pura y dura nos dice que una gran mayoría de la población sólo se informa por TV, que ve todos los programas de cotilleos o una minoría que como mucho ve los debates tipo espectáculo planteados sobre la base de los enfrentamientos rabiosos que implican poca profundización y se difunden los “zascas” antes que las propuestas viables y constructivas. ¿Qué público tiene La 2 o algunos programas de entrevistas o reportajes sobre grandes temas de otras cadenas?

Quizás por eso se expresan con omnipotencia, elaboran un relato para explicarnos la realidad que ellos interpretan para nosotros. Ausentes las razones, los objetivos a largo plazo, se monta el relato en base a apreciaciones de inmediatez, plataformas reivindicativas a las que llaman proyecto de país. Y así, se basa toda la política en opciones electoralistas, a veces demagógicas o imposibles. Ahora nos encontramos en una encrucijada donde es necesario priorizar, seleccionar, elegir males menores frente a peligros mayores, y eso no se hace con relatos ni con maniqueísmo. Los fenómenos o las realidades sociales, culturales o políticas ni son uniformes ni se desenvuelven linealmente, tienen discontinuidades, conflictos, contradicciones; incluso en estos momentos demasiadas situaciones sin sentido, caóticas o sin futuro, que entre otras consecuencias provocan esos miedos que vuelven más vulnerables a las personas en situación de vulnerabilidad social.

Si unos y otros continúan con los mensajes simplistas, destinados a culpar al otro como en las telenovelas de buenos y malos, si el PSOE insiste en apelar a la derecha vuelve a traicionar hasta a los suyos que le dijeron “con Rivera no” y si UP no consigue elaborar una propuesta responsable hacia la ciudadanía que está clamando que no gobierne la derecha y no permitir a la socialdemocracia escorarse al revés, es un fracaso. La izquierda pura acaba siendo intrascendente, ya conocemos ejemplos en nuestra historia y los liderazgos carismáticos son modelos peligrosos, cohesionan a los suyos en el sectarismo, pero no amplían sus bases. Sólo concitando mayorías reales se pueden conseguir algunos cambios, con el todo o nada siempre nos quedamos en minoría inoperante y siendo inflexibles no se consigue cambio alguno porque nos situamos fuera. Y desde fuera los errores también se pagan.

Desde la experiencia, comento una cuasi confesión sobre errores desde la izquierda más dramáticos que los actuales. Viendo la película Rojo sobre los antecedentes sociales del golpe militar en Argentina, eché en falta el ambiente de politización revolucionaria de las grandes ciudades, la arriesgada militancia sindical contra la burocracia dirigente. Reflexionando después recordé mi crítica a quienes solo veían las culpas de la dictadura militar después del golpe y no querían ni hablar del daño que habían causado algunas acciones de ciertas fuerzas de la izquierda. Antes de imaginar el relato hay que saber leer el contexto, acertar con el diagnóstico y no plantearse acciones desenfocadas y contraproducentes. Amplias capas populares movilizadas (sin una organización auténtica de la clase obrera) no pudieron con los miedos, los egoísmos, o los intereses espurios de una amplísima clase media acomodada, que apoyó el golpe porque se estaban cuestionando sus tranquilas vidas y a pesar del porcentaje de desaparecidos y exiliados de esa misma clase social prefirieron la paz de los cementerios clandestinos.

Aquí y ahora, sin aquellos terribles sucesos, subyace una profunda impotencia y mucha preocupación, pero no se trata de dictar sentencia ni de creerse en posesión de la verdad, quien vaya por ese camino también se equivoca. Al menos empecemos a pensar, debatir, construir un discurso profundo, fundamentado y realista, aunque no tengamos la seguridad de conseguir réditos políticos inmediatos. No otorguemos a la estadística o a la probabilidad la garantía de irrefutable de la matemática pura, ni a las etiquetas fosforescentes el valor de conceptos valiosos. “La ciencia se construye más con preguntas que con respuestas”, decía Bachelard.

La duda sea, tal vez, si alguna vez será posible combinar un proyecto estratégico con resultados electorales que sirvan para cambiar algo. La certeza, que sólo con un compromiso social honesto, sin arribismos, se puede imaginar la posibilidad de un discurso ideológico efectivo, donde no sean los deseos los que generan las ideas y donde no se retuerzan las razones profundas de los fenómenos sociales. Eliminar conflictos o contradicciones significa esclerotizar la vida, simplificar el mensaje eliminando complejidades representa negar el conocimiento como fuente de desarrollo humano. __________________________

Estella Acosta Pérez es orientadora y profesora asociada de la UAM jubilada

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