Plaza Pública

De academias y académicos: el 'caso Batuecas' y la tergiversación de algunas biografías

Xosé A. Fraga

La primera noticia desagradable sobre el tema me llegó el pasado mes de febrero de 2019. El día 19 se hizo pública la decisión de la Real Academia Gallega de las Ciencias de elegir a Tomás Batuecas Marugán (1893-1972), excatedrático de Química Física de la Universidad de Santiago de Compostela (USC), como protagonista a homenajear en el Día de la Ciencia en Galicia. Mi incomodidad no procedía de un cuestionamiento de los méritos científicos de Batuecas. Tenía su origen en la presentación que tanto la Academia de Ciencias como la Universidad de Santiago hicieron de él, ocultando la parte turbia de su biografía.

El artículo sobre el papel represor de Batuecas

La circunstancia indicada me llevó a publicar un artículo en el periódico La Opinión de A Coruña el día 27 del mismo mes de febrero. En ese escrito contaba como a finales de agosto de 1936, tras la convulsión del golpe militar de julio, el profesor Isidro Parga Pondal (1900-1986) volvió a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago. Allí, en su despacho de secretario del centro, sonó el teléfono, lo descolgó y escuchó una conversación entre dos personas. Una era bien conocida, su colega Tomás Batuecas, decano accidental, y la otra el coronel encargado de llevar a cabo la depuración del personal no adicto al nuevo Régimen en la universidad compostelana. El militar comentaba a la autoridad académica que ya habían finalizado de “hacer limpieza” en su facultad cuando fue interrumpido por el decano: “Ustedes han dejado al más peligroso, Isidro Parga Pondal”.

A los pocos días, y cuando Parga pretendía entrar en la facultad para trabajar, un bedel le impidió el paso. Una primera medida que sería seguida por otras que supusieron la expulsión del excelente científico, con la comunicación escrita del propio Batuecas en junio de 1937. Lo que acabo de narrar puede consultarse en la memoria de doctorado que en junio 2013 presentó Francisco Leonardo Docanto en la misma universidad compostelana, recogiendo el testimonio de Isidro Parga, la viuda, Avelina Peinador, y el hijo, Jorge Parga Peinador.

El viraje de Batuecas

Tomás Batuecas Marugán iniciara en Madrid en 1913 los trabajos de doctorado y se incorporó al Laboratorio de Investigaciones Físicas que dirigía el gran físico Blas Cabrera. Realizó estudios en Ginebra, donde conoció al destacado químico Enrique Moles, con el que formó equipo de trabajo durante mucho tiempo y quien lo orientó en su carrera. En 1932 ganó por oposición la cátedra de Química-Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago. Durante todo su período formativo estuvo integrado en el equipo de Moles, conectado con la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) e identificado con las posiciones republicanas y progresistas que eran dominantes en el grupo. Sin embargo, en 1934, cuando su deseo de contar con el apoyo del maestro para obtener una cátedra en Madrid no tuvo el éxito que esperaba, inició un distanciamiento personal e ideológico con él y su entorno.

Probablemente por ello cuando tuvo lugar a sublevación militar de 1936, Batuecas se comprometió con el nuevo régimen como vicerrector y miembro de la junta técnica del Servicio de Guerra Química. Y ejerció, como comentamos, de represor en su facultad, una actividad que realizó, según los datos disponibles, con el agravante de la voluntariedad, sin mediar coacciones, y con una actitud cínica hacia Parga. Siguió un camino bien diferente al de sus maestros, pues Cabrera murió en el exilio mexicano y Moles sufrió cárcel en Madrid.

Una conversación en marzo

Doce días después de la aparición del artículo, en la tarde del 11 de marzo, recibí una llamada telefónica de Juan Lema Rodicio, presidente de la Academia Gallega de Ciencias. Inició la conversación indicándome que deseaba hablar sobre mi escrito. Hablar, no debatir, aclaró. A pesar de esa inicial afirmación, el profesor Lema entró a valorar el tema tratado, cuestionando y relativizando la versión de Parga (“hay muchos dimes y diretes”, “todo el mundo tiene algo en su pasado”, “no sé yo si eso del teléfono que cuenta sería así”, etc.). Era obvio que no empatizaba con la víctima, que lo único que le preocupaba era la imagen externa de la Academia. Comentó que pensaban editar una unidad didáctica sobre Batuecas y le dije que sería oportuno que en ella no se persistiera en ocultar su comportamiento oscuro, aludir a él, adecuadamente contextualizado. Aceptó la idea y añadió, “con cuidado y elegancia“.

El total incumplimiento de su palabra y el interés público del tema justifica que ahora dé cuenta de esa conversación privada.

Una unidad didáctica que distorsiona la historia

El lunes 7 de octubre apareció en los medios la presentación pública de la comentada unidad, pensada, según dicen los promotores, para que los estudiantes gallegos sepan quién fue Tomás Batuecas. Los máximos responsables de la Real Academia Gallega de las Ciencias, de la Secretaría General de Política Lingüística de la Xunta de Galicia y del Consello da Cultura Gallega dieron a conocer la publicación. Momento en el que el presidente de la Academia de Ciencias habló de trasladar a los alumnos valores en los que, según él, destacó el científico Batuecas: la rigurosidad, la tenacidad, la sinceridad y la honestidad (sic).

