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Preguntas en los márgenes

Eugenio del Río

Un experimento social, económico, cultural, psicológico a gran escala. La movilidad cortada en seco. Toda una población encerrada en sus casas. La relación entre las personas digitalizada de golpe. El sistema sanitario desbordado. Muchas muertes. Buena parte de la actividad económica interrumpida. Un brusco frenazo mundial. El mundo entero –un mundo medio inmovilizado– como escenario.

No sabemos cuánto durará esta situación desconocida y excepcional que pone a prueba a las personas, sus valores y sus formas de vida, a las instituciones, a las prácticas políticas y económicas establecidas, a las relaciones internacionales.

Iñaki Gabilondo, pegado al momento y a las preocupaciones que rondan por nuestras cabezas, se ha atrevido a hincarle el diente al paisaje que se vislumbra, sin esperar a que el virus retroceda.

Por los senderos de skype ha puesto en pie, sobre la marcha, un documental-encuesta de urgencia. El asunto: qué vendrá después; cómo seremos. Volver para ser otros, se titula. Una hora y nueve minutos de recogida de opiniones con abundantes sugerencias, preguntas y respuestas. Cavilaciones en voz alta.

En las respuestas a las preguntas de Gabilondo se combinan los aspectos descriptivos, los predictivos y los prescriptivos.

La hipótesis operativa es que seremos otros. Pero, ¿lo seremos realmente? ¿En qué sentido? ¿Cómo de diferentes de quienes somos ahora? ¿En qué sociedad? ¿En qué mundo?

Las incógnitas se agolpan y empiezan a circular opiniones que se adentran en tan sustanciales como escarpados territorios.

No me detendré aquí en la encrucijada europea, en la que hoy revive la división entre el egoísmo de los países más ricos y la necesidad de mancomunar solidariamente el gasto y los riesgos frente a la actual crisis sanitaria y económica.

Tampoco en la conducta errática, irresponsable y demencial del presidente norteamericano, ni a los Estados Unidos que vendrán después de la pandemia.

Ni en el papel que va a desempeñar China en el mundo, tras su eficacia en el combate contra el coronavirus, o a la capacidad de seducción que va a tener –que tiene ya– su modelo autoritario-tecnológico no solo en Asia sino en otras latitudes.

¿Hasta qué punto tenderán a mantenerse cuando pase la tormenta nuestras actitudes y nuestros hábitos del confinamiento?

¿Qué quedará de nuestras aprensiones actuales, de nuestros momentos de aturdimiento, de nuestra impresión de vulnerabilidad? ¿Y de nuestra capacidad para superar la zozobra en la movilización contra la adversidad?

¿Se mantendrán los desplazamientos que estamos viviendo estas semanas en nuestro modo de relacionarnos desde lo analógico a lo digital? ¿Se recuperará totalmente la relación física, directa, presencial, entre las personas?

¿Cómo afectarán a la moral cívica y a las actitudes políticas las turbulencias económicas, la recesión, la previsible desaparición de pequeñas y medianas empresas y las posibles pérdidas de empleos?

¿Qué premios y qué castigos merecerán las distintas familias políticas por su comportamiento ante esta catástrofe?

Y tantos otros interrogantes en los que hoy no me detendré.

Personalmente –y esto no deja de ser una opinión puramente conjetural– me inclino a pensar que nuestra manera de vivir probablemente no se alterará especialmente, aunque todo dependerá del curso que siga el proceso sanitario y lo que duren las medidas especiales. En todo caso, lo que sí puede ocurrir es que se modifique nuestra forma de ver algunos problemas, nuestras opciones, nuestras prioridades.

A este respecto, en los siguientes párrafos señalaré varios puntos –en parte también en modo interrogativo– que pueden poseer alguna relevancia cuando el virus retroceda, y a los que, a mi parecer, se suele conceder una insuficiente atención.

