Plaza Pública

Libertad de expresión y covid-19

Alfonso Villagómez Cebrián

Lo difícil no es escribir, decía Robert L. Stevenson, lo difícil es escribir lo que quieres escribir. Y ahora añadiremos a la reflexión del genial escocés, que lo difícil es lo que se puede (o se debe) escribir en estos dramáticos momentos para la humanidad que provoca esta maldita pandemia del covid-19.

Porque el coronavirus no solo está dejando en el mundo un reguero de muertos, también obligará a replantear la aproximación que teníamos a la teoría y la práctica de los derechos fundamentales, tal como fueron formulados hace más de 70 años.

Las medidas restrictivas que estamos padeciendo de libertad de desplazamiento o del derecho de reunión son del todo puntos inconcebibles para el Derecho en tiempos de normalidad. Pero también lo son otras limitaciones de libertades que, como es el caso de la libertad de expresión, no están referidas, ni podrían estarlo, en los decretos del estado de alarma (artículos 116 y 55 de la Constitución)

En la colisión de los derechos y principios (en este caso de los de libertad de opinión, expresión y salud pública) existen, como dice Robert Alexy, "soluciones extremas detrás de las que se encuentra, en definitiva, la vieja tensión entre los derechos fundamentales y la democracia". Pero, aparte de las limitaciones formales y materiales de las libertades, todos los que gozamos de la posibilidad de expresar nuestras ideas deberíamos convocarnos a una "autolimitación" solidaria.

Propongo que nos unamos todos en esa voluntaria restricción de nuestra palabra, y que lo hagamos solidariamente con unos ciudadanos desesperados y con un Gobierno que no lo está menos. "No toman ninguna decisión, la verdad, pero les hacemos creer que sí", escribe Charles Bernstein. El mercado libre de la expresión puede provocar este lúcido y poético convencimiento en unos lectores y oyentes cada día más confundidos por bulos y mensajes de todo pelo.

La protección de los derechos fundamentales no es tarea única de los jueces y tribunales encargados de su administración y garantía. Hay libertades y derechos fundamentales que corresponde proteger, principalmente, a quienes las ejercemos. La libertad de expresión es el derecho fundamental más relevante necesitado de esta autoprotección, que va desde la veda justificada a cualquier regulación externa, hasta su ejercicio práctico de conformidad con los códigos internos de cada medio de comunicación.

No es posible constitucionalmente que el Gobierno incluya limitación alguna a la libertad de expresión en los decretos de alarma sanitaria, y en su ejecución, porque además estoy seguro de que están en el convencimiento de su uso proporcionado. El único límite al ejercicio en la libertad de expresión en la modalidad de derecho a la información es la veracidad de lo que se cuenta y el único límite a la libertad de opinión es el insulto y la mentira, porque en nuestro ordenamiento, ni en ningún otro, existe un derecho al insulto o un derecho a mentir a los lectores, oyentes o espectadores.

"La comprensión exacta de las catástrofes que sin cesar organizamos es el primer requisito para una organización social de la felicidad" (W.G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción). Bienvenidas y agradecidas sean todas las opiniones, pero, por favor, pensemos un poco, como advierte Sebald, en la felicidad de nuestros conciudadanos, una felicidad sin duda muy necesitada de organizarse cuando todo esto acabe. La esperanza es la fuerza impulsora de un futuro que pronto llegará a nuestras casas y trabajos; de esa necesidad de seguir siempre en un nuevo lugar bajo circunstancias tan tristes como las que estamos viviendo. Y es que por mucho que lleguemos a conocer la realidad sobre la pandemia, algunos seguro que seguirán dándole vueltas a lo que parece que debió pasar, y que no pasó.

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Alfonso Villagómez Cebrián es magistrado y doctor en Derecho Público.

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