Plaza Pública

Carta abierta a un multimillonario español

Francisco Javier López Martín

Andáis revueltos los ricos del país con la llegada de un gobierno de la izquierda nacido de la coalición del PSOE y Unidas Podemos. No se trata exactamente de la tan anunciada caída del régimen del 78 a lo que estamos asistiendo, sino tan sólo al final de esa fórmula de turno de dos partidos en el gobierno, que se ha mantenido inmutable a lo largo de los últimos 40 años.

Es cierto que, a nivel territorial, o local, siempre se han producido alianzas entre partidos de derechas, de izquierdas, o entreverados, que aseguraban la gobernabilidad. Hemos visto gobiernos del PSOE con IU, del PNV con el PSOE, o del PP con otras fuerzas nacionalistas o regionalistas. Nunca ha pasado nada grave por ello.

Pero a nivel estatal, el PP y el PSOE se habían ido turnando en los gobiernos, bien porque obtenían una mayoría absoluta, o porque conseguían los apoyos de las fuerzas nacionalistas, fundamentalmente de Euskadi o de Cataluña.

Ya no lo recordamos, pero existieron, aquellos tiempos en los que Aznar hablaba, o balbuceaba, catalán en la intimidad de su hogar. En los que pactaba con el PNV sus gobiernos, o en los que llamaba Movimiento Vasco de Liberación a los terroristas con los que negociaba.

El problema es que todo se acaba y la crisis inaugurada en 2008 ha terminado poniendo en cuestión la capacidad de dos únicos partidos para representar una realidad marcada por la diversidad, la pluralidad, las tensiones sociales y los intereses distintos y a menudo confrontados entre colectivos y entre territorios. El bipartidismo imperfecto ha saltado por los aires.

España se ha cantonalizado al mismo ritmo en que nuestros derechos sociales y laborales se han deteriorado. España se ha individualizado a la misma velocidad con la que la crisis se ha instalado entre nosotros, con sus recortes, como atmósfera irrespirable y generando sus nuevos prototipos insolidarios, que se han ido asentado en la vida cotidiana y sustituyendo la solidaridad por el sálvese quien pueda.

La reacción social a la situación no ha sido violenta como en otros países, pero ha tenido otras expresiones. En el caso electoral, en forma de fraccionamiento del voto, descrédito de la política, rechazo de la corrupción, desprecio a los políticos. La fragmentación del mapa político por toda España es un fenómeno generalizado.

No es que las fuerzas políticas del bipartidismo hayan desaparecido, ni tampoco parece que vayan a hacerlo por el momento. Tienen una amplia base social y un consolidado aparato interno. Pero ya no podrán gobernar en solitario más que de forma ocasional y puntual.

Las derechas populares y ciudadanas han buscado la alianza de la ultraderecha franquista para gobernar ayuntamientos y comunidades autónomas hace medio año, tras las elecciones municipales y autonómicas. La izquierda socialista ha buscado ahora acuerdos con los podemitas, sus confluencias y las izquierdas nacionalistas.

Podrían, en ambos casos, haber optado por formulas de gran coalición en el centro, pero creo que a nadie le interesaba, a la vista de las convulsiones en curso, dejar la izquierda y la derecha en manos de quienes se han asentado firmemente en las fronteras extremas de esos territorios.

Cualquier fórmula de gobierno es democrática y posible, mientras no vulnere derechos esenciales de las personas, siempre que renuncie a imponer por mitades soluciones sectarias y agreda derechos humanos, o constitucionales. Cuestión de sentido común, mucha paciencia, diálogo. También de firmeza democrática y voluntad de cortar cualquier intento de degradación de la libertad y la solidaridad necesarias.

Por eso, no entiendo algunas reacciones desproporcionadas de quienes tenéis la fortuna y la vida asegurada. Ya sé que la crisis no os ha ido mal, nada mal. Parece ser que en el año 2010, cuando la crisis impactaba de lleno y dejaba empresas arruinadas, paro descontrolado, recortes en servicios públicos y derechos sociales, había 172.000 millonarios en España. Hoy, después de lo que ha caído, formas parte de los 980.000 españoles con fortunas superiores al millón. Ni tan mal os ha ido con este negocio de la crisis.

Tenéis que entender que las recesiones que van y vienen y la crisis permanente han dejado un panorama de pobreza enquistada y desigualdades agravadas, que pesan mucho más en la quiebra de España que todos los nacionalismos juntos. A fin de cuentas el nacionalismo, el cantonalismo localista, se ha nutrido de los sentimientos de victimismo ante el deterioro económico, del empleo y de los derechos sociales básicos. El abandono de las personas por parte de la política.

Esos problemas no se solucionan con donaciones. No es que esté mal donar millones para renovar equipos oncológicos en los hospitales, como no está mal dar una moneda a quien pide en la puerta de una iglesia, o la de un supermercado. No está mal apoyar a asociaciones deportivas, culturales, educativas o de carácter social. Pero es parte de vuestro negocio, porque luego lo utilizáis como publicidad de vuestras empresas y como parte de vuestra ingeniería financiera para cuadrar balances y conseguir desgravaciones fiscales.

En cualquier caso vuestras donaciones suenan a muy poco si las comparamos con las de vuestros compatriotas estadounidenses que donan miles de millones. Los 42.000 millones de Zuckerberg, el fundador de Facebook, los 30.700 de Warren Buffet, los 8.000 de George Soros o Charles Feeney, o los 3.700 del exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg. O la reciente donación de 4.600 millones realizada por Bill Gates, el fundador de Microsoft.

Tenéis que entender que el país necesita un gobierno que reequilibre España. Restañe los daños producidos en la sanidad, la educación, los servicios sociales, la dependencia. Que ponga medios para evitar la desertificación definitiva de la España vaciada. Que recupere cantidad, estabilidad del empleo y derechos laborales, derogando los aspectos más lesivos de las reformas laborales. Que apueste por la innovación y la calidad de nuestros productos y servicios. Que acabe con las brechas sociales y las desigualdades de todo tipo.

No va a ser fácil. No van a faltar obstáculos, errores y equivocaciones. Lo intentarán hacer con diálogo, con prudencia, sin crispar aún más a una sociedad y unas fuerzas políticas ya demasiado tensionadas. No lo pongáis más difícil aún. No financiéis, animéis, ni alimentéis, con vuestro dinero, con vuestras opiniones públicas, a quienes pretenden utilizar todos los medios a su alcance, desde el terrorismo y el independentismo, hasta la propia monarquía, para sembrar el miedo y vaticinar el fracaso.

Sería el fracaso de la libertad, la igualdad, los derechos, la justicia. Algo que no podemos permitirnos. Tampoco vosotros.

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