Plaza Pública

La formación profesional: del olvido a la incertidumbre

La ministra de Educación, FP y portavoz del Gobierno, Isabel Celaá.

Estella Acosta Pérez

Tenemos un Ministerio denominado de Educación y Formación Profesional, una ministra con experiencia en la mejor FP de nuestro país, noticias importantes sobre la modalidad dual, así y todo, nuestra formación profesional sigue siendo la gran olvidada. Cuando se habla de educación, del sistema educativo, de los estudios y los estudiantes, del profesorado, se piensa en las enseñanzas obligatorias y en la universidad, demasiadas veces en el bachillerato (por la selectividad).

Es una de las herencias más nefastas del tardo franquismo, porque en épocas más remotas, sobre todo las familias de clase obrera valoraban la FP, aquella de aprendices y maestrías. Pero la ley de 1970 clavó la puntilla, en mi humilde opinión, y la LOMCE ha intentado reproducirla.

Los estereotipos culturales no se generan por causas únicas, pero si además de la identificación con “oficios” de las clases trabajadoras, el acceso a la formación profesional (FP1) se conseguía sin necesidad de la titulación académica (EGB) que se exigía para acceder al bachillerato (BUP), la infravaloración es automática. Se manifiesta en la titulación: técnico auxiliar. El siguiente nivel (FP2), 3 años más y la titulación de técnico especialista, recibía mejor prestigio para el empleo. Aunque la imagen social predominante continuó siendo de los oficios, o lo que es peor: “no vale para estudiar”.

Con la LOGSE, en 1991, se producen cambios muy relevantes en el sistema educativo, radicales para la FP, pero no son visibles:

  1. Se extiende la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, dos años más y con el requisito del título de la ESO para acceder tanto al bachillerato como a la FP.
  2. Los planes de estudios de la FP pasan a ser científicos y tecnológicos. El alumnado tendrá 16 años o más, detalle nada despreciable en esas edades y son dos cursos escolares especializados que conducen a la titulación de Técnico.
  3. Se crean los Ciclos formativos de Grado Superior, se accede con la titulación de Bachillerato, con más de 18 años y una formación como Técnico Superior, con equivalencias de créditos en la universidad en años posteriores.

Lamento lo básico de esta descripción para quienes conocen el tema, pero me ha tocado explicarlo tantas veces que para analizar cualquier razón de la falta de prestigio de la FP me parece necesario. Se olvida también, y es más grave, que la nueva FP está diseñada por competencias, !desde hace 30 años! Y se actualizan con el Catálogo Nacional de las Cualificaciones Profesionales, homologado al Marco Europeo de las Cualificaciones.

Entonces, ¿por qué sigue olvidada y poco valorada nuestra formación profesional? Se sigue hablando de FP1 y FP2, como si fuera lo mismo y con los mismos prejuicios clasistas. Se puede entender que, con las dificultades para conseguir un empleo digno, se aspire a ir a la universidad. Pero si lo sumamos al olvido permanente cuando se habla de educación, nos devuelve la imagen de una sociedad que continúa anclada en el pasado, reproduciendo lo que la LOMCE ha intentado segregando las enseñanzas “académicas” de las enseñanzas “aplicadas”, una división inexistente en los tiempos que vivimos. En las complejidades actuales de las tecnologías y de los procesos sociales, se trate de sectores industriales o de servicios, no es posible dominar las áreas profesionales sin adquirir conocimientos científicos, competencias simbólicas e incluso teorías que sustentan el funcionamiento de instrumentos y procesos.

Pero donde ha existido un mayor olvido ha sido en las administraciones públicas, que en general, no han invertido lo suficiente, quedando sin cubrir las demandas del alumnado por falta de plazas. Salvo honrosas excepciones, las especialidades implantadas no han sido ni suficientes ni pertinentes ni actualizadas. Se promociona la FP dual pero no acaba de revertir la tendencia; la ausencia de normativa y de voluntades políticas o empresariales ha llevado al abuso de mano de obra gratis, con ayudas o becas, sin contratación o sin alternancia.

