Plaza Pública

Del sorpasso al impasse

Jesús Gil Molina

«Yo la perseguiré al otro lado del cabo de Buena Esperanza, y del cabo de Hornos y del Maelstron noruego, y de las llamas de la condenación. Para esto os habéis embarcado, hombres, para perseguir a esta ballena blanca por los dos lados de la costa y por todos los lados de la tierra, hasta que eche un chorro de sangre negra»

Moby Dick,Moby Dick Herman Melville

Confieso que cada vez que leo sorpasso me recorre un escalofrío, que casi se convierte en sacudida cuando quien escribe inventa términos como “sorpasar” u otras patadas al diccionario. Pero es de justicia reconocer que es la palabra que define la política española en los últimos cinco años. La que le dio esperanza y la que ha acabado por quitársela toda.

Hace cinco años el sorpasso significó la posibilidad de herir de muerte al bipartidismo, y de que un nuevo partido enarbolase la bandera de las luchas sociales con la posibilidad real de gobernar. Hace escasos meses, el sorpasso se tradujo como la posibilidad de que un partido nuevo desplazase al único partido condenado por corrupción como la fuerza hegemónica en la derecha española.

La realidad es que del sorpasso hemos pasado al impasse, a un punto muerto del que parece que nadie nos puede sacar. En su obsesión por perseguir a la ballena blanca del sorpasso, los dos líderes de los partidos que venían cogiendo el rebufo de las dos cabezas del bipartidismo, Iglesias y Rivera, perdieron todo contacto con la realidad, como el Capitán Ahab. Ambos entendieron que la voz expresada en las urnas –cada uno en su momento– era poco menos que los primeros pasos de una profecía que había de cumplirse: el 20D a buen seguro era la herida de muerte del PSOE dividido en una guerra civil entre Susana Díaz y Pedro Sánchez; y el 28A, de un Casado al que le venía muy grande su cargo.

Tertulias frente a marquesinas

Y quizás habría podido serlo, si ambos líderes no hubieran mostrado tan pronto las ganas de ser el califa en lugar del califa, que decía Iznogud. Y presas de ese ansia por rematar el trabajo cuanto antes, y de los moribundos a resistirse a su suerte, asistimos a declaraciones altisonantes, bravatas de todo tipo, más o menos duras, pero que dejaron cicatrices en los cuatro. Cicatrices que han salido a relucir particularmente en los últimos meses: desconfianza, cálculos a medio plazo y ganas de revancha.

Así llegamos a las quintas elecciones generales en cuatro años, en un impasse en el que parece que Sánchez no tiene problema en seguir siendo presidente en funciones con los presupuestos de Rajoy hasta que la estrategia de la gota malaya de Redondo acabe por sumar los diputados necesarios para que gobierne sin hablar con nadie. En el que Casado y Rivera parecen estar felices en su disputa por la derecha, con viajes a Alsasua o donde proceda para caldear un poco el ambiente y que no miren mucho a Abascal, e Iglesias feliz, al haber encontrado nuevamente a un malo que le permita frenar la sangría de votos y credibilidad.

Y mientras, la gente, cada vez más desapegada, más asqueada del espectáculo que se repite semana tras semana desde hace ya demasiados meses. Si alguno de los cuatro líderes responsables de esto se olvidan de la ballena y vuelven a tocar tierra, aunque sea un segundo y por error, entenderán que el mejor servicio que le pueden hacer a su país y a su partido es dar un paso atrás. Y tengo la sensación de que el primero que lo haga, será el que mejor parado salga. ___________Jesús Gil Molina es periodista y asesor en comunicación política.

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