Plaza Pública

¿Y si eliminamos la M-30?

Atasco en la M30 de Madrid.

Antonio Giraldo Capellán

Hace unos días lancé en forma de hilo en Twitter una idea aparentemente sencilla, pero con demasiado trasfondo: "¿y si eliminamos la M-30?". Las respuestas no tardaron en llegar, de gente mayoritariamente a favor, pero también en contra del proyecto al que yo mismo bauticé como Parque-30, por aquello de sustituir una autovía de gran relevancia por un gigantesco eje verde que atravesaría nueve distritos de la ciudad de Madrid.

Quizá la radicalidad de la propuesta resida en su presunta sencillez, no se trata de soterrar el tramo que resta de dicha autovía en superficie, sino en directamente suprimirla, y en su lugar hacer un parque longitudinal. Aunque el resultado final, con la brecha urbana que supone la M-30 resuelta y la idea de disponer de un nuevo espacio verde de trece kilómetros de longitud resulte irresistible, es inevitable hacerse las preguntas que partidarios y detractores plantean: "¿y qué hacemos con todo el tráfico que actualmente soporta la M-30?", "¿cómo es posible abordar un proyecto de semejante magnitud interrumpiendo una vía de comunicación fundamental para la ciudad?". Precisamente el llegar al punto de plantearse dichas cuestiones ha sido el principal objetivo de Parque-30.

Ha sido verdaderamente llamativa la respuesta de gran cantidad de ciudadanos que usan diariamente esa arteria y que haciendo el ejercicio de imaginar cómo sería su vida cotidiana sin ella, muchos hayan concluido, con acierto, que eso les supondría un incremento considerable del tiempo de desplazamiento al tener que utilizar forzosamente la M-40 u otras vías.

Y este es precisamente el modelo que tenemos desde hace décadas implantado en Madrid, un modelo en el que muchos de los madrileños no conciben su vida cotidiana sin el uso del vehículo privado. Es una necesidad porque, y como muchos comentan: "no tenemos alternativas en transporte público". ¿Es ese el problema? En parte sí, y en parte no.

Madrid es una ciudad con una estructura centralista bastante acusada, desde el centro más compacto que comúnmente llamamos "almendra central" y que curiosamente su límite conceptual es la circunvalación M-30, parten diversos barrios a su alrededor de una forma más o menos uniforme. Además de la propia ciudad, Madrid posee en su área regional una serie de ciudades de tamaño considerable muy próximas entre ellas, especialmente en el sur. Esto ha hecho que históricamente las vías de comunicación hayan sido focalizadas de manera radial y no tanto de forma transversal. La apertura de las circunvalaciones pretendía a la par que evitar el tráfico pasante por el núcleo urbano, dotar de una cierta estructura metropolitana a todas las poblaciones colindantes, y facilitando de este modo que una persona pueda trabajar en un punto de la ciudad, pero vivir en otro diferente a diez, quince o veinte kilómetros de distancia. Eso no son más de 20 minutos en coche, siempre que no haya tráfico, claro.

¿Y qué sucede con el transporte público? Madrid tiene una gran red de transporte público, eso que vaya por delante, y hasta me atrevería a decir que una de las mejores de Europa, sobre todo por sencillez de uso. Pero hay algo que hace que dicha red no sea así percibida por todos y que no resulte todo lo eficaz que podría llegar a ser: el modelo de trasporte público está subordinado a la supremacía del vehículo privado. La gente en el Madrid metropolitano usa el transporte público, generalmente, cuando no tiene más remedio; y la gente en Madrid ciudad lo usa porque el disponer de un vehículo con su plaza de garaje y el coste que eso conlleva, además de las limitaciones de movilidad dentro de la urbe, no les compensa.