Es indudable que la mayor desvalorización proviene del escaso valor que se otorga a la formación, en general, en las culturas empresariales imperantes del bajo coste laboral, los beneficios a corto plazo, de los trabajos intensivos sin requisitos formativos. Con contratos temporales o precarios invertir en formación es absurdo, sin visión o proyecto estratégico de innovación o adaptación a las nuevas tecnologías la formación no es necesaria. Todo repercute en las motivaciones de la juventud, que percibe que va a trabajar en campos diferentes de lo estudiado, tendrá que emigrar o competir por puestos de trabajo de menor valor añadido y mal pagados.

¿Qué panorama se presenta con esta nueva crisis? Una nueva y gran incertidumbre. La orientación profesional es una asignatura pendiente en el sistema educativo y tampoco será nada fácil la orientación laboral para las personas desempleadas. ¿Se va a acelerar la digitalización? ¿Será posible reindustrializar? ¿En qué sectores? Necesidades sociales y servicios de proximidad irán en aumento, pero ¿habrá inversiones para cualificar las intervenciones? ¿Habrá financiación para desarrollar la cualificación profesional de la fuerza de trabajo del turismo? ¿Va a cuajar la economía verde que está planteando la UE?

Quizás, aunque no hay recetas, haya que prestar mucha más atención a los intereses, las capacidades, las habilidades de los estudiantes y reconocer perfiles profesionales afines a sus necesidades. No es la varita mágica pero avanzaríamos en la construcción de un Sistema integrado de información y orientación, el capítulo de la Ley 5/2002 de Las cualificaciones y la formación profesional que menos se ha desarrollado. Necesitamos observatorios sectoriales, formación de los profesionales, con compromisos de las políticas públicas, para una orientación profesional a lo largo de la vida.

Son necesarias otras garantías de funcionamiento, tienen que participar las Comunidades Autónomas y los agentes sociales, para acordar unos criterios comunes, crear los instrumentos adecuados y potenciar algunos que ya existen. En un sentido cooperativo, con carácter federal, que ayude a superar tanto la centralización como la descentralización caótica. La incapacidad para construir políticas públicas educativas de forma colaborativa, asumiendo las complejidades y las responsabilidades, es uno de los grandes obstáculos que impiden un desarrollo eficaz, en equidad y en calidad. En la formación profesional, inicial o continua, es una base mínima para no agravar las incertidumbres.

Muchas tareas y compromisos serán necesarios para desarrollar la formación y la orientación profesional que pueda responder a los cambios científicos y tecnológicos y acompañar los procesos productivos y sociales que requiere nuestro país. Unas iniciativas colectivas, cifradas en el bien común, pensando en un futuro para la ciudadanía, donde los progresos contribuyan al desarrollo humano sostenible, en la senda de los ODS2030.

El marco global señalado por la OIT pasa por la justicia social y el trabajo decente, la calidad significa “niveles científicos y tecnológicos suficientes y capacidad de adaptarlos a diferentes escenarios, respondiendo adecuadamente a las necesidades y expectativas de sus sujetos (individuos, empresas, sectores, territorios) y posibilita la creación de nuevas necesidades y expectativas personales, sociales y de desarrollo o promoción profesional en la población participante”.

El marco para la orientación profesional, lo señalaba Emilio Mira i López, como “una actuación científica compleja y persistente, destinada a conseguir que cada sujeto se dedique al trabajo profesional en el que con menor esfuerzo pueda obtener mayor rendimiento, provecho y satisfacción para sí mismo y para la sociedad”, criticando el ideal tayloriano (the right man in the right place) con el principio: el mejor trabajo para cada persona.

¿Será posible abandonar el “sálvese quien pueda”? ¿Será posible no olvidar la formación profesional y el valor de la cualificación? ¿Será posible neutralizar la incertidumbre con capacidades colectivas y proyectos cooperativos?

La respuesta de mis compas saharauis sería: ¡Inshallah! Que suena muy bien como expresión de deseos, en sus voces y sus incertidumbres. No tanto en mi escepticismo ateo, aunque mantengo el compromiso con el optimismo de la voluntad.

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Estella Acosta Pérez es orientadora y profesora asociada de la UAM, jubilada.

 

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