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Turismo y covid-19: propuestas para una política turística post pandemia

Aurora Pedro

El covid-19 ha desencadenado una crisis económica y social que, para algunos, podría ser similar a la Gran Depresión de los años 30. Las estimaciones del FMI y del BBVA calculan que en España la riqueza se contraerá un 8% en 2020, “todavía no ha cifrado el mayor derrumbe del turismo ni su incidencia en el empleo“; aunque algunos cifran ya las pérdidas del sector en unos 92.000 millones de euros este mismo año. La caída del PIN podría situarse entre un 6,6 y un 12,6%.

Uno de los sectores más dañados por la crisis que ha desencadenado la pandemia del covid-19 es, sin duda, el turismo. Para Exceltur la caída de la actividad turística podría estar entre casi los 90.000 o los 124.000 millones, esta última cifra considerando el peor de los escenarios. Estas cifras son dramáticas si consideramos que el turismo aporta (aportaba) más de un 12% del PIB. Es decir, es uno de los grandes sectores económicos de la economía española, que en las últimas décadas ha aumentado su dependencia del sector servicios, ha debilitado la estructura industrial y ha reducido el peso de la agricultura. La construcción ha sido el sector utilizado para generar arrastres, a veces acompañado de procesos especulativos en la fase de crecimiento del ciclo. Pero casi siempre, desafortunadamente, vinculado al desarrollo inmobiliario en la costa.

La gran dependencia de la economía española del turismo en algunas áreas hace que podamos hablar de “monocultivo”. Esto es especialmente cierto en las islas. Pero la dependencia de este sector es también muy alta en otras comunidades autónomas. Y, como bien sabemos los economistas –y nos enseña el sentido común–, apostar excesivamente a un sector implica riesgo y configura una estructura económica débil. Si a esto añadimos la confusión que se establece entre turismo y desarrollo inmobiliario, la tentación es aumentar continuamente el número de turistas para cubrir plazas hoteleras o segundas residencias.

Es arriesgado realizar previsiones más allá del verano, teniendo en cuenta que todavía no se conoce cómo evolucionará la pandemia al llegar el verano y el otoño. Los expertos apuntan que el calor puede reducir los contagios y relajar la tensión este próximo verano. Pero la diferente velocidad o situación de la pandemia en otros países puede aconsejar mantener cerradas las fronteras. Si la relación con la temperatura (y parece que también con la sequedad o humedad de las zonas) es correcta, y no se ha logrado una vacuna o un tratamiento eficaz en unos meses, el otoño puede llevarnos a un rebrote del número de casos. Es decir, es pronto para hacer predicciones exactas porque dependerá de los avances en la investigación científica. Pero lo que sí parece que se puede ya avanzar es que el impacto en el sector será notable, como hemos comentado.

El futuro a corto y medio plazo, es decir, hasta el verano, es extremadamente malo. La actividad turística está parada y la vuelta al trabajo de muchos trabajadores en sectores que todavía pueden seguir produciendo podrá ayudar a recuperar poco a poco el espacio productivo turístico. Eso sí, con la presencia exclusiva del turismo nacional que, sin opciones de viajar fácilmente al extranjero, deberá apostar por el producto turístico nacional. En general, se tratará de una demanda segura pero también débil; débil por el número como por el gasto turístico. La notable caída en la renta y el aumento del paro van a dificultar el gasto nacional en turismo; la rentabilidad de las empresas que logren reiniciar la actividad será complicada. Especialmente para las pymes.

Las previsiones a más largo plazo son excesivamente arriesgadas en este momento. Los escenarios serán parecidos a los que se contemplan para el conjunto de la economía: en V (se tocaría fondo y habría un efecto rebote), en U (se tocaría fondo y habría un periodo de estancamiento antes del rebote), en J invertida (una recuperación que no llegará a los niveles anteriores), en L (crisis estructural), en W….

Si se consigue controlar el contagio y hay tratamientos eficaces, sabemos que el turismo es capaz de recuperarse. La capacidad de resiliencia ha sido demostrada en numerosas ocasiones, como los atentados del 11-S en Nueva York, el de Bali, Madrid… En general, si la gestión de esta crisis es la adecuada, y no hay por qué pensar lo contrario, los destinos volverán a resurgir una vez eliminado el riesgo sanitario. La recuperación del sector ha sorprendido siempre después de grandes crisis de seguridad, incluso económicas. El ritmo al que se produzca dependerá de la profundidad de la crisis económica que ha desencadenado y de las medidas que se adopten desde los Gobiernos para frenar otra crisis profunda, otra Gran Depresión. Parece que, al menos en este caso, hasta el FMI está recomendando la utilización de políticas de gasto público intensas. Hemos dejado atrás, al menos de momento, el error de las políticas de austeridad de la crisis del 2008. Pero también dependerá de las nuevas medidas que se adopten para evitar nuevos contagios, de los nuevos comportamientos y prioridades de los turistas.

