Plaza Pública

Reconstruir puentes muertos

Fernando Ripollés Barros

En mi último viaje a Marruecos tuve el retrato simbólico de lo que fue España en este país y de lo que parece seguir siendo. Gracias a la sugerencia espontánea de unos lugareños, descubrí el cementerio español de Larache, donde descansan los restos de todos los compatriotas fallecidos en tierras marroquíes, el último, nuestro insigne escritor Juan Goytisolo, fallecido en Marrakech el 4 de junio de 2017, junto a cuya tumba yace su íntimo amigo y único “extranjero” aquí enterrado, el escritor francés Jean Genet, fallecido en Francia el 13 de abril de 1986 y quien, como última voluntad, pidió que lo enterrasen junto a Goytisolo cuando éste falleciera.

La entrada al cementerio está flanqueada por una placa que reza “Cooperación Española”, tras los muros y la verja, pude visitar un cementerio absolutamente abandonado y olvidado por el país “cooperante”, y que resiste adecentado gracias a la labor de una mujer larachense que, generosamente, me enseñó el cementerio y sus lápidas más emblemáticas.

En la ruta que me tracé en esta ocasión, el eje Tánger-Asilah-Larache, sólo encontré gente hospitalaria, dispuesta a ayudarme sin pedir nada cambio. Si esa es la actitud, en general, de sus ciudadanos, los gobiernos de España y Marruecos deberían extrapolarla, en la medida de lo posible, en sus relaciones.

Supongo que España, por aquello de ser parte del viejo continente, país comunitario y contar con más recursos de toda índole, debe y puede hacer más con y por su “vecino”. Marruecos sabe jugar sus cartas y en los últimos meses ha mostrado cómo aplacar las tentaciones de España, y por ende de Europa, de subestimarlo, por ejemplo relajando su control en fronteras a conveniencia y abriendo “el grifo de las pateras”; cerrando la aduana de Melilla después de más de 60 años a pleno rendimiento y asfixiando así, un poco más, a la ciudad autónoma; cerrando el comercio terrestre con Ceuta, acabando con una suerte de contrabando consentido bilateralmente, sustento de muchas familias ceutís; iniciando la “guerra del pescado”, prohibiendo la exportación y desabasteciendo a Ceuta; haciendo peligrar contratos en firme de compra de embarcaciones militares a los astilleros españoles, etc., etc.

Ayudar a gestionar o a minimizar los problemas que acontecen en el continente africano en general, que provocan migraciones, bien por terrorismo, bien por conflicto bélico o bien por el cambio climático (la falta de agua es un hecho que genera desplazamientos de población), se ha comprendido que es una política que beneficia a Europa a medio o largo plazo, no en vano España tiene en la actualidad misiones militares, bajo el paraguas de la UE, en República Centroafricana, Guinea, Somalia, Mali, Senegal, Mauritania, Túnez y Gabón (Fuente: Ministerio de Defensa).

En cada viaje al Marruecos profundo, donde sólo encuentro hospitalidad y gente amable, comprendo que la única posibilidad que tiene España para ganar peso específico frente a Marruecos, y como puerta de entrada a una Europa que cada vez se revela más burocrática y menos eficaz, es dejar de subestimar a su “vecino”, desplegar toda la diplomacia de la que sea capaz y buscar puentes de unión y de colaboración para afrontar los retos del siglo XXI, empezando por desterrar la visión decimonónica del Estrecho como frontera natural que separa y distancia dos continentes, para aceptar que hoy es una vía de paso y comunicación entre dos países unidos por tan solo 14 kilómetros de mar que dan entrada y salida a dos continentes que, si no se necesitan ya, se necesitarán en un futuro no muy lejano.

La diplomacia, en mayúsculas, es ejercer de “pontoneros”, como los expertos ingenieros militares que levantan puentes de urgencia y plenamente seguros en cualquier circunstancia y situación.

España y Marruecos deberían reconsiderar sus relaciones bajo la visión, idílica, pero no imposible, que tuvo el rey de Marruecos, Mohammed V, abuelo del actual rey Mohammed VI, quien, ya en 1956, dijo: “Marruecos, como nación islámica y árabe, con una situación privilegiada, debe actuar como puente entre Oriente y Occidente, y ser un actor eficaz para la convivencia de las diferentes culturas”.

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Fernando Ripollés Barros es abogado y periodista.

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