Se da también la curiosa paradoja de que precisamente la extensa malla viaria que disponemos en el área de Madrid, actúa en sí misma como barrera fraccionadora de los espacios habitados que pretende interconectar. No solo como barrera física, sino también psicológica: el hecho de tener que ir más allá de la M-40, por ejemplo, a veces nos da una falsa sensación de lejanía que nos invita a usar el vehículo privado como mejor medio para llegar, cuando en muchos casos no es esa la forma más rápida de cubrir el desplazamiento, con tráfico o sin él.

No es de extrañar, por tanto, que ante la idea planteada de suprimir trece kilómetros de M-30 en el este de la ciudad, mucha gente se lleve las manos a la cabeza. El modelo de movilidad asentado en la colectividad madrileña es de un calado tan profundo que cuesta simplemente pensar, ante esa premisa, "¿qué otra manera tendría yo para recorrer esa distancia si no dispongo de la autovía?". Y ese es el debate que planteo con Parque-30, ¿qué tenemos que hacer para que construir esa enorme infraestructura verde que elimine la gran brecha que divide a cientos de miles de madrileños no suene a utopía? Es evidente que Parque-30 debe ir acompañado de un fuerte plan de transporte público.

Los problemas que la M-30 causa en Madrid son bastante conocidos, especialmente por quienes la tienen al abrir la ventana del salón, que son muchos: barrera física, ruido, contaminación e incluso barrera socio-económica. Casi podríamos hablar de dos Madrid diferentes a un lado y al otro de la autovía, especialmente en los distritos del sur donde el paso inferior a veces es como cambiar de ciudad.

Resulta más que evidente que un proyecto de estas características no se podría abordar sin más, sino que tendría que ser el resultado de un giro de radical en la política de movilidad en toda la región de Madrid y una sustitución del modelo de ciudad que hacemos.

¿Por qué? Porque el mundo cambia cada vez más a pasos agigantados, porque nos estamos dando cuenta de que una ciudad sostenible es una ciudad vivible, porque estamos caminando hacia un futuro donde el peso del vehículo privado, eléctrico a ser posible, sea inferior frente al transporte colectivo, porque estamos descubriendo a raíz de la pandemia del covid-19, que el teletrabajo ha llegado para quedarse y que los espacios públicos y el distanciamiento social son dos bienes muy preciados, y porque hemos aprendido a la fuerza que debe primar siempre la salud y el interés general por encima de todo lo demás.

¿Por qué no concebimos otras ciudades europeas como Londres o Berlín sin sus extensas redes de transporte público? ¿por qué ambas ciudades pueden funcionar con uno o a lo sumo dos anillos completos de circunvalación viaria? ¿por qué Madrid tiene cuatro y hasta se está proyectando un quinto? ¿Por qué no podemos sacar el coche de nuestras prioridades vitales y sustituirlo por la tarjeta de transporte público, como en la mayoría de ciudades europeas? Es esa sin duda la idea que gira en torno a Parque-30, la ruptura de una imagen preconcebida. Y ese es sin duda también el motivo de la polémica generada, el haber planteado primero el fin, con la intención de reflexionar los medios para alcanzarlo. Quizá un proyecto urbanístico semejante sea una oportunidad única para hacer ese giro de guion, quizá no sea la demanda la que genere oferta, sino que sea la oferta de una nueva forma de movilidad la que genere la demanda por disfrutarla. En cualquier caso, parece que ese futuro nos llegará tarde o temprano estemos o no preparados, y por eso necesitamos desde ya empezar a cuestionarnos la ciudad que queremos y que las generaciones venideras van a heredar.

¿Estaría usted dispuesto a dejar de recorrer los quince kilómetros que recorre diariamente por la M-30, si le ofrezco a cambio una alternativa de transporte que sea equiparable en tiempo y a la vez más barata para usted? Si la respuesta es sí, entonces el cambio de mentalidad habrá empezado. Y a partir de ahí ya solamente queda ponerse manos a la obra porque, aunque a veces lo parezca, nada es utópico si sabemos cómo hacerlo.

Antonio Giraldo es geógrafo, urbanista y trabaja en el Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso

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