En estos últimos días, se han repetido noticias sobre el cambio de imagen de España como destino turístico. La imagen de un país seguro, diverso, competitivo… parece que podría cambiar por una imagen de falta de seguridad en el ámbito de salud. No creo que esto se confirme totalmente. En todo caso, no seremos el único país en el que esto suceda. Queda todavía mucha pandemia para confirmar este tipo de mensajes derrotistas. La credibilidad del turismo español no puede evaporarse repentinamente y hay mecanismos y formas de acción para encauzar las crisis. La gestión de crisis en turismo es, de hecho, uno de los instrumentos que se han desarrollado desde finales de los noventa. Otra cosa es la imagen que damos como país, eso que se dio en llamar “la marca España” y que sale muy debilitada por un país dividido y con múltiples intereses electorales que parecen primar sobre la recuperación sanitaria, social y económica. Pero esto no entra en los instrumentos utilizados por el marketing turístico.

En la recuperación de la actividad del sector creo que podemos distinguir dos grandes etapas. Una primera en la que se apostará por reiniciar la actividad económica lo antes posible. Tendremos prisa, porque el día a día exige comer y pagar facturas. Y habrá que hacerlo poco a poco apostando por lo nacional. Pero no por razones asociadas a un nacionalismo trasnochado o pueril, sino porque la cadena de consumo es la que va a desencadenar otros consumos y empleos. Y porque, además, las fronteras seguirán cerradas o con restricciones. Esto será una garantía para el futuro del sector de cara a la normalización del turismo. En todo caso, podría ser un buen momento para reforzar cadenas de valor en el sector que permitan expandir los efectos arrastre de esta actividad. Y, como señala Finn Kydland, premio Nobel de economía en 2004, el riesgo es no mantener el capital humano, el know how también en toda la cadena de valor.

Otra cosa bien distinta será en qué va a consistir la normalización. Y es ahí donde debemos apelar a la Política Turística como instrumento estructural. Si cualquier crisis encierra una oportunidad, la del turismo debe (“debe”) estar en el cambio de paradigma. Llevamos ya varias décadas dando tímidos pasos hacia eso que llamamos sostenibilidad turística. Hemos conseguido algún avance en la conceptualización, aunque todavía sea un concepto vago y poco operativo. Pero en estos momentos, resulta imprescindible profundizar en ello, con un elemento adicional: la presencia distorsionadora de los grandes fondos de inversión. En turismo, como en el resto de la economía, esto puede ser también un riesgo a la vez que alejan los mínimos principios de la sagrada competencia de los mercados.

Concretando algo más, desde mi punto de vista hay tres grandes líneas de la política turística de la nueva era de la post-pandemia. En primer lugar, vincular las grandes crisis actuales para buscar una salida sostenible. En Europa ya se habla de una gran alianza/apuesta verde, una propuesta para salir de la crisis atendiendo también a otro gran reto: el cambio climático. Abundan los artículos que vinculan esta pandemia con la forma de producción, el estrés climático y la sobreexplotación de los recursos. Lo cierto es que los cambios futuros tendrán que avanzar en la transformación del modelo energético, el cambio de formas y magnitudes e, incluso, de las formas de medir.

En segundo lugar, debemos repensar la relación del turismo con otros sectores, sin llegar a extremos de planificación que tanto asustan a ciertos sectores económicos. Si algo ha quedado claro de esta crisis es que la globalización tiene algunos límites evidentes que inciden específicamente en la seguridad del abastecimiento. Lo hemos visto en dos sectores: el mercado de productos sanitarios, enloquecido por la presión de una demanda mundial desbocada; y el agrícola, que nos ha mostrado la importancia de mantener y cuidar este sector, y no sólo por cuestiones de soberanía alimentaria. Habrá que repensar cuáles son los sectores básicos y necesarios para las sociedades, en garantizar un mínimo abastecimiento nacional más allá de lo que dictan los mercados globalizados. El turismo debe contemplar esto como una oportunidad reforzando la identidad a través del producto local y la cadena de valor. Pensar en global para actuar en lo local, para valorarlo y potenciarlo.

La tercera línea ha estado presente en el turismo español desde la crisis de los años noventa. Ahora más que nunca hay que trabajar coordinada y generosamente. La cooperación entre sector público y privado ha sido garantía del éxito de la política turística española de las últimas décadas, desde que se aprobara el primer Plan Futures. Pero como también se recogía en aquel Plan, se necesita coordinación y cooperación en el ámbito público.

Esta coordinación implica que las administraciones actúen bajo un paraguas común, pero con la libertad de aportar, de reconocer las diversidades e identidades que tan importantes son en turismo. Esta premisa, paradójicamente, parece que no puede trasladarse al conjunto del Estado y que sí puede dañar, irreversiblemente, la “marca España”. Y es que también será importante, para el futuro del turismo español y de la economía española, no sólo afinar en la acción gubernamental, sino aparcar localismos reduccionistas o electoralistas en guerras de cifras provocadas y acciones de reconstrucción.

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Aurora Pedro es doctora en Economía por la Universidad de Valencia. Profesora Titular del Departamento de Economía Aplicada de la UV.

   

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