Las palabras de Lema presagiaban la llegada de una segunda sorpresa desagradable en esta triste historia: la unidad didáctica no hace la menor alusión a la intervención en la purga del profesor Batuecas. Los autores no tuvieron a bien mencionarlo y los responsables de la edición, los representantes de las instituciones citadas, validaron esa ausencia. Lo que en febrero se podía entender como un descuido, o negligencia, adquirió una nueva dimensión, por la implicación de otras instituciones y por el conocimiento del tema por parte de los responsables, supervisores y autores. Sabían lo que hacían: la mistificación fue intencionada.

Interrogantes académicas

Lo ocurrido ofrece un retrato preocupante de algunas instituciones, financiadas por fondos públicos, y de sus más altos dirigentes. Observamos un afán por priorizar la imagen exterior, callar ciertas cuestiones y apelar a la defensa de las instituciones como un valor corporativo y abstracto. Pero la dignidad de una institución solo se defiende actuando dignamente, con rigor técnico y con criterios éticos y democráticos. Con coherencia y sin bandazos. Parga fue una de las seis personalidades impulsoras de la creación de la Academia de Ciencias, presidente de honor en 1978 y resultó elegido por esa institución como científico del año en 2009. Por otra parte, fue rehabilitado por la USC en 1983, lo nombró doctor honoris causa. Entonces, ¿cómo se permite ahora lo de Batuecas? Parece que a veces en el proceso de selección de los responsables de algunas academias prima un perfil personal acomodaticio con el poder y ausente de espíritu crítico.

¿Otra asignatura pendiente de la Transición?

Lamentablemente, el caso que acabamos de comentar no es algo excepcional. En el Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia consulté la biografía dedicada al médico Fernando Enríquez de Salamanca (1890-1966). El autor del texto, Amador Schüller, nos describe los méritos del catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid, una narración laudatoria del discípulo sobre su maestro, pura hagiografía. Nos dice que después de la Guerra Civil Enríquez fue nombrado decano de la Facultad de Medicina y afirma que “su trabajo como decano fue duro y tenaz, con el objetivo de reordenar la facultad”. Hablemos de esa “reordenación”. El bando fascista tomó rápidas y contundentes medidas para la depuración del profesorado, con el fin de revisar el perfil ideológico de los docentes y asegurarse la lealtad al nuevo Régimen. En el caso de la Universidad de Madrid, Enríquez de Salamanca fue designado como juez instructor de la comisión depuradora y se implicó a fondo en la tarea. Las represalias fueron muy severas en la Facultad de Medicina: más de la mitad de los catedráticos, 17 de 28, fueron sancionados por sus ideas políticas. De ello Schüller no dice nada.

El caso de Enríquez es todo un ejemplo de lo que no se puede aceptar desde el punto de vista del rigor histórico y de los valores democráticos. El discípulo pasó de ser una posible fuente para la construcción de la biografía de su maestro a ocupar el papel de historiador. Y en este punto no puedo olvidar el texto del catedrático Julián Casanova: “El historiador ofrece lecturas críticas del pasado e introduce debates y diálogo con otros investigadores, revisando mitos y lugares comunes, enfrentando las mentiras y propaganda con cientos de documentos y lecturas pertinentes. Opinantes, no se confundan de profesión”. Amador Schüller actuó como opinante, sabía que no era historiador pero eso no le importó ni a él ni, lo que es más grave, a la Academia de Historia. Pero lo ocurrido incorpora un elemento que agrava la desfachatez intelectual de Amador Schüller y del mundo académico, porque este señor fue, nada más y nada menos, que presidente de la Real Academia de Medicina desde 2002 a 2008 (y posteriormente ocupó la presidencia de honor). ¿Cómo es posible tal indignidad intelectual y ética? Quizás la explicación tenga que ver con que en el paso de la dictadura a la democracia las academias siguieron en manos de los mismos.

Otras formas, otras sensibilidades

Esos comportamientos no tienen lugar en otros países democráticos. Los casos de Batuecas y Enríquez contrastan, por ejemplo, con lo ocurrido con el científico Friedrich Wegener (1907-1990), un destacado patólogo alemán que dio su nombre a una enfermedad rara (enfermedad de Wegener, granulomatosis de Wegener). Entre otras distinciones recibió en 1989 la de Clinical Master por la Asociación Americana de Neumología (American College of Chest Physicians, ACCP). Cuando murió se descubrió su pasado nazi (había estado afiliado al Partido Nacional-socialista y trabajó como patólogo militar en autopsias de fallecidos judíos procedentes del gueto de Lodz). La citada asociación le retiró las menciones honoríficas y, además, a instancias de varias sociedades científicas, se le cambió el nombre a la enfermedad, que ahora se llama “granulomatosis con poliangitis”. Hablamos de otras sensibilidades, de otras academias y de otros académicos. En el caso de Batuecas no pedimos eso, tampoco demandamos ciudadanos ejemplares. Solo desearíamos que no se oculte su pasado incómodo y que los escolares sepan realmente cuáles fueron sus valores.

______________________

Xosé A. Fraga es catedrático de Biología y divulgador científico.

Más sobre este tema
stats