Plaza Pública

Coronavirus: lecciones de resiliencia social

Albino Prada

No hace muchos días razonaba aquí que la catástrofe del coronavirus nos enfrentaba a una colosal incertidumbre, cosa muy distinta de un riesgo. Y que eso tenía consecuencias sobre el tipo de medidas que una sociedad puede tomar, tanto para prevenir tales situaciones como para gestionarlas una vez que se desatan.

La idea clave es aplicar el principio de precaución. Porque reconocida nuestra ignorancia e impotencia debemos evitar la arrogancia, la complacencia tecnocrática o la temeridad. Por ejemplo: tomando medidas cautelares y urgentes de confinamiento en vez de persistir en mantener las usuales movilidades sociales. Aunque ello pueda impactar gravemente con la actividad económica o la vida social habitual. O decretar moratorias o prohibiciones respecto a formas de alimentación sobre las que no tenemos una plena seguridad sanitaria.

Pero no es menos cierto que una situación de este tipo nos sitúa, retrospectivamente, ante disyuntivas y elecciones sociales previas que podrían considerarse temerarias. Para evaluarlo el concepto clave aquí es el de resiliencia. Se considera tal cosa según la “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido” (diccionario RAE) (Wikipedia), sea ésta perturbación o alteración de tipo social o ambiental (o una mezcla de ambas como es el caso del Covi-19).

La resiliencia se convierte así en un atributo de máxima importancia para evaluar cómo estamos haciendo las cosas. Pondré algunos ejemplos que creo pertinentes en relación al coronavirus. Para que de la UCI social y productiva en la que hemos entrado salgamos con un modelo económico más resiliente. No con el mismo.

Un sistema sanitario público (y esto es aplicable al conjunto de nuestro sistema de dependencia) podría acabar gestionándose al límite de su eficiencia y productividad ya para situaciones habituales de riesgos para la salud. Por seguir un catecismo neoliberal o para dejar negocio creciente para empresas privadas. Y, esto así, quedaría inerme para enfrentar una situación de incertidumbre. No me refiero aquí a que pueda quedar desbordado en una situación de riesgo (como una gripe anual) más o menos masiva, como desgraciadamente suele suceder y padecí por propia experiencia.

Defiendo que, a partir de ahora, debe contar con una holgura amplia de instalaciones y plantillas activas para enfrentar situaciones de incertidumbre. Para ser así resiliente ante una incertidumbre como la del coronavirus. Porque esta cualidad tiene que de algún modo explicar que a la altura del día 21 de marzo en Alemania falleciesen 72 infectados (de 21.000) por coronavirus, mientras en España llevábamos 1350 (de 25000).

Hay aquí un enorme potencial de empleo digno y cualificado para absorber los excedentes que genera la robotización y la economía del big data. Excluyendo estas actividades de la tentación a amortizar horas de trabajo humano. Porque en los momentos críticos este factor es imprescindible para ser más resiliente y más inclusivo como el modelo japonés.

Por el mismo motivo nuestros sistemas de aprovisionamientos básicos (alimentarios, farmacéuticos, energéticos,…) no debiera estar conformados a la medida de una situación garantizada de bonanza o de riesgos comunes en los mercados. En este punto conviene recordar que la política agraria europea tuvo en su origen distanciarse de esa filosofía: buscó garantizar una autonomía y suficiencia alimentaria por ejemplo ante una ruptura de los mercados por un conflicto bélico. Y como se ha puesto de manifiesto en el caso de las mascarillas y otro material básico “en un momento de pandemia mundial como el actual las cadenas de suministro empresarial están totalmente rotas” y es crítica la capacidad de producción nacional o doméstica. Porque esta es una guerra del siglo XXI.

Por tanto un sistema agroalimentario, o sanitario, o energético,… debiera sospechar que conformarlo a la medida de la opción más barata o a la más eficiente cuando todo transcurre con normalidad, puede convertirse en una ratonera cuando las cosas se tuercen. Aquí resiliencia significa: sistemas descentralizados, alimentos de proximidad, autonomía alimentaria, canales cortos de comercialización, evitar los megacentros de producción o distribución… porque solo hacerlo así nos permitirá gestionar y recuperar una cierta normalidad en situaciones de incertidumbre sobrevenida. Y ello debiera ser así por más que en situaciones de normalidad o de riesgos comunes nos puedan parecer menos eficientes, competitivos o baratos. Porque lo más barato nos puede costar muy caro.

Otro buen ejemplo de escasa resiliencia ante incertidumbres sobrevenidas con la irrupción del coronavirus lo tenemos en la dependencia letal de España respecto al turismo y al financiamiento externo. Nuestro saldo exterior sería insostenible sin ese turismo masivo y nuestra deuda pública nos coloca en jaque mate (prima de riesgo, no financiación) ante turbulencias globales.

Por tal motivo un sistema económico más resiliente para España debiera frenar la bola de nieve de deuda (cuyo mayor acelerador es el gorroneo fiscal de unos pocos) y reducir su enorme dependencia de la actividad turística (con lo que, de paso, frenaríamos no pocas insostenibilidades ambientales). La lucha contra el gorroneo fiscal puede abrir camino a empleos decentes en la inspección fiscal y laboral, pero las alternativas de empleo a la hostelería debieran pasar (en Japón pasan) por: “Optimizar la cadena de valor energético, sistemas de transporte inteligentes, promover sistemas integrados de atención comunitaria, de sistemas hospitalarios y sanitarios, sistemas inteligentes de cadena alimentaria, información sobre el medio ambiente, mantenimiento y actualización de infraestructuras o lograr una sociedad resiliente contra los desastres naturales”. Afortunadamente la rueda está inventada.

En todos los casos que acabo de enumerar podemos seguir actuando con el sonambulismo de aquellos que imaginan que lo peor nunca va a pasar, que nada hay que hacer contra los cisnes negros (hoy coronavirus, mañana manipulación genética, pasado inteligencia artificial, luego nuclear, etc.), que al final la ciencia y la tecnología nos sacará del atolladero, que en el peor de los casos los más aguerridos sobrevivirán,… o aplicar el principio de precaución en relación a la resiliencia de todas nuestras opciones: digitales, sanitarias, big data, alimentarias, energéticas, financieras, de visitantes, etc. etc.

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No elegir la opción aparentemente más barata o competitiva sino aquella que nos permita (con soberanía ante corporaciones gigantes) manejar mejor situaciones de incertidumbre. Hagamos de la necesidad virtud, que este gigantesco batacazo se transforme en una oportunidad. Para no entrar en otra situación de incertidumbre con las mismas fragilidades que esta vez. Para no tropezar de nuevo en la misma piedra. 

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Albino Prada es miembro de ECOBAS y de Attac

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