1.- La población española destaca por su sentido solidario. Los hechos y las encuestas de opinión lo vienen confirmando desde hace varias décadas de una forma elocuente. Por supuesto, estoy hablando de un hecho relativo a los países europeos y estoy hablando también de algo que no es una propiedad definitiva, invariable. Obviamente, puede cambiar. Y la actual situación está poniendo a prueba ese espíritu solidario, hasta ahora, por lo que veo, con buenos resultados. No hace falta aludir a la multitud de gestos, de iniciativas de acciones provenientes de la sociedad para echar una mano en estos penosos días. Hemos compartido una conciencia de que nos necesitamos y de que tenemos que apoyarnos, como lo prueban las mil formas de cooperación y de apoyo mutuo que han aflorado en estas semanas con la irrupción de la cultura de las ventanas.

¿Cómo saldrá esta sociedad comparativamente solidaria de la actual situación? ¿Se mantendrá, o se reforzará incluso, esta faceta tan valiosa? ¿O quedará lesionada? ¿La toma de conciencia de que el Estado debe asumir sus responsabilidades en la defensa de la sanidad pública se transformará en exigencia al mundo político para que haga frente como es debido a sus responsabilidades sociales?

2.- En España se debate insuficientemente sobre las grandes cuestiones de interés general. Se discute en y entre los partidos, los medios de comunicación, los movimientos sociales, los lobbies. Pero los debates están inscritos con frecuencia en batallas entre unas y otras fuerzas para ganar influencia, votos y poder. Son debates para eso. Y se dejan de lado asuntos importantes, simplemente porque no es útil para los intereses particulares discutir sobre ciertas cosas.

Me viene a la mente la defensa de Michael Sandel del debate público sobre las grandes prioridades sociales.

Sin negar que el mercado es útil e insustituible en cierta medida, lo que Sandel sometía a debate era: ¿en qué es beneficioso el mercado y en qué no? Y, por lo tanto, hasta dónde debe llegar el mercado y a partir de dónde ha de ser contenido, sustituido o sujeto a regulaciones exteriores a él, determinadas por la ley y por las instituciones políticas democráticas. A la vez, cuáles son los valores que han de guiar las grandes decisiones.

Con razón sostenía que no se puede confiar al mercado las decisiones que deben resultar del debate público y que han de ser tomadas por instituciones democráticas.

El debate civil concierne al reparto de la riqueza, a las prioridades sociales, al gasto social, mirando a las necesidades del conjunto de la sociedad y sin someterse a los deseos y a la codicia de las minorías.

Una sociedad sufre cuando es el mercado y el dinero quienes deciden. La salud, la educación, los cuidados a los mayores, la relación entre los servicios públicos y la empresa privada, el gasto en investigación… no deben quedar a merced del mercado. La sociedad no debe permitir que el mercado y el dinero decidan lo que hay que hacer prescindiendo de valores como la solidaridad y la igualdad.

Una sanidad pública debilitada por años de subordinación política a los intereses privados es responsable de graves males y sufrimientos en las actuales circunstancias de emergencia sanitaria.

¿Será posible debatir sobre esto? De ellos depende el necesario cambio de rumbo de las políticas públicas.

3.- La pandemia es un revelador de problemas. Pone de manifiesto deficiencias que en otras condiciones podrían quedar en segundo plano.

Nuestra vida política se mueve en plazos muy cortos. No mira mucho más allá.

La conocida intervención de Bill Gates, en marzo de 2015 en Vancouver, que estos días se ha hecho viral, puso el dedo en la llaga:

"En las próximas décadas puede activarse un virus muy infeccioso. Podrá matar a más de diez millones de personas. No estamos preparados para eso. Con el Ébola no es que el sistema no funcionara bien sino que no había sistema. Hace falta un sistema mundial de salud. También, sistemas de salud fuertes en los países pobres, medicinas, personal preparado. Todo eso costaría muy poco comparado con el daño potencial".Hace falta un sistema mundial de salud

La epidemia del Ébola (2014-2016) no funcionó como una alarma. En el último lustro ni el mundo ni España se han preparado para hacer frente a esta amenaza.

En Cataluña, en Madrid y en otros lugares se ha fragilizado el sistema de salud en lugar de reforzarlo y de prepararse para emergencias sanitarias de grueso calibre como la actual.

En septiembre de 2019 hubo nuevas advertencias. Un informe de las Naciones Unidas y del Banco Mundial llamaba a tomar medidas frente a la amenaza de una gran pandemia. Todo cayó en saco roto.

