Plaza Pública

Sabina y el vacío

Justo Zamarro

Sabina cayó al vacío por querer acercarse más a su público, lo dijo Benjamín Prado en televisión. Y esto, aparte de las consecuencias que le está tocando batallar al artista, no deja de tener su lado simbólico. Joaquín Sabina siempre se ha caracterizado por lograr un grado de proximidad, casi íntimo, con quien pasea con todo su ser por las letras de sus canciones. Algo que no es nada fácil y que está al alcance de muy pocos artistas. Es de elogiar el hecho de que un artista de su talla, con todo lo que lleva encima y todo lo que se le ha quedado debajo, tienda aún siempre y sin demora a buscar este acercamiento cómplice con su público. Al acercarse tanto, Sabina no sólo se pone a tiro de objetivo para las cámaras de los teléfonos y para hacerse con algún regalo de sus seguidores –entre los que nunca debería faltar un sujetador y una rosa–, sino que se acerca para demostrar que es como tú, que se te parece, que las pasiones que tú sientes él también las lleva por dentro, que comparte tu mundo porque es el mismo que el suyo, y que asiste a la aventura de vivir ajeno a los privilegios del hermético Olimpo.

Mucho se ha escrito ya sobre el hecho en sí del paso en falso, del foco cegador, de la mística interna de la imagen de Serrat y Sabina sobre el escenario tras el golpe y el posterior silencio frío, helado de dudas y preocupación de todo el auditorio. Pero poco se ha dicho del trasfondo interno del caluroso aplauso que el público le brindó a Joaquín. Volvió al escenario, igual que retornan al ruedo los toreros minutos después de haber sufrido una cornada en la arena. Quizá se manifestase en esos momentos negros su antiguo deseo de ser torero. Y volvió como pudo, sin el micrófono con el que había luchado contra las sombras, pero cargado de palabras puras que destellaban desde su armadura de sinceridad a pecho descubierto. Se quejó y nos dolió a todos. No se confundan, no abandonó el escenario, fue sacado a hombros por los que lo aplaudían desde el más profundo respeto.

Sabina dice que volvería en solitario a los escenarios pero avisa de que la recuperación médica "va para meses"

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Desde esa noche, como pasa sólo con las figuras realmente grandes, los que desde ese momento tenemos el corazón agarrotado y el alma encogida igual que si se tratase de un pariente directo, comprendemos un poco más el vacío interior que llenan las canciones de Joaquín. Ellas son siempre un atajo para sacudirse la tristeza de encima, un hombro en el que encontrar consuelo cómplice, un bálsamo contra el desamor y un manual de libertades para mentes adormecidas. Sin ellas, fuera de toda duda, los hispanohablantes seríamos más pobres y estaríamos más vacíos. El público que se volcó en aplausos con el artista sabe bien de la sustancia y el contenido al que me refiero. Sabina siempre llena el vacío. Sin embargo, ya empieza a ser hora de que España –como apuntaba recientemente el maestro Calamaro– perfile y atine mejor en los honores que rinde a quien aporta cultura y valor a la sociedad; y nos saca del vacío que es a veces la existencia. Ahora que Sabina ha salido de la UCI, dejemos ya de enterrar bien y festejemos mejor a los que todavía están.

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Justo Zamarro es doctor en Literatura Española por la Universidad de Viena y autor del libro 'Ciudad Sabina'.

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