Plaza Pública

¿Salimos más fuertes?

Minuto de silencio en el Palacio de la Moncloa.

Sergio Pascual

Hay una regla no escrita de la comunicación política –no es la única– que recomienda que los eslóganes jueguen con un pie fuera y un pie dentro. La idea es que antes de intentar convencer al público de aquello que queremos contar, de nuestro mensaje, es preciso establecer con dicho público cierto acuerdo, cierta ligazón a través de un enunciado que genere consonancia cognitiva. Así, por ejemplo, si queremos vender cerveza podríamos arrancar acordando con nuestro interlocutor que "este verano hará calor" para continuar luego con nuestro mensaje: "busca tu cerveza más fría". La conexión inicial genera un sesgo de credibilidad en nuestro mensaje posterior. Si por el contrario arrancáramos con un inverosímil "este verano hará frío" probablemente no lograríamos vender una sola cerveza con nuestro eslogan…

Esta y no otra es la razón por la que los publicistas de la banca arrancan en estos días sus anuncios con un "el mundo ha cambiado", los de las petroleras con un "el futuro no se detiene" o los de las cadenas de comida rápida con un "hora de reencontrarnos". Fuerte consonancia cognitiva, acuerdo inequívoco en la premisa para convencernos de su mensaje posterior, ya sea comprar combustible, pedir un crédito o comer una hamburguesa.

De ahí mi sorpresa cuando pasado el pico de esta pandemia el Gobierno nos lanzó su "salimos más fuertes". ¿Salimos?, ¿más fuertes?. Honradamente no conozco a nadie que piense realmente que ya hemos salido de esta crisis, o que lo hayamos hecho más fuertes. ¿Dónde está la consonancia cognitiva en este mensaje? Pareciera más bien que el Gobierno ha querido trasladarnos un mero deseo pero que para hacerlo no ha logrado escapar de su propia burbuja cognitiva, la de quienes dentro del equipo de gobierno han vivido una etapa de alta intensidad laboral de la que empiezan a salir ahora y quizá, solo quizá, lo hacen más cohesionados y fuertes gracias a las dinámicas laborales establecidas y sobre todo a la cohesión que propicia una agresión exterior, máxime cuando esta es irracional y arbitraria –y me refiero aquí a la derecha y extrema derecha política– no al virus.

Este tipo de errores de comunicación son más comunes de lo que creemos, los he vivido en primera persona cuando construíamos Podemos. Ocurren cuando dinámicas de alta intensidad nos recluyen en espacios, organizaciones, grupos humanos, sectas o tribus que –de un modo similar a lo que Goffman llamaba "instituciones totales"– acaban por ocupar y dar sentido a todos y cada uno de los rincones de nuestra existencia y que al hacerlo nos segregan paulatinamente de otros horizontes de sentido del resto de nuestra comunidad. Las redes sociales por cierto pueden contribuir enormemente a ahormar estas burbujas.

En este caso además este repetido eslogan, sin asideros ni conexión con la realidad, pilla a la sociedad española en su momento de mayor orfandad de horizontes de sentido en una década. La crisis nos ha dejado claro a todos que "algo" tiene que cambiar si queremos recuperar un rumbo que ni siquiera éramos muy conscientes de tener, pero cuya ausencia ahora resulta apremiante. Y en el río revuelto de esta falta de horizonte no faltan los pescadores que se aprestan a llenarlo buscando ganancia. De un lado la ultraderecha nos remite a un pasado autoritario y a la defensa de privilegios atávicos, el de los hombres sobre las mujeres, el de los nacidos en suelo peninsular sobre otros seres humanos o el de los potentados del barrio Salamanca para evadir las normas que nos aplican a todos. De otro lado en Catalunya el independentismo llena el horizonte de un imaginado futuro promisorio. En Euskadi cada milímetro de mayor autogobernanza es un paso más en la dirección correcta. Finalmente la derecha española, carente de ideas, también ofrece su mermado y enjuto horizonte: tumbar al gobierno de izquierdas.

El Gobierno sin embargo, sin duda abrumado por la urgencia de lo inmediato, a duras penas logra dibujar un pasado pre-coronavirus como horizonte y lo hace intentando sin éxito rebautizar la antigua normalidad como nueva.

¿Es suficiente? ¿Realmente nos basta con volver a 2019? ¿A la precariedad de 2019, a los servicios públicos recortados de 2019, a la deslocalización de empresas de 2019, a las tasas de pobreza de 2019, a los dramas en el estrecho de 2019? No lo creo y, sobre todo, no lo espero. Creo que esta sociedad nuestra zarandeada por la dificultad anhela un nuevo horizonte. Un horizonte cauto, factible, realizable, razonable… sí… pero nuevo horizonte.

Así que no, aún no salimos más fuertes, más bien apenas empezamos a recuperarnos de las magulladuras y golpes infligidos con enormes dificultades y debilidades. Y lo cierto es que el hecho de que en el futuro esta profunda crisis derive en nuevas fortalezas o no es más bien una tarea pendiente. Depende de nosotros, eso sí, de nosotros y de nuestra capacidad de imaginar un horizonte compartido en el que la distancia social en las escuelas se convierta en una ratio por alumno que nos haga competitivos con los países escandinavos, en el que las viviendas en las que nos confinamos se tornen verdaderos hogares sustentables, en el que la crisis sanitaria redunde en un fortalecimiento de nuestro sistema de salud que lo ponga a la altura del alemán, en el que el golpe a nuestras residencias de mayores nos lleve a rediseñar integralmente nuestro sistema de cuidados y en el que nuestra pavorosa dependencia de la producción asiática –mascarillas, respiradores o coches Toyota– nos redirija a una renacionalización de nuestra capacidad industrial.

Entonces sí, entonces habremos salido más fuertes.

Sergio Pascual, consejero ejecutivo de CELAG y diputado en el Congreso en las legislaturas XI y XII

Más sobre este tema
stats