Es una de las carencias más inquietantes de la política actual: vive al día. Se pierde en refriegas de corto alcance y de corto plazo entre partidos o entre gobiernos.

¿Servirá de algo el trágico episodio del coronavirus para dirigir la vista algo más lejos? ¿Se sacarán las enseñanzas pertinentes para afrontar el grave problema del calentamiento global? ¿Y el de la demografía en las próximas décadas? ¿Y la cuestión de la inmigración en la perspectiva de mediados de siglo? ¿Acertarán las países a unir sus esfuerzos, con mucha más decisión de lo que lo han hecho hasta ahora, para encarar los grandes desafíos de la humanidad? ¿Cómo influirá en Europa la brecha abierta por la actual insolidaridad? ¿Presionará con más energía nuestra sociedad a los diversos poderes para exigirles políticas de anticipación?

4.- El virus ha tenido efectos paradójicos. Ha producido una parálisis material, en la vivienda, en el trabajo, en los desplazamientos, pero, a la vez, ha movilizado las energías solidarias de mucha gente. Nos ha atomizado con el confinamiento general, pero, al tiempo, ha unificado al conjunto de la sociedad acosada por un mismo mal y empeñada en alcanzar un mismo objetivo.

La emergencia ha provocado una conjunción de fuerzas antes dispersas.

La lucha contra el virus se ha erigido en la causa común principal que se antepone a cualquier otra.

Esta emergencia pone en primer plano la intervención de una autoridad estatal principal, que encarna hoy el mando único; lo que, a su vez, plantea el problema de cómo se legitima, cómo se concibe y cómo opera esa autoridad. Es algo que va más allá de si hay más o menos autonomía y más o menos descentralización.

La Transición política española, a finales de los años setenta del siglo XX, puso en pie una estructura estatal basada en una importante descentralización: el Estado de las autonomías. Con tal constitución territorial se intentó atender las demandas de las nacionalidades con mayor historia y, a la vez, cerrar el paso a procesos disgregadores. La descentralización y el autogobierno de las comunidades territoriales supuso un progreso frente al centralismo franquista.

Pero tiene dos aristas problemáticas: 1) ha sido el escenario de persistentes agravios comparativos entre las partes; y 2) ha consagrado una estructura en la que las reivindicaciones de las partes no se dirigen al conjunto de ellas sino al Gobierno de España, mientras las restantes partes asisten a esas dinámicas reivindicativas como espectadoras.

La lucha contra el virus ha puesto de manifiesto las limitaciones del actual modelo. Las decisiones las ha tomado el Gobierno de Pedro Sánchez, que, en general, se ha aprestado a comunicar a las Comunidades Autónomas sus acuerdos pero sin que ellas intervinieran en la adopción de las medidas.

Sin embargo, no es difícil imaginar una estructura que integre a las partes en la toma de decisiones, esto es, que las corresponsabilice de las decisiones que conciernen a todos los territorios. Pero eso está inventado hace mucho: es una estructura federal.

Es algo más que la autonomía, el autogobierno y la descentralización. Es la organización de la corresponsabilidad en un país de países asociados.

Supone institucionalizar un procedimiento adecuado de articulación, un sistema de corresponsabilidad, de decisión compartida, que puede ayudar a reintentar hacer de España una comunidad política solidaria ampliamente respaldada. Y que solo podrá constituirse tras un largo proceso de reflexión, debate y elaboración en pos del necesario consenso.

Es una reforma necesaria que viene siendo rechazada o pospuesta por las mayores fuerzas políticas.

La actual crisis no solo ha puesto de relieve la necesidad de esta reforma; ha mostrado también que la discusión pública sobre esta cuestión debería formar parte de las cuestiones de actualidad.

A mi juicio, la viabilidad de España vendrá de la mano de un cambio federal, aunque lo que importa es el contenido federal y poco importa que la reforma se haga bajo el rótulo federal, que suscita una aversión arraigada en una parte de la sociedad.

12-O: Preguntas sobre un disparate

12-O: Preguntas sobre un disparate

¿Será posible incorporar esta cuestión al debate público tras el coronavirus? ¿O seguiremos tropezando como hasta ahora con los rechazos, los temores o el desinterés de tantos años?

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Eugenio del Río es ensayista político

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