Plaza Pública

Desigualdad, sindicatos y pandemia

Un hombre se hace una prueba de coronavirus en Florida, Estados Unidos.

Gaspar Llamazares | Miguel Souto

Aunque estamos en la UE y es a los países de nuestro entorno a los que deberíamos intentar parecernos, creemos que no estaría mal que al menos en algunas materias nos comparásemos de vez en cuando con los Estados Unidos, esta vez en nuestro favor. Aunque sólo fuera por elevar el ánimo en estos tiempos oscuros. Porque siempre se le ha puesto como ejemplo de gran país, rico y con gran tradición democrática, aunque hace tiempo que sobre todo en materia de valores y derechos democráticos no pasa por su mejor momento.

No en vano, desde el fin de la segunda guerra mundial, el objetivo de los Estados Unidos para Europa fue convertirla en un socio sumiso. De hecho, siempre que Europa ha intentado salirse de ese guión, todo intento de expresar su mayoría de edad solo ha traído incomprensión y nervios, cuando no algo peor. También es cierto que la alternativa china en esta nueva guerra fría, por ahora comercial, digital y de armamentos, es todo menos atractiva.

Resulta que este es uno de esos momentos. El covid-19 está removiendo nuestras vidas de arriba a abajo y ha sacado a la luz muchas cuestiones, algunas que ya existían pero que quizás no eran tan evidentes y otras que estaban latentes. Una de ellas es el despertar de la propia idea de Europa como hacía años que no se veía. En pocas ocasiones se había generado esta identificación con el ideal europeo, cuando este se había venido debilitando por sus propios errores en favor de los diferentes populismos nacionalistas. Tanto es así, que el fondo de recuperación europeo ha lanzado 750.000 millones a los presupuestos de los Estados miembros con lo que, frente a la austeridad suicida de 2010, hoy tenemos fondos para decidir proyectos de inversión, orientados a transformaciones estructurales concretas.

No es casual el silencio de la extrema derecha ante el avance federalista en una hacienda europea. Lejos de cabalgar el miedo en la pandemia, parece haber fracasado hasta ahora con sus relatos negacionistas.

Hablando de comparaciones de unos países con otros, uno de los aspectos más interesantes que está emergiendo en el debate sobre la pandemia es el análisis de las consecuencias del covid-19 en países con sindicatos fuertes y débiles. Este es un debate, además, que debería interesar a mucha gente, porque es un hecho que a medida que la fortaleza sindical disminuye empeora la calidad de vida de las clases populares, y por consiguiente se incrementan las desigualdades. Lo que no ha sido tan evidente en la opinión pública desde el comienzo de la pandemia es que la transmisión del Sars-covid2 ha sido particularmente importante en los barrios obreros.

Sin embargo eso lo sabían bien desde un principio en los barrios de Madrid y Barcelona. Diversos estudios han confirmado en estos últimos días la mayor afectación por el coronavirus en las zonas de menores ingresos de ambas ciudades, con una clara influencia de los determinantes sociales, con abundancia de viviendas sobreocupadas, mayor uso de transporte público, menores posibilidades en esos barrios de poder utilizar el teletrabajo, etcétera.

De la misma forma que el nuevo coronavirus golpea más duro en los barrios populares y que la educación online es más fácil para aquellos que tienen recursos, también está afectando más en aquellos países con menor fortaleza para la representación y negociación sindical.

Los sindicatos se han ido debilitando progresivamente desde que, con la globalización, las empresas iniciaron las deslocalizaciones en busca de enclaves libres de las reivindicaciones salariales y de derechos sociales de los trabajadores. También se han debilitado por las nuevas condiciones laborales del precariado derivadas de la economía digital. Y dicha debilidad se correlaciona también con la ofensiva neoliberal y la reducción del papel sindical y la afiliación.

Pero en algunos países, como EEUU, este combate contra la influencia sindical ha sido particularmente enconado históricamente. Y ha sido de nuevo la pandemia la que ha sacado a relucir las diferencias entre los países con sindicatos fuertes y aquellos otros con sindicatos débiles.

En España, a lo largo de esta pandemia hemos podido notar la importancia de los sindicatos de clase a la hora de reivindicar y acordar con el gobierno y los empresarios las principales medidas que, como los ERTEs, la suspensión de actividad en los autónomos y, aunque en menor grado de desarrollo, el ingreso mínimo vital, han sido fundamentales para proteger el empleo y a los sectores más golpeados por el parón provocado por la pandemia.

Volviendo a los EEUU, las diferencias saltan a la vista: alrededor del 10% de los empleos están protegidos por convenio colectivo, mientras que en los países de nuestro entorno, como Italia y Francia, esa protección sube por encima del 80% (Jacob Leibenluft, Foreign Affairs). De igual manera, en USA no existe una legislación federal que regule el derecho a las bajas por enfermedad, por lo que los trabajadores no tienen capacidad para declarar que padecen el covid-19 (ni otras enfermedades) por miedo a perder su empleo.

De hecho esa es la razón para que la distribución de la enfermedad afecte hoy sobre todo a los trabajadores precarios e informales, que además coinciden con los de las razas negra y latina. El racismo, que se ha convertido en una trágica noticia, y la amplísima movilización consiguiente son la expresión de la persistencia de una profunda desigualdad y clasismo, casi estructurales, en la sociedad americana.

Por eso, entre otras razones, y a pesar de la pandemia, están en el primer plano y son tan importantes las elecciones estadounidenses. Por ahora, entre el covid y Trump han conseguido lo que parecía imposible hace pocos meses: unir a los demócratas. Sanders, Clinton y Obama apoyan la candidatura de Biden y Harris. Entre ellos, y quizá por primera vez en los últimos años y con ánimo de quedarse, la izquierda de Ocasio Cortez ha reaparecido con fuerza, en particular entre los sectores más jóvenes.

Estados Unidos tiene el mayor número de muertes por coronavirus en el mundo y la gestión de Trump se considera como un gran fracaso. Es otro populismo que se ha mostrado incapaz de liderar el negacionismo, el miedo y la división social a su favor. En un país en el que muchos de los Estados conservadores del Sur, donde ha prevalecido la economía frente a la salud, llevan tiempo desarrollando criterios verdaderamente "creativos" para poner trabas al voto de los negros y de los pobres, e incluso para obstaculizar que esos colectivos se beneficien del seguro de desempleo. Su violencia social e incompetencia política es un peligro para el mundo, de modo que cualquier posibilidad de cambio pasa por su derrota.

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Gaspar Llamazares Trigo y Miguel Souto Bayarri son médicos y autores, junto a la psicóloga Gema González López, del libro 'Salud: ¿derecho o negocio? Una defensa de la sanidad pública'.

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