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Plaza Pública

Sin miedo, con convencimiento

Sus hijos se han entregado a un supuesto orden que se construye con materiales de desecho, cascotes del caos y la desigualdad, escombros de inteligencia.

Rosario Izquierdo

El hijo zurdo

Las alarmas suenan por todas partes. Es como me pasaba hace cuatro años en el París de los atentados yihadistas del 13 de noviembre, a apenas cuatrocientos metros del restaurante La Belle Équique, donde diecinueve personas cayeron ametralladas en una road movie que de ficción cinematográfica no tenía desgraciadamente nada. Sirenas anunciando como en una pesadilla galáctica lo que ya había sucedido. Siempre las alarmas llegan con retraso. Sencillamente porque el horror (como el dinosaurio de Monterroso) ya estaba allí y no nos dábamos cuenta. O no queríamos darnos cuenta.

Lo mismo pasa ahora con la irrupción a todo trapo de la extrema derecha en nuestro paisaje político después de las elecciones de noviembre. Una sorpresa. No sé por qué. Nunca nos vamos a quitar de encima aquella tontería fraguista de Spain is different. Toda Europa y casi todo el mundo sufriendo las embestidas de la extrema derecha, pero España estaba a salvo del virus. Seguíamos siendo la reserva espiritual de Occidente, ahora no frente al comunismo sino contra la barbarie neofascista, neonazi, o como quieran ustedes que se llame eso que en estos momentos nos llena de una espantosa sorpresa.

La extrema derecha ha llegado y nadie sabe cómo ha sido. O sí que se sabe.

Se murió el dictador hace más de cuarenta años, y al día siguiente no existía –salvo esos descerebrados que seguían con su fanático culto falangista a las pistolas– un solo franquista. Sabíamos que el franquismo seguía vivo, camuflado en una frágil arquitectura democrática, y después en las filas del Partido Popular. Lo sabíamos y también sabíamos que cuando el PP anduviera cabeceando por sus horas bajas, su extrema derecha sacaría la jeta para cantar abiertamente sus himnos a la Patria, sus delirios rancios contra la libertad y la propia democracia, ese histrionismo disfrazado de civil que esconde los uniformes del odio contra todo aquello que les suena a diferente. Sabíamos que la extrema derecha estaba en las entrañas del PP, pero pensábamos ingenuamente que ese camuflaje sería para siempre. Ahora ese disfraz ya ha desaparecido. Los cantos de sirena de la extrema derecha hacia el electorado se mezclan con los que anuncian tardíamente nuestra sorpresa por su irrupción en nuestro panorama y calendario políticos. Ellos van a su bola, les importan un pito la ilegalidad de sus negocios (miren en estas páginas de infoLibre los repetidos chanchullos empresariales de bastantes de sus responsables), la inconstitucionalidad de sus arengas, lo que puede haber de freno a sus desmanes en el articulado de las leyes. Nada los detiene cuando se trata de ocupar un espacio en esta democracia, una democracia que desprecian sin tapujos a la vez que se aprovechan de ella con un cinismo insoportable.

Tampoco descubrimos nada cuando vemos que Vox ha llegado hasta la gente más pobre, la que vive en unas condiciones de casi extrema precariedad. Nada nuevo bajo el sol. El Frente Nacional, en Francia, hizo estragos en las capas más frágiles de una sociedad que veía cómo las crisis económicas caían sin compasión sobre sus esmirriadas cuentas corrientes, al tiempo que las de los ricos aumentaban en una progresión vergonzosamente incalculable. Pues aquí, más o menos lo mismo. La gente que no tiene dónde caerse muerta se agarra a un clavo ardiendo. Y si ese clavo es el que ofrece para colgar el alma de la fragilidad la extrema derecha, pues se cuelgan de ese clavo y a la marcha. Otro susto es el que ha supuesto el voto joven a esa extrema derecha. Normal. Llevamos mucho tiempo reflexionando sobre la falta de oportunidades para la gente joven, su marginación en el mercado de trabajo, la escasa combatividad que lo precario impone en las posibles y necesarias reivindicaciones laborales. Así pues, y ahora, un “nuevo orden” se ofrece a esa precariedad que no es sólo la del trabajo sino la de la vida misma. El patriotero truco falangista del socialismo para pobres. Ahí, en esas redes de salvífico oportunismo, se enredan las nuevas generaciones, unas generaciones desencantadas, paradójicamente, de lo que apenas han conocido.

Repito aquí la cita que encabeza estas líneas. Pertenece a la que para mí es una de las mejores novelas –si no la mejor– entre las publicadas este año: El hijo zurdo, de Rosario Izquierdo. Cuenta la historia de una mujer de izquierdas que ve cómo insospechadamente su hijo menor se enreda en un grupo neonazi. La búsqueda de explicaciones para entender mejor esa aparente anomalía. La reflexión de Lola, la mujer zurda –como su hijo– protagonista de la historia: “Sus hijos se han entregado a un supuesto orden que se construye con materiales de desecho, cascotes del caos y la desigualdad, escombros de inteligencia”. Ahí, una razón de peso a la hora de valorar por qué buena parte del voto joven va a parar al lado abrupto de la barbarie.

Y en esta otra parte, qué. En esta parte, la posibilidad de construir un nuevo paisaje en que lo más de verdad sea la misma democracia. No retroceder un palmo a los embates de la derecha y la extrema derecha. La política progresista y de izquierdas –la buena política, necesariamente– frente al retroceso a las cavernas del franquismo. Parafraseando al poeta Ángel González: sin miedo, con el convencimiento que concede la lúcida razón machadiana de su maestro Mairena. El problema de verdad lo tienen el PP y Vox. Sobre todo, el partido de Pablo Casado y sus cohortes demediadas. Como dice Orson Welles en La dama de Shanghai, serán como tiburones que acaban devorándose entre ellos mismos. El primero de esos tiburones, Ciudadanos, ya ha caído en la refriega.

La extrema derecha, la derecha, la Iglesia, el mundo del dinero y la prensa golpista van a hacer bien su trabajo: incordiar sin tregua al gobierno que salga de los pactos entre el PSOE, Unidas Podemos y otros partidos necesarios para que ese gobierno sea posible. Ya han empezado con ese asedio. Desde siempre, la derecha ha esgrimido una especie de derecho natural para gobernar. Y cuando ve que ese derecho puede romperse, saca a la calle las instituciones, los rezos, el socorro facha contra el desorden etarra, catalán y comunista: las mentiras que hagan falta con tal de impedir un gobierno progresista y de izquierdas.

Se avecinan tiempos difíciles para la democracia. Pero eso no ha de acobardar a esa democracia. Al revés. No hemos de claudicar delante de ese fascismo que en España tiene el sórdido añadido de la dictadura franquista en sus tripas.

Ya sé que a lo mejor me ha salido un artículo demasiado épico. Pero es que no me gusta que me asusten a estas alturas de la edad y de la vida. Y aún menos esos de la extrema derecha que están acostumbrados a sembrar el miedo entre la gente. Son demasiados años de sufrirlos –a ratos en carne propia– para que el miedo a esos bárbaros siga haciendo de las suyas. Lo dicho en el título de este artículo: sin miedo, con convencimiento. Una invitación civil –no sólo política– que a ustedes les hago. Ahí, en ese compromiso, ojalá que más pronto que tarde podamos encontrarnos.

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