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Derecho a la transparencia y libertad religiosa en un mundo global

Jesús Lizcano Álvarez

El radicalismo religioso está demasiado extendido en esta aldea global en la que vivimos, en la cual debería prevalecer ante todo el hecho de que los ciudadanos que la habitamos formamos parte de una sola familia: la familia humana.

Convendría recordar algunas realidades en este ámbito de las confesiones religiosas: una persona nacida en España es altamente probable que profese, o haya profesado, la religión católica. De la misma forma, una persona nacida en Inglaterra, muy probablemente profese o haya profesado la religión anglicana; y algo similar ocurrirá con una persona nacida en Alemania, en relación con la religión protestante, o una persona nacida en Grecia, en relación con la religión ortodoxa. Y ello sería similar en otras zonas de esta aldea global, por lo que una persona nacida en la India muy probablemente sea o haya sido de confesión hinduista, y una persona nacida en Arabia Saudí profesará o habrá profesado la religión islámica.

Ello quiere decir que según su lugar de nacimiento, los seres humanos, al venir a este mundo, están predestinados a pertenecer nominalmente a una determinada confesión religiosa, y en función de que ésta luego les convenza suficientemente, podrán a lo largo de su vida ser practicantes de la misma, o bien ignorarán y se olvidarán totalmente de la religión. Parece así que en cada lugar del mundo, cuando nace un ser humano, se le sube en el tren de la inercia, el cual le ofrece sólo dos estaciones: La primera, conocer y practicar la religión oficial de ese lugar o zona del Globo; o bien, alternativamente, ignorar la misma, y llegar a la segunda estación, la de los no creyentes, que parece ser que está cada vez más llena, sobre todo en algunos países. Creemos en este sentido que a todo ser humano, hoy día, se le debería proporcionar un mayor nivel de libertad real (no sólo nominal), y brindarle un trayecto con más estaciones; y eso sólo se puede hacer a través de la información y de una proyección básica de esta última, que es la educación.

Ahora que van cayendo muchas fronteras de la opacidad, ahora que se camina hacia una transparencia global, ahora que los medios informáticos y de comunicaciones hacen posible la transmisión libre y rápida del conocimiento y la información, ahora puede ser el momento de abordar uno de los mayores desafíos del ser humano: la transparencia religiosa, esto es, informarle y proporcionarle la posibilidad de un conocimiento abierto y libre del universo de las diversas ideas y creencias religiosas. Esta sí sería una educación realmente libre en esta materia.

No podemos seguir con el nivel de incultura religiosa actual; ni podemos continuar desconociendo lo que piensan, lo que sienten, por lo que viven –y a veces por lo que mueren– otros muchos ciudadanos del planeta. No podemos dejar que muchos ciudadanos estén abocados a que los fundamentalistas de unas u otras religiones traten de imponer con hierro y sangre su interpretación radical de las correspondientes doctrinas religiosas. No podemos, en definitiva, seguir permitiendo que el ser humano, cuando pasa por este mundo, no haya tenido la oportunidad de conocer las confesiones y prácticas religiosas de otros seres humanos.

En estos momentos, y aunque algunos juzgarían esto como algo escandaloso o sacrílego, no vemos por qué a los niños españoles, por ejemplo, no se les puede enseñar o informar de las cuestiones básicas de la religión budista, o de la religión islámica, o de las restantes religiones cristianas practicadas en Europa distintas a la católica. De la misma forma, no veo razón para que a los niños árabes, o a los niños chinos, o a los niños de la India, no se les pueda informar en las escuelas sobre los principios básicos del cristianismo, o de otras religiones. Una postura contraria a esto implica una posición realmente sectaria, esto es, la que caracteriza a aquellos exclusivistas que manifiestan que sólo su religión es la verdadera, y que sólo a través de ella se puede alcanzar la salvación de las almas. Estas posturas optan claramente por defender contra natura –en una época de apertura y de globalización– la permanencia a rajatabla del monopolio religioso imperante hoy día en muchos países.

La globalización actual no debería limitarse a lo económico, o a lo social, sino que este siglo XXI habría de ser igualmente el de la globalización religiosa, de forma que el ser humano sea libre para conocer, primero, y para elegir, después, la confesión religiosa que le parezca mejor, o pueda incluso elegir prácticas comunes a varias religiones, o en su caso, optar, como lo puede hacer ahora, por ser no creyente y por tanto no practicar ninguna religión.

Esta sería, en definitiva, la verdadera libertad religiosa de los ciudadanos del mundo, más que la que existe actualmente. Esta libertad podría contribuir a que los seres humanos, si ya desde niños pueden conocer lo que sienten y en lo que creen los demás seres humanos, podrán entenderse mucho mejor con ellos, podrán darles la razón en muchas más cosas, y desde luego no pelearse –y menos matar o morir– por discrepancias en estas creencias, tal como sucede hoy día en muchas partes del mundo, con conflictos políticos y militares por razones fundamentalmente religiosas, en los que mueren tantas personas realmente ajenas a las causas de los conflictos.

En algún momento debería imperar en esta aldea global la tolerancia religiosa y el respeto a las demás creencias o confesiones, o a la no confesionalidad, así como en todo caso el firme rechazo de los exclusivismos, los radicalismos y más todavía de la violencia en base a estos credos religiosos.

Esperemos que este siglo sea por tanto un verdadero Siglo de las Luces en materia religiosa. ________________

Jesús Lizcano Álvarez es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y cofundador y expresidente de Transparencia Internacional España

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