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La insoportable debilidad de la economía circular

Plástico en una planta de procesamiento de residuos.

Mario Pansera | Andrea Genovese

Está muy de moda hablar de la economía circular como respuesta a los desastres ambientales causados ​​por una producción industrial fuera de control o como solución al estancamiento económico que se está produciendo a nivel mundial. La propia Comisión Europea anunció su Nuevo Plan de Acción para la Economía Circular el pasado 11 de marzo y el gobierno español aprobó el 2 de junio su estrategia sobre dicha materia. Sin embargo, la narrativa de la economía circular ha sido completamente absorbida por el discurso capitalista dominante de acuerdo con una visión mercantilista y ecomodernista. Se trata de una formulación del concepto de circularidad que podríamos definir como débil en el sentido de que, si por un lado renuncia a una crítica profunda de las causas políticas y sistémicas de la cuestión ambiental, por el otro se presta como apoyo y fundamento de una nueva fase de la expansión capitalista, camuflada bajo el disfraz del ambientalismo.

El llamado ecomodernismo nació oficialmente como movimiento en 2015 y rechaza rotundamente la idea de que para resolver la cuestión ambiental se necesita una transformación revolucionaria de las sociedades industriales, las relaciones de producción y de opresión entres sus individuos, y sus relaciones con la naturaleza. Para comprender cómo el capitalismo se ha apropiado del concepto de circularidad es necesario recordar brevemente los principios de lo que llamamos, en contraposición, la economía lineal.la economía lineal

Uno de los pilares en los que se asentó el modo de producción capitalista durante el siglo XX fue el concepto de crecimiento económico, un tipo de crecimiento medido con indicadores eminentemente cuantitativos: el Producto Interior Bruto (PIB) emerge, de este modo, como la herramienta clave para determinar el estado de la economía. En nombre de ese concepto de crecimiento, las principales corrientes en el campo del pensamiento económico siempre han colocado en el centro de su agenda el asunto de la expansión del consumo. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, John Maynard Keynes afirmaba que era necesario aumentar el consumo como única solución posible para conseguir el pleno empleo. Otro economista, Víctor Lebow, con formación diferente pero dentro de la misma tradición, argumentó en 1955: “Nuestra economía, enormemente productiva, requiere que cada aspecto de nuestra vida gire en torno al consumo, que la compra y uso de bienes y servicios se convierta en un ritual”.

La expansión del consumo (y, por lo tanto, de la demanda) ha sido la fuerza impulsora de la economía desde el período de posguerra hasta la actualidad: en estos días de crisis no es raro encontrarse en los medios de comunicación con el repetitivo y martilleante mantra sobre la necesidad de reactivar el consumo. Este enfoque se basa en unos recursos naturales (considerados bienes de libre acceso de cuya reproducción no nos tenemos que preocupar…) que se transforman en productos de consumo, un proceso que implica, obviamente, la generación de residuos, emisiones contaminantes, etcétera, efectos que se han considerado meras externalidades, elementos no deseados pero necesarios para el progreso y el desarrollo económico.

Si se observan los principales indicadores económicos (especialmente, como decimos, el PIB), el crecimiento cuantitativo de los últimos 60 años es incuestionable. Dicho crecimiento estuvo acompañado, indudablemente, por una mejora de las condiciones de vida de una parte importante de la población mundial, principalmente en los denominados países industrializados. Sin embargo, el precio pagado ha sido muy alto. Incluso la presunta eficiencia capitalista (un concepto muy utilizado para justificar con la ilusión de la ecoeficiencia el uso creciente y sin control de los recursos naturales) ha demostrado ser una quimera: producimos coches que están parados el 92% de su vida útil, los rascacielos de oficinas están ocupados sólo el 40% del tiempo, por no hablar de los millones de toneladas de alimentos desperdiciados cada año.Sin embargo, los costes generados por estas externalidades no han entrado nunca en el cálculo del PIB…

Las consecuencias humanas y ambientales de los métodos de producción lineal con las que se alimenta la máquina del consumo son evidentes para todo el mundo.producción lineal El capitalismo, como ya advirtió Marx, necesita nuevos productos y mercancías para destruir las viejas y también para contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancia. Los mecanismos de fragmentación de la producción, a través de cadenas globales de valor (con continuas innovaciones en los procesos y los productos e incluso de obsolescencia programada) implican inevitablemente una producción cada vez mayor de desechos y basura. Como declaró a finales de los años 70 el filósofo francés André Gorz, la producción de residuos puede verse como la esencia misma del modo de producción capitalista. Todo esto confirma, en el contexto contemporáneo, las intuiciones de Marx y los más modernos resultados de la ecología política, que apuntan a una incompatibilidad entre las sociedades industrializadas y el resto de la naturaleza debido al modo de producción capitalista. El capitalismo, en otras palabras, erosiona los cimientos de su propia existencia.

La eclosión de la narrativa de la economía circular puede verse en este contexto como una respuesta del capitalismo a la necesidad de valorizar hasta sus propios desechos. En la base de esta narrativa está la idea de conversión de cadenas de valor lineales en cadenas circulares con el fin de restaurar valor y reinsertar en el ciclo de producción los residuos, los subproductos y las basuras generadas a lo largo de los procesos de fabricación. Todo esto debería lograrse alargando el ciclo de vida de los productos, reparándolos y reutilizándolos. Para que este sea posible, se necesita afirmar el derecho por parte de los usuarios de desmontar, modificar y reparar las tecnologías que utilizan. Además, la formulación originaria de circularidad reivindica también un concepto diferente de producción industrial basado principalmente en la reducción, produciendo sólo lo que se necesita, para minimizar el consumo de los recursos.

La conceptualización original de la economía circular se basa en la fórmula de las tres R: Reducción, Reutilización y Reciclajetres RReducción, Reutilización y Reciclaje (visto éste como último recurso). Lo que estamos presenciando en estos últimos años es un proceso de apropiación progresiva de este término por parte de varios actores. Los gobiernos nacionales y regionales, las entidades supranacionales, las grandes consultoras y las multinacionales, todos ellos han intentado subirse al carro de la economía circular, por supuesto, desarrollando una versión débil. Las tres R se llegan a convertir incluso en diez (Recuperar, Reducir, Repensar, Rediseñar, Revender, Regalar, Rechazar, Reutilizar, Reciclar, Reparar) y por arte de magia de la narrativa dominante… desaparece el énfasis en el concepto clave de reducción. La economía circular se convierte así en un parche para remendar un capitalismo eternamente en crisis, pero siempre listo para renovarse, esta vez asignando valor a la gran cantidad de desperdicio producido por sí mismo. El objetivo es poner más gasolina en el ciclo dinero-mercancía-dinero, que necesita una expansión continua, expansión que no solamente es incompatible con la supervivencia de los ecosistemas, sino que tampoco mantiene sus promesas de reducir las desigualdades sociales y económicas. En la apuesta de la UE por la economía circular, así como en las iniciativas regionales y locales sobre esta materia (incluyendo la reciente iniciativa legislativa del gobierno de Pedro Sánchez), la mayoría de las veces ese concepto de circularidad se reduce esencialmente a la creación de ciclos virtuosos para el manejo de residuos, plantas de reciclaje y similares, terminando por debilitar el mensaje transformador y revolucionario inicial.

Las cuestiones fundamentales que el concepto de circularidad ponía sobre la mesa permanecen ignoradas. Preguntas como qué, cómo y, sobre todo, por qué producir, quién decide, cómo gestionar la transición de aquellos sectores que podrían ser severamente penalizados por la implementación de medidas de economía circular en términos de efectos en el empleo, cómo combinar la implementación de un modelo que en su versión original critica el imperativo del crecimiento económico dentro de la UE (donde el crecimiento es uno de los objetivos claves a perseguir), dónde encontrar los recursos para realizar esta transición dentro de los rígidos parámetros presupuestarios de la Unión, etcétera. El resultado es una versión no sólo débil y descafeinada de la economía circular, sino también ecomodernista, una visión que se apoya en el papel salvífico de las tecnologías y del mercado, ignorando la necesidad de efectuar profundas transformaciones políticas, alimentando las falsas ilusiones de un crecimiento verde.

Frente a esto, hay que volver a una versión fuerte de la economía circular. fuerteSe trata de una visión que rechaza el productivismo industrial y el imperativo del crecimiento económico cuantitativo, continuo e infinito, una economía circular basada en tecnologías convivenciales, como defienden Ivan Illich y André Gorz, es decir, un conjunto de tecnologías capaces no sólo de no generar desequilibrios dañinos entre las sociedades humanas y la naturaleza, sino que fortalecen las relaciones entre los seres humanos, mejoran su creatividad y garantizan su autonomía; tecnologías, en definitiva, compatibles con una organización de trabajo horizontal, abiertas, diseñadas democráticamente, accesibles y modificables por la mayor cantidad de personas posible.

Frente a la formulación dominante de la economía circular, se contrapone así un concepto de circularidad que no sólo valoriza los desperdicios y desechos, sino que propone un replanteamiento radical del sistema de relaciones sociales con el cual, y desde un marco de planificación de la producción esencial, es posible liberar el trabajo de las relaciones jerárquicas capitalistas y dar dignidad plena a los cuidados y al trabajo reproductivo.

Las unidades productivas al centro de un imaginario de economía circular fuerte podrían ser fábricas autogestionadas, cooperativas o empresas familiares organizadas en redes donde se diseñan productos durables, fáciles de desmontar y de reparar. La fábrica dejaría de ser un lugar de alienación y podría volverse en un espacio de agregación donde reparar, hacer mantenimiento e incluso modificar los productos adaptándolos a nuestras necesidades. Se trata, en definitiva, de un concepto de circularidad con el que podamos imaginar una relación saludable con las tecnologías, desarrollando así redes de producción verdaderamente circulares, libres del concepto de crecimiento cuantitativo.

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Mario Pansera es doctor en Management por la Universidad de Exeter y profesor de Teoría y Gestión de la Innovación en la Universidad Autónoma de Barcelona

Andrea Genovese es profesor de Logística y cadenas de suministros en la Universidad de Sheffield en Reino